En BOLETÍN SEMANAL

La naturaleza del hombre descrita en la Biblia, es totalmente depravada. Pero ¿qué es exactamente lo que significa cuando decimos que el hombre está totalmente depravado? ¿Queremos decir que no hay ningún bien que pueda encontrarse en él? En absoluto. El hombre, retiene «los destellos de la luz natural mediante los cuales conserva algún conocimiento de Dios, de las cosas naturales y de la diferencia entre el bien y el mal y descubre algún aspecto de la virtud, del buen orden en la sociedad, y para el mantenimiento de un buen comportamiento ordenado externamente.  

Pero todo esto puede ser muy engañoso, especialmente cuando el hombre se ha envuelto con la capa de la educación, la cultura y la sociabilidad. Es lo bastante falaz para que se aparte del hecho último, es decir, que todo elemento de su ser ha sido tocado y contaminado por la corrupción.

Con todo, la corrupción de cada faceta del ser humano puede ser percibida muy pronto. Físicamente la semilla de la muerte reside en su cuerpo desde el nacimiento; y un día inevitablemente tiene que morir. Su mente está deteriorada hasta el grado de que ahora «ve, pero a través de un cristal oscurecido». Sus pensamientos no son los pensamientos de Dios, y sus caminos no son los caminos de Dios. Sus emociones son tales, que se encuentra plagado por los deseos de la carne y las imaginaciones de su malvado corazón.

¿Cómo ha llegado a ser todo esto? La respuesta es que esto ha ocurrido a causa de su rebelión contra Dios llevado a cabo por los primeros padres en el mundo. Cuando el padre y la madre de la raza humana pecaron contra Dios, violando su mandato, esto tuvo como resultado dos consecuencias extremadamente graves. Primera, la naturaleza del hombre quedó deformada, corrompida y destruida. Dios había creado al hombre a Su propia imagen ; el hombre era santo; puro y justo. Pero por un acto de su voluntad el hombre rompió todo esto. Al hacerlo, hizo más que una acción pecadora. Experimentó las consecuencias internas dentro de su propio ser, que hizo naufragar la naturaleza santa y pura en la cual había sido creado.

En segundo lugar, perdió el contacto y la comunión íntima con Dios. Quedó apartado y separado de Dios. Dios había advertido a los primeros padres del género humano que si desobedecían Su mandato, morirían con absoluta seguridad, y así ocurrió. Y éste es el significado de la muerte, el quedar apartado de Dios. Confío en que tu no negarás esta verdad por el hecho de que Adán y Eva siguieran viviendo físicamente después de su pecado. La flor que es arrancada de la planta y colocada en un jarrón para decorar la mesa del comedor tiene toda la apariencia de estar viva. Pero está muerta; quedó destinada a languidecer y a morir desde el momento en que quedó desgajada, ya que en ese momento quedó separada de la fuente y el manantial de su vida. Así pues, el hombre desde el momento en que su pecado le apartó de Dios, estuvo destinado a languidecer y a morir.

Esto es lo que el apóstol Pablo quiere decir cuando escribió que el hombre natural está muerto en sus delitos y pecados. Está separado de Dios, desgajado de Él, y en consecuencia, separado completamente del manantial de su vida.

Y cuando el hombre quedó desgajado de Dios, del manantial de su vida y de toda bondad y pureza, su naturaleza se marchitó y se secó. Todos los elementos de su ser languidecieron y quedaron corrompidos, como si se tratase de una deshidratación espiritual.

Es esta naturaleza corrompida y depravada la que se transmite de padre a hijo. Los hijos a quienes damos la vida al nacer, no vienen a la luz con la naturaleza pura y sin mancha, tal como Dios creó al hombre al principio. En la biología elemental una de las primeras reglas que el estudiante aprende es: «Como has sido engendrado, engendrarás». Por consiguiente, de la misma manera que los padres transmiten al hijo ciertas características físicas y mentales, así transmiten su condición espiritual. La Palabra de Dios declara que somos nacidos en el pecado y concebidos en iniquidad; esto significa que la naturaleza corrupta del padre es transmitida al hijo.

De esa naturaleza corrompida y depravada, nacen los problemas del hombre; sus problemas personales, y de familia, sus problemas sociales, y económicos, sus problemas políticos, nacionales e internacionales. Todavía más importante es el hecho de que esta es la raíz de su alineación y rebelión contra Dios.

Este hecho apunta a dos importantes consideraciones para nuestra generación y para todas las generaciones pasadas y futuras. Cualquier corrección de las enfermedades del hombre, desde las personales a las internacionales, tienen que tener lugar dentro del propio hombre.

Esto quiere decir que el hombre jamás resolverá sus problemas por el hecho de cambiar solamente su entorno. Esta declaración herirá a muchos. Los benefactores profesionales y aquellos que se gozan en gastar el dinero público o el de la filantropía en sus esquemas sociológicos y sociales, no les gusta encararse con este hecho.

