En BOLETÍN SEMANAL

Algunos podrían objetar: Pero seguramente hay que trazar una larga y definida línea entre la Ley y el evangelio. Es en este punto en donde los dispensacionalistas consideran que su postura es la más fuerte e inexpugnable; sin embargo, en ningún otro punto se exhibe tan grandemente su ignorancia, porque así como no reconocen la Gracia de Dios abundando durante la era Mosaica, tampoco les parece (o, pueden ver) que la Ley tenga ningún lugar legítimo en nuestra cristiandad. Ley y gracia son elementos antagónicos para ellos, y (para citar a uno de sus slogans preferidos) “no será más mezcla que la del agua y el aceite.” No pocos de los que ahora son considerados como los campeones de la ortodoxia les dicen a sus oyentes que los principios de la ley y la gracia son elementos tan opuestos que en donde sea que uno se esté ejerciendo, el otro debe ser necesariamente excluido. Pero esto es un error muy serio. ¿Cómo podrían la Ley de Dios y el Evangelio de la gracia de Dios estar en conflicto? El uno Lo exhibe como “luz,” y el otro Lo manifiesta como “amor” (1 Juan 1:5; 4:8), y ambos son necesarios a fin de revelar enteramente Sus perfecciones: si uno fuese omitido, apenas un concepto parcial de su carácter podría concebirse. El uno da conocimiento de Su Justicia, y el otro muestra Su Misericordia – y Su sabiduría demuestra la perfecta coherencia que existe entre ambos.

La Ley y la gracia en vez de ser contradictorias, son complementarias. Ambas aparecen en el Edén antes de la Caída. ¿Qué fue sino la gracia lo que hizo la concesión a nuestros primeros padres diciendo: “De todo árbol del huerto podrás comer”? Y fue la Ley quien dijo: “más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás…” Ambas son vistas en el tiempo del gran diluvio, por cuanto se nos dice que, “…Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Gén 6:8), tal como sus posteriores tratos con él lo ponen de manifiesto; mientras que su Justicia trajo un diluvio sobre el mundo de los impíos. Ambas operaron lado a lado en el Sinaí, por cuanto la majestad y la justicia de Jehová fueron expresadas en el Decálogo, Su misericordia y gracia fueron claramente evidenciadas por las provisiones que Él hizo en todo el sistema Levítico (el cual es el sacerdocio y los sacrificios) para expiación de sus pecados. Ambos resplandecieron en su gloria meridiana en el Calvario, pues, mientras por un lado la abundante gracia de Dios se manifestó en dar a su propio Hijo amado para que fuese el Salvador de los pecadores, Su Justicia exigía que la maldición de la Ley fuese infligida sobre Él mientras cargaba sus culpas.

En todas las obras y los caminos de Dios podemos discernir un encuentro conjunto de elementos aparentemente en conflicto – las fuerzas centrífugas y centrípetas que están constantemente en acción en la esfera material, ilustran este principio. Así también está en conexión con las operaciones de la providencia divina: hay una constante interpretación de lo natural y lo sobrenatural. Así también sucede con la entrega de las Sagradas Escrituras: es el producto tanto de la acción de Dios como de la del hombre – son una revelación divina, mas aun, enseñadas en lengua humana y comunicada a través de los medios humanos; son la verdad inerrante, mas aún, escritas por hombres falibles. Están divinamente inspiradas en cada jota y en cada tilde , sin embrago, el control de supervisión del Espíritu Santo sobre los escribas no excluía ni interfería en el ejercicio natural de sus facultades. Así resulta ser en todos los tratos de Dios para con la humanidad: aunque el ejerce Su excelsa Soberanía, no obstante, trata con ellos como criaturas responsables, exponiendo Su invisible poder sobre ellos y dentro de ellos, mas sin destruir en modo alguno su agencia moral. Esto puede presentar misterios profundos e insolubles para la mente finita, pero aun así, son hechos reales.

