En la segunda parte de la descripción paulina del archienemigo, se habla de la fuerza o los poderes con los cuales el demonio apoya sus reivindicaciones de soberanía. Si fuera un soberano impotente, podríamos hacer caso omiso sin más de su autoexaltación. Pero además de las huestes demoníacas que le siguen y que son sus secuaces, tiene cierto grado de poder para respaldarla. Puede ser útil explorar el poder de los demonios considerando lo siguiente: sus nombres, naturaleza, número, orden y unidad, y las grandes obras que se les acreditan.
Primero, ¿cómo reflejan sus nombres el poder que ostentan? Los demonios tienen nombres muy poderosos que se les atribuyen en la Palabra. Satanás se destaca como el más poderoso de todos. Se le llama “el hombre fuerte” (Lc. 11:21); tan fuerte que guarda su casa en paz, desafiando a todos los hijos de Adán. Sabemos por experiencia propia que sangre y carne no pueden con él. Cristo tenía que venir desde el Cielo para destruirlo a él y a sus obras, o moriríamos todos en nuestros pecados.
También se le llama el “león rugiente” (1 P. 5:8), el rey de la jungla. Cuando el león ruge, su voz atemoriza tanto a las presas que puede andar tranquilamente entre ellas y devorarlas sin resistencia. Tal león es Satanás, que se mueve a sus anchas entre los pecadores, apresándolos a voluntad (2 Tim. 2:26). Los atrapa vivos tan fácilmente como el cazador tienta al pájaro con un trozo de pan haciéndolo caer en la red. A decir verdad, el diablo encuentra tan ingenuos e impotentes a los pecadores que solo necesita presentarse con una propuesta para que cedan sin más. Solo los hijos del Dios Altísimo se atreven a oponérsele, y hasta la muerte si hace falta.
Otro nombre de Satanás es “el gran dragón escarlata”, que con su cola —los hombres malos— “arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo” (Ap. 12:3,4). También se le llama “el príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2:2), porque como príncipe puede reunir a sus súbditos y llamarlos a filas en cualquier momento.
Pero el título más poderoso es el de “el dios de este mundo” (2 Cor. 4:4). Se le otorga porque los pecadores lo adoran como a un dios, reverenciándolo erróneamente igual que hacen los cristianos con Dios mismo.
La naturaleza de los demonios los hace también poderosos. Recuerda que estas criaturas caídas eran ángeles y aún no están despojados de todo su poder. La Palabra confirma el poder de los ángeles: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza” (Sal. 103:20). También se dice que los israelitas comieron pan de fuertes o de ángeles (Sal. 78:25, LBLA). Este poder de la naturaleza angelical se manifiesta ante todo en la superioridad sobre las demás criaturas. Se coloca a los ángeles en el pináculo de la creación. El hombre está por debajo de ellos, según Hebreos 2:7. En la creación, el superior tiene poder sobre el inferior: las bestias sobre la hierba, el hombre sobre las bestias, y los ángeles sobre el hombre.
Además, los ángeles son superiores por la espiritualidad de su naturaleza. La debilidad del hombre estriba en su carne: su alma fue hecha para grandes empresas, pero se ve lastrada por un trozo de carne y tiene que remar al ritmo de su compañero más débil. Los demonios, siendo ángeles por virtud de su creación, no tienen este estorbo, ni el humo del intelecto carnal nubla su comprensión; no llevan zuecos en los pies que ralenticen su marcha. Son como rápidas llamas de fuego arrastradas por el viento. Siendo espirituales, no se les puede resistir con fuerza humana. No hay fuego ni espada que los dañe. Nadie es lo bastante fuerte como para atarlos excepto Dios, el Padre de los espíritus.
Por su caída el diablo perdió gran parte de su poder con relación al estado feliz y santo en el cual había sido creado, pero no perdió su capacidad innata. Sigue siendo un ángel, y teniendo poder de ángel.
Además de sus nombres y su naturaleza, el gran número de los demonios aumenta su poder. ¿Qué hay más ligero que un grano de arena? Pero el número confiere peso. ¿Qué animal hay más pequeño que el piojo? Sin embargo, cuánta desdicha causó a los egipcios una plaga de ellos. Piensa lo formidables que son los demonios, que por su naturaleza son tan poderosos y por su número son una gran multitud. Satanás tiene suficientes demonios para acosar a toda la tierra: no hay un lugar bajo el cielo donde no cuente con un destacamento, ni persona a la que alguno de estos espíritus malditos no siga adondequiera que vaya.
Para servicios especiales, Satanás puede enviar una legión con objeto de constituir una guarnición en una sola persona (Mr. 5:9). Y si puede permitir a tantos atacar a uno solo, ¿cuántos habrá en todo el ejército satánico? No te sorprenda la dificultad de tu marcha hacia el Cielo, ya que tienes que atravesar el territorio mismo de esta multitud demoníaca. Cuando Dios expulsó a los rebeldes del Cielo, estos se convirtieron en forasteros en la tierra. Desde entonces vagan de aquí para allá, buscando lastimar a los hijos de los hombres, especialmente a aquellos que van camino al Cielo.
Además de su gran número, la unidad y el orden entre los demonios los hacen aún más formidables. No se puede decir que exista amor entre ellos —ese fuego celestial no puede arder en el seno demoníaco—, pero hay una unidad y un orden respecto a su meta común de vencer a Dios y a los hombres. Unidos no por lazos de amor sino de odio y política, saben que no tienen futuro si no concuerdan en sus malvados designios.
¡Son muy fieles a esta maligna hermandad! El Señor testificó de ello cuando dijo: “Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido” (Mt. 12:26). ¿Has oído hablar de algún motín en el ejército satánico? ¿O que algún ángel apóstata ofreciera libremente un alma a Cristo?
Son muchos, pero hay un espíritu de maldad en todos ellos. Un demonio le dijo a Cristo: “Legión me llamo, porque somos muchos” (Mr. 5:9). Observa que no dijo: “Nos llamamos”. Esos espíritus malditos colaboran en sus tretas y se procurarán la cooperación humana cuando puedan. No se contentan con la mera obediencia; obran en las almas más tenebrosas para extraerles un leal juramento, como en el caso de las brujas.
Otra declaración del poder de los demonios está en sus grandes obras. ¡Este príncipe de la potestad del aire puede producir efectos terribles en la naturaleza! No es ningún creador, de forma que no puede fabricar ni un soplo de aire, ni una gota de agua, ni una chispa de fuego. Pero suelto en el almacén de Dios, usará las herramientas del Creador con tal destreza que nadie le podrá hacer frente. Es capaz de revolver el mar hasta que sus profundidades hiervan como una olla, y de mover el aire para formar tempestades y tormentas que amenacen con derribar los mismos cielos. Puede encender la mecha del cañón celestial y causar truenos y relámpagos tan terribles que no solo asustan, sino que producen grandes daños. Si lo dudas, lee cómo mató a los hijos de Job enviando un viento fuerte que los enterró en las ruinas de su casa (Job 1:19).
Su poder tampoco se limita a los elementos naturales. También le da control sobre los animales. Recuerda el hato de cerdos que arrojó al mar. Aparentemente —con el permiso de Dios— tiene también algún poder sobre los cuerpos humanos; porque leemos que las llagas de Job no eran una aflicción física natural, sino el rastro de Satanás en su carne.
Todos estos ataques son poca cosa para Satanás. Su gran malicia se reserva para las almas humanas. Él utiliza una molestia física para trastornar el equilibrio del alma. Sabe lo pronto que se perturban su paz y su descanso con los gemidos y quejas del cuerpo bajo cuyo techo mora. Verdaderamente, aunque Satanás no tuviera otro vehículo para obrar su voluntad en nosotros que nuestra débil constitución, seguiría teniendo una gran ventaja. Me entristece ver cómo el alma cae tan por debajo de su origen divino. El cuerpo, pensado para ser su siervo, se ha convertido en su dueño, y la gobierna con mano dura.
Sin embargo, Satanás no se limita a hostigar nuestros cuerpos para llegar al alma. Tiene un atajo para ello. Cuando el primer hombre cayó, astilló el parapeto de su alma contra el pecado y dejó abierto el camino para que el espíritu de Satanás entrara, con maletas y todo, y se sintiera en su casa. Este no dejaría ni un alma de la tierra desocupada si Dios no pusiera freno al desfile. El poder salvador y guardador de Cristo es lo único que nos protege de este intruso.
- – – – –
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall