​​ Dos preguntas debemos hacernos: ¿En qué situación estamos frente a Dios?  y ¿En qué situación estamos frente al hombre?. No hay ninguna uniformidad entre los hombres, sino una multiformidad infinita. En la creación misma se estableció la diferencia entre mujer y hombre. Los dones y talentos físicos y espirituales hacen que cada persona sea diferente de otra.

Las generaciones pasadas y nuestra propia vida personal crean distinciones. La posición social del rico y del pobre difiere mucho. Ahora bien, estas diferencias son debilitadas o acentuadas de una manera especial por cada forma de entender la vida, y el paganismo, el islamismo, el romanismo, el modernismo, y también el calvinismo, todos han asumido su posición en este asunto de acuerdo con su principio primordial.

Si, como declara el paganismo, Dios mora en la criatura, entonces se muestra una superioridad divina en todo lo que es alto entre los hombres. De allí vienen sus semidioses, la adoración a los héroes, y finalmente sus sacrificios sobre el altar del Divus Augustus. Por el otro lado, todo lo que es inferior es considerado como sin Dios, lo que hizo surgir los sistemas de castas en India y Egipto, y la esclavitud en cualquier otro lugar, poniendo al hombre en una sujeción bajo su prójimo.
 
En el islamismo, que sueña de su paraíso de houries, la sensualidad usurpa una autoridad pública, y la mujer es la esclava del hombre, igual como el kafir (incrédulo) es el esclavo del musulmán.

El romanismo, teniendo sus raíces en suelo cristiano, supera el carácter absoluto de la distinción y la vuelve relativa, para interpretar cada relación del hombre al hombre jerárquicamente. Hay una jerarquía entre los ángeles de Dios, una jerarquía en la iglesia de Dios, y así también una jerarquía entre los hombres; lo que lleva a una interpretación enteramente aristócrata de la vida como incorporación del ideal.

Finalmente el modernismo, que niega y aniquila cada diferencia, no puede descansar hasta que haya convertido a la mujer en hombre y al hombre en mujer, y poniendo toda distinción en un nivel común, mata la vida al ponerla bajo el confinamiento de la uniformidad. Un solo tipo tiene que responder por todos, un solo uniforme, una sola posición, y uno y el mismo desarrollo de la vida; y todo lo que vaya más allá y por encima de ello, es considerado como un insulto de la conciencia común.

De la misma manera, el calvinismo derivó de su relación fundamental con Dios una interpretación propia de la relación del hombre con el hombre, y esta es la única relación verdadera que desde el siglo XVI ha ennoblecido la vida social. Si el calvinismo pone nuestra entera vida humana inmediatamente ante Dios, entonces se sigue que todos, hombres o mujeres, ricos o pobres, débiles o fuertes, aburridos o alegres, como criaturas de Dios y como pecadores perdidos, no tienen ningún derecho de enseñorearse unos de los otros, y estamos como iguales ante Dios, y en consecuencia iguales de hombre a hombre. Por tanto no podemos reconocer ninguna distinción entre los hombres, aparte de aquellas que han sido impuestas por Dios mismo, en cuanto Él dio a uno autoridad sobre el otro, o enriqueció a uno con más talentos que al otro, para que el hombre con más talentos sirva al que tiene menos, y en él le sirva a su Dios. Por tanto, el calvinismo condena no solamente toda esclavitud abierta y sistemas de casta, sino también toda esclavitud encubierta de la mujer y del pobre; es opuesto a toda jerarquía entre los hombres; no tolera a ninguna aristocracia excepto aquella que sea capaz, sea en persona o en familia, por la gracia de Dios, de mostrar una superioridad de carácter o talento, y de demostrar que no reclama esta superioridad para engrandecerse a sí mismo ni por orgullo ambicioso, sino para invertirla en el servicio a Dios. Así tuvo que encontrar el calvinismo su expresión en la interpretación democrática de la vida; en proclamar la libertad de las naciones; y en no descansar hasta que tanto política como socialmente cada persona, simplemente por el hecho de ser humano, sea reconocida, respetada y tratada como una criatura creada según la semejanza de Dios.

Esto no era un producto de la envidia. No era el hombre de clase baja que redujo a su superior a su propio nivel para usurpar la posición más alta, sino que eran todos los hombres arrodillados juntamente a los pies del Santo de Israel. Por eso, el calvinismo no rompió repentinamente con el pasado. Igual como el cristianismo en su etapa temprana no abolió la esclavitud, pero la minó por un juicio moral, así también el calvinismo permitió la continuidad provisional de las condiciones de jerarquía y aristocracia como tradiciones pertenecientes a la Edad Media. Guillermo de Orange no fue acusado por ser un príncipe de linaje real; él fue honrado más por ello. Pero por dentro, el calvinismo modificó la estructura de la sociedad, no por la envidia entre las clases, ni por una estima indebida por las posesiones de los ricos, sino por una interpretación más seria de la vida. Por medio de un mejor trabajo y un desarrollo más elevado del carácter, la clase media y trabajadora provocaron la nobleza. Primero hay que mirar a Dios, y después al prójimo, este era el impulso, la mente y la costumbre espiritual que introdujo el calvinismo. Y desde este santo temor a Dios y esta posición unida ante el rostro de Dios, una idea democrática más santa se desarrolló, y continuamente ganó terreno.

Este resultado se consiguió por la compañía en el sufrimiento. Cuando, aunque leales a la fe romana, los duques de Egmont y de Hoorn subieron al mismo patíbulo donde el trabajador y el tejedor habían sido ejecutados por causa de una fe más noble, la reconciliación entre las clases recibió su confirmación en esta muerte amarga. Por sus persecuciones sangrientas, Alva el aristócrata hizo avanzar el desarrollo del espíritu de la democracia. El haber puesto al hombre en un nivel de igualdad con el hombre, en lo que se refiere a los intereses puramente humanos, es la gloria inmortal que pertenece al calvinismo. La diferencia entre ello y el sueño salvaje de igualdad en la Revolución Francesa consiste en que en París se hizo una acción concertada contra Dios, mientras aquí todos, ricos y pobres, estaban en sus rodillas ante Dios, consumidos por un celo común por la gloria de Su Nombre.

Este trabajo fue expuesto en la Universidad
de Princeton en el año 1898 por  Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue
Teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre
de Ámsterdam.

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar