​​LOS DONES del Espíritu Santo tienen un gran alcance. Cuando encontramos a una persona capacitada recibe elogios de sus compañeros por sus habilidades. Por estas razones y tal vez por otras, los dones del Espíritu reciben mucha más atención en nuestra cultura que el fruto del Espíritu. El fruto del Espíritu parece estar condenado a la oscuridad, oculto a la sombra de los dones más preferidos.

    Sin embargo, es la evidencia del fruto del Espíritu lo que marca nuestro progreso en la santificación. Por supuesto, Dios se complace cuando ejercitamos obedientemente los dones que el Espíritu Santo nos ha conferido. No obstante, creo que Dios se complace aun más cuando ve que su pueblo manifiesta el fruto del Espíritu.
    Pablo exhorta a los gálatas:

    Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (Gálatas 5:16)

    La vida cristiana es un peregrinaje. En la ilustración de la Escritura, es un viaje que hacemos a pie. Andar es una forma de viajar relativamente lenta. En este viaje, la mayoría de nosotros avanzamos a paso de tortuga. No corremos ni saltamos en la carrera de obstáculos de la tentación. Hay barreras que impiden nuestro progreso. En cada punto nos encontramos obstáculos que reducen la velocidad que nos impone la carne. Una vez más, Pablo escribe:

    Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, y éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis. (Gálatas 5:17)

    Aquí está la batalla. El viejo hombre se opone al nuevo. La naturaleza pecaminosa de la carne lucha para reprimir la influencia del Espíritu. Aunque esta guerra es interna e invisible, hay claras señales externas del estrago que se produce durante la batalla. Cuando el Espíritu es victorioso, vemos su fruto. Cuando gana la carne, vemos también su evidencia externa.

    Antes de desarrollar el fruto del Espíritu, Pablo expone primero las obras de la carne. Las obras de la carne se hallan en un completo contraste con el fruto del Espíritu.

    Gál 5:19  Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
Gál 5:20  idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
Gál 5:21  envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes,  que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

    Esta lista de las obras de la carne es crucial por dos razones. Primero, ofrece el contraste ya mencionado con el fruto del Espíritu. Segundo, identifica las prácticas pecaminosas que, como enfatiza el Apóstol (por repetición), caracterizan a los no regenerados y a los perdidos. Por supuesto, es posible que un redimido caiga en cualquiera de estos pecados durante un tiempo. Cada uno de ellos ha sido manifestado en un momento u otro por el más grande de los santos. Sin embargo, dichos pecados no son una característica del cristiano. Si esta lista caracteriza el estilo de vida de una persona, es una evidencia de que esa persona no es redimida.
    
Puesto que esta lista conlleva una advertencia tan funesta, es importante dar una breve definición de los pecados mencionados:

    1. Adulterio. El primer pecado mencionado es una prohibición del Séptimo Mandamiento. Implica la violación de la santidad del matrimonio mediante relaciones sexuales ilícitas entre personas casadas.

    2. Fornicación. La fornicación, usualmente, está referida a las relaciones sexuales entre personas no casadas. Habitualmente está asociada a las relaciones sexuales prematrimoniales. En este texto, sin embargo, tiene un significado más extenso incluyendo relaciones sexuales ilegítimas en el sentido más amplio de la palabra (Los actos homosexuales están incluidos aquí).

    3. Impureza. Esto encierra un sentido sexual. Refleja una clase de conducta que el lenguaje popular denomina “sucia”.

    4. Lujuria. Esto describe un estilo de vida desenfrenado y rebelde, sin restricciones y fuera de control.

    5. Idolatría. Esto se refiere a la adoración pagana de ídolos o dioses falsos. La idolatría, en su sentido más amplio, puede incluir cosas tales como la adoración de posesiones materiales.

    6. Hechicería. Esto implica la práctica de magia y la participación en prácticas prohibidas tales como el espiritismo, la adivinación, la astrología y otras semejantes.

    7. Enemistad. Esto refleja un carácter de hostilidad, que guarda rencor y carece de amor.

    8. Pleitos. Esto se refleja en una actitud pendenciera. El contencioso tiene un espíritu contradictor y combativo. Es resentido.

    9. Celos. Los celos reflejan un espíritu egocéntrico que desprecia los logros o las victorias de otras personas. Exhibe una falta de amor. Las obras 7, 8 y 9 son probablemente algunos de los pecados favoritos de los cristianos, posiblemente debido a que pueden ser  fácilmente encubiertos o excusados.

10. Arrebatos de ira. Esto indica un carácter impetuoso con ataques de furia.

    11. Ambiciones egoístas. Esto encierra la idea de un despiadado deseo de obtener beneficios personales a expensas de los demás.

    12. Disensiones. Esto no impide que usemos formas legítimas de disentir. En lugar de eso, caracteriza una vez más el espíritu contencioso que está constantemente riñendo, peleando y creando disensiones en los grupos.

    13. Herejías. El significado raíz de esto implica una deliberada elección de opiniones que van contra la verdad establecida. Incluye mucho más que errores teológicos, ya que puede referirse también a errores expresados en actitudes y conductas.

    14. Envidia. La envidia implica el deseo de poseer lo que pertenece a otro. Esto puede incluir alimentar una mala voluntad hacia quienes disfrutan ciertos beneficios.

    15. Homicidios. Esto es evidente. La mayoría de los cristianos no son asesinos declarados, por supuesto, pero deberían tenerse en mente las palabras de Cristo acerca de aborrecer a nuestros hermanos (Mateo 5:22).

    16. Borracheras. Esto se refiere al uso excesivo del alcohol y, por inferencia, al abuso de drogas.

    17. Orgías. Esto encierra el estilo de vida del desenfrenado asistente a fiestas que disfruta las orgías desinhibidas o el abuso de la bebida.

    En contraste con esta lista de las obras de la carne, Pablo expone el fruto del Espíritu:

    El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5:22-23)

    Aquí, el Apóstol muestra el modelo de la auténtica rectitud. El fruto es designado como el fruto del Espíritu. El fruto es algo que es producido en nosotros. No nos pertenece. En nosotros mismos, solamente somos carne. La carne no produce nada sino más carne. Las obras de la carne son el fruto de la carne. La carne para nada aprovecha. Martín Lutero declaró que “nada” no es un “algo pequeño”.

    De tal palo, tal astilla. El producto viene del productor. La progenie recapitula la ontogenia. Sólo el Espíritu Santo puede concebir y producir el fruto del Espíritu. Podemos ser expertos predicadores sin el Espíritu. Podemos ser genios teológicos en la carne. Podemos ser elocuentes oradores sin poseer la gracia. No obstante, la única fuente del fruto del Espíritu es la obra del Espíritu Santo en nosotros.

    No es accidental que no elevemos el fruto del Espíritu a los primeros lugares como la prueba más alta de rectitud. La carne permanece tan presente en nosotros que preferimos usar otro criterio. La prueba del fruto es demasiado alta; no podemos superarla. De este modo, dentro de nuestras subculturas cristianas preferimos darle realce a alguna prueba menor de acuerdo a la cual podamos evaluarnos con un éxito mayor. Podemos competir entre nosotros con mayor facilidad si mezclamos algo de carne con el Espíritu.

    ¡Cuán difícil nos resulta ser medidos de acuerdo a nuestro amor! Y, por favor, no me evalúe según el criterio de la mansedumbre. Soy demasiado impaciente como para merecer que la paciencia sea considerada mi patrón de crecimiento. Es más fácil para mí predicar que ser tolerante. Me resulta más fácil escribir un libro sobre la paz que practicarla.

    El fruto del Espíritu incluye una lista de virtudes que en la superficie parecen ser cosas comunes. Juan Calvino habló de las virtudes que los paganos no regenerados son capaces de mostrar hasta cierto punto. Describió la “justicia civil” que practica el hombre natural. Por la gracia común de Dios, las criaturas caídas muestran una forma externa de justicia.

    La justicia externa es aquello que corresponde exteriormente a la ley de Dios pero carece de la motivación que se halla en un corazón dispuesto hacia el amor de Dios. Los incrédulos pueden amar por un afecto natural. Los esposos incrédulos sienten un afecto natural por sus esposas. Las madres incrédulas sienten un afecto natural por sus hijos. La música secular exalta la virtud del amor.

    De este modo, también las otras virtudes mencionadas como el fruto del Espíritu pueden manifestarse entre los impíos. Hubo momentos en que Adolf Hitler fue amable. Stalin tenía demostraciones momentáneas de mansedumbre. El faraón de Egipto en la época de Moisés permanecía paciente algunas veces. En nuestros propios días, los mormones se destacan por ser moderados.

    Es aquí donde está el problema. Si los incrédulos pueden manifestar las virtudes mencionadas en el fruto del Espíritu, ¿cómo podemos saber si la presencia de estas virtudes indica, de alguna manera, la presencia del Espíritu en nuestras vidas? Ningún fruto del Espíritu, exteriormente manifestado, es una prueba de la regeneración.

    Tal vez se debe a la facilidad de confusión que se produce entre la “justicia civil” y el fruto del Espíritu el hecho de que los cristianos tiendan a buscar en otro lugar los indicadores de la verdadera piedad. Sin embargo, la Biblia no nos deja ceder ante esa tentación. El Espíritu produce un fruto auténtico. Es su obra la que debemos cultivar en nuestras vidas (Puesto que aun los incrédulos pueden ser amables, bondadosos, pacíficos, etc., los cristianos generalmente se centran en intereses tales como la predicación y la escritura elocuente, etc. Ser bueno, manifestar el fruto del Espíritu de forma discreta es menos dramático pero posiblemente más piadoso que ser un excelente predicador, escritor religioso, cantante evangélico, etc.).

    Debemos aprender a discernir la diferencia entre la justicia civil y el fruto del Espíritu. La diferencia va más allá del grado. Es una diferencia de clase también.
    El fruto del Espíritu sale de lo común y es extraordinario. Es la diferencia que hay, por ejemplo, entre un amor que es común y un amor que no lo es, entre un amor ordinario y un amor extraordinario, entre el amor natural y el amor sobrenatural.

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Extracto del libro:
«El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul

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