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En el libro de Daniel tenemos una descripción sobre el curso normal de los reinos de este mundo. Belsasar, rey de Babilonia, había hecho un gran banquete en el cual había profanado los vasos del templo de Dios traídos desde Jerusalén. En el medio del banquete, apareció una mano escribiendo sobre la pared del palacio, y Belsasar estaba asustado. La escritura decía: «MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN. Esta es la interpretación del asunto: MENE: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin. TEKEL: Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto. PERES: Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas» (Dn. 5:25-28).

Daniel le dijo al rey: «El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza, la gloria y la majestad… Mas cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria. Y fue echado de entre los hijos de los hombres, y su mente se hizo semejante a la de las bestias, y con los asnos monteses fue su morada. Hierba le hicieron comer como a buey, y su cuerpo fue mojado con el rocío del cielo, hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place. Y tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto.» (Dn. 5:18,20-22)

Esa misma noche Belsasar fue muerto y Darío reinó en su lugar. Este es el curso de los reinos humanos. Dios permite que una persona o un grupo se levante por encima de sus iguales en poder, su triunfo los enorgullece y entonces Dios los separa del lugar de poder. Los poderes humanos nacen y decaen, pero Dios reina por encima de estos vaivenes de la historia humana. Dios es el Soberano de la historia humana, aun sobre los reinos que están en rebelión contra Él. Este aspecto del «Reino de Dios» nos sirve de consuelo para quienes de lo contrario estaríamos trastornados por los acontecimientos tan alborotados de este mundo. Jesús dijo: «No os afanéis por vuestra vida» (Mt…6:25-34), y añadió que si bien siempre habrían «guerras y rumores de guerras» sus seguidores no deberían estar preocupados por ello (Mt. 24:6).

Un segundo hecho importante sobre el gobierno de Cristo es que también tiene una dimensión para hoy. Jesús comienza ejerciendo su gobierno sobre el alma de la persona, trayéndola a la fe y guiándola de ahí en adelante y, luego, gobernando y dirigiendo a su iglesia para que los principios del Reino puedan ser vistos en la iglesia y de allí puedan salir y tener influencia sobre un mundo impío. Cuando oramos «Venga tu reino», como lo hacemos en el Padre Nuestro, tenemos en mente este Reino presente (y no simplemente una futura venida). Pablo define el Reino de Dios como una realidad del tiempo presente: «porque el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro. 14:17). Desgraciadamente, algunos han extrapolado esta conciencia de la expansión del gobierno de Dios sobre su iglesia y el mundo y han hecho la presuposición errónea de que el Reino de Dios llega a dondequiera que las personas creen en Cristo y responden al evangelio, el Reino inevitablemente continuará expandiéndose hasta que todo o casi todo el mundo crea. Este punto de vista fue muy popular durante el Siglo XIX.

Hoy, después de la realidad de dos guerras mundiales, una guerra fría, y la evidente decadencia de la influencia del cristianismo sobre el mundo occidental, ha decaído el entusiasmo de este tipo de razonamiento. De todos modos, es sorprendente que esta línea de pensamiento haya sido alguna vez seguida. El mismo Señor había advertido sobre esto en las parábolas del Reino (Mt. 13), enseñando que vastas porciones del mundo nunca serían convertidas, que los hijos del diablo estarían presentes hasta el final, incluso dentro de la iglesia, que su Reino sería total sólo en los tiempos finales, y que incluso entonces sería establecido sólo por su poder y a pesar de una animosidad continua e intransigente.


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

 

 

 

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