Existe una teoría de que todo el mal puede quedar abatido, si se alteran las circunstancias externas de las vidas del pueblo. Póngase a una familia en un hogar mejor, en un distrito residencial mejor, póngasele una variedad más selecta de alimentos sobre su mesa, déseles un automóvil más grande y un aparato de televisión mejor, déseles a los niños parques, terrenos de juego y alimentos de mejor calidad, y, se cree, como ya hemos dicho, que todo irá perfectamente.

La verdad es que eso no ha funcionado. Jamás en la historia del mundo ha existido una nación que haya sido bendecida con el nivel material de vida como el que tenemos en América. Disponemos de la mayor parte del material para el hogar, la mayor parte de cuartos de baño y teléfonos del mundo, la mayor cantidad de aparatos de radio y televisión, y la mayor parte de los automóviles del mundo, pero el problema no ha sido resuelto, de ningún modo. Por el contrario, todas las estadísticas disponibles resaltan el hecho de que la situación moral y espiritual en América está sufriendo un declive aterrador.

¿Por qué no ha funcionado? Porque el problema básico está dentro del hombre, y no a su alrededor. El problema fundamental está en su propia alma, carcomiendo el mismo núcleo de su ser. El zumo de naranja y la leche de primera clase puede que refuercen los huesos y proporcionen energía a los músculos, pero no afectan la raíz del problema humano, que  se deriva del hecho de que el hombre es un ser espiritual y su espíritu está deteriorado y falto de vida.

¿Cómo, pues, se resolverá el problema del hombre? ¿Cuál es la solución para la situación humana presente? El hombre tiene que ser restaurado, uniéndolo al manantial de toda vida que es Dios. Esto sólo puede llevarse a cabo mediante Jesucristo que es capaz de reconciliar al hombre dentro de la familia divina mediante la redención, por la cual, gracias a la acción del Espíritu de Dios, es capaz de restaurar el hombre a la imagen de Dios.

Esto queda aclarado en el Tercero y Cuarto Títulos de la Doctrina, art. VI:

«Lo que, en este caso, ni la luz de la naturaleza ni la Ley pueden hacer, lo hace Dios por el poder del Espíritu Santo y por la Palabra o el ministerio de la reconciliación, que es el Evangelio del Mesías, por cuyo medio plugo a Dios salvar a los hombres creyentes tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.»

Cuando el Espíritu de Dios fluye dentro de la vida del hombre, se rejuvenece su alma. Nace de nuevo, esto es, una nueva vida queda implantada en su interior. La naturaleza corrompida y depravada queda reemplazada por una nueva y santa naturaleza. Es un hombre nuevo. Construye para sí mismo una nueva vida, y en la misma medida se convierte en un instrumento de Dios para traer nueva vida a otros, y que ejerce su cristiana influencia en la sociedad que le rodean está construyendo una nueva sociedad y un nuevo mundo.

            Queda un último hecho de suprema importancia. El hombre nuevo debe su nueva naturaleza enteramente a Dios quien la hizo posible, mediante la obra del Espíritu Santo. Un atributo de la depravación del hombre natural es su orgullo. Quiere ser conocido como el que resuelve sus propios problemas, el salvador de su propia alma. Incluso después de que Dios ha implantado la nueva vida en su alma, el hombre tiene que cuidar de que su orgullo no continúe afectándole. El hombre desea creer que él ha tenido algo que ver con su nueva condición. Quiere creer que de algún modo ha cooperado en su propia salvación.

Esto es una terrible locura. Recordemos que el hombre natural está espiritualmente muerto; está muerto en sus transgresiones y pecados. Como la flor arrancada de la planta, el manantial de su vida ha sido cortado. Es un cadáver espiritual.

A este respecto, la Palabra de Dios nos suministra una imagen dramática en la profecía de Ezequiel. Ezequiel relata la visión que tuvo de un gran valle sembrado con los huesos secos y blanqueados de hombres por largo tiempo muertos. Mirando aquello, el Señor le preguntó: «Ezequiel, ¿vivirán esos huesos?» El profeta contestó: «Señor, Tú lo sabes».

La lección obvia, es que solamente Dios, ejerciendo Su poder divino, puede dar nueva vida a los muertos. Un cadáver no se levanta de su ataúd. Sólo un acto sobrenatural puede levantarle y traerle nuevamente a la vida.

Así ocurre con el hombre en la cuestión de la salvación. El cadáver espiritual no puede levantarse, a menos que Dios ponga vida en su interior. Esto fue lo que Jesús afirmó, cuando dijo: «El Espíritu es el que da la vida… ningún hombre puede venir a mí si no le fuere dado del Padre» (Juan 6:63-65). Nuevamente, dice Jesús: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trajere» (Juan 6:44). ¿Y por qué no? Porque sólo Dios tiene poder para traer a la vida el cadáver espiritual