En lo que se acaba señalando – a lo que podrían añadirse muchos otros ejemplos (la persona de Cristo, por ejemplo, con Sus dos naturalezas distintas pero unidas, así que aun siendo omnisciente, no obstante, “crecía en sabiduría”; era omnipotente, no obstante, se cansaba y adormecía; era eterno, no obstante, murió) – ¿por qué tantos tropiezan con el fenómeno de la Ley divina y la gracia divina trabajando mancomunadamente, operando en una misma temporada? ¿Presentan acaso la Ley y la gracia un mayor contraste que aquel existente entre el profundo amor de Dios por Sus hijos y Su eterna ira sobre Sus enemigos? No, absolutamente que no, no es mayor. La Gracia no debe ser considerada como un atributo de Dios que eclipsa a todas Sus demás perfecciones. Como tan claramente nos lo dice Romanos 5:21, “para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por [a través de] la justicia…,” y no a expensas o por la exclusión de ella. Gracia divina y justicia divina, amor divino y santidad divina, son inseparables como la luz y el calor lo son del sol. Al otorgar gracia, Dios nunca anula sus reclamos sobre nosotros, sino que más bien nos permite cumplirlos (entiéndase, en Cristo). ¿Fue el hijo pródigo, luego de su regreso penitente y después de ser perdonado, menos obligado a cumplir las leyes de la casa de su Padre que antes de que se fuera y la abandonara (Lucas 15)? Absolutamente no, sino, hasta lo contrario.

Que no existe conflicto alguno entre la Ley y el evangelio de la Gracia de Dios está claramente explicado en Romanos 3:31, “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley.” Aquí el Apóstol se anticipa a una objeción que probablemente sería lanzada contra lo que dijo en los versos 26-30. ¿Pero la enseñanza de que la justificación es enteramente (solamente) por gracia a través de la fe, no da a entender que Dios ha rebajado Sus reclamos, cambiado el nivel de sus requisitos y puesto a un lado las demandas de Su gobierno? – nada más lejos de eso. El plan divino de la redención no es en ninguna manera una abolición de la Ley, sino más bien su honra y su cumplimiento. No hay respeto más grande que pueda mostrársele a la Ley que la determinación de Dios en salvar a Su pueblo de su maldición mediante el envío de Su Hijo co-igual para llenar todas sus exigencias y sufrir en Sí mismo su castigo (su penalidad). ¡Oh, maravilla de maravillas; el gran Legislador humilló-Se a sí mismo en completa obediencia a los preceptos del Decálogo! El Único dador de la Ley se hizo carne, sangró y murió bajo su sentencia condenatoria, antes de que una tilde de la misma pereciera. De ese modo, la Ley fue sin dudas magnificada, y “hecha honorable” por siempre.

El método de la Salvación de Dios por la gracia ha “establecido la ley” de una manera triple.
Primeramente, por Cristo, Fiador de los elegidos de Dios, siendo “nacido bajo la ley” (Gál 4:4), cumpliendo (llenando) sus preceptos (Mat 5:17), sufriendo su castigo en el lugar de los Suyos, para de ese modo traer “la justicia perdurable” (Dan 9:24). Segundo, mediante el Espíritu Santo, porque en la regeneración escribe la ley en sus corazones (Heb 8:10), dirigiendo sus afectos hacia los mismos, de manera tal que “…según el hombre interior, se deleiten en la ley de Dios” (Rom 7:22). Tercero, como fruto de su nueva naturaleza, el Cristiano voluntariamente y con gozo hace de la Ley su regla de vida, tanto así que declara, “con la mente sirvo a la ley de Dios” (Rom 7:25). Esta es la Ley “establecida,” no solo en la alta corte del cielo, sino también en las almas de los redimidos. Muy lejos de que la Ley y la gracia sean enemigas, son consiervas de manera mutua; la primera revela la necesidad del pecador, la segunda la suple; la una da a conocer las demandas de Dios, la otra nos permite cumplirlas. La fe no es opuesta a las buenas obras, pero la perfeccionan en obediencia a Dios por amor y gratitud.


Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”, de A.W. Pink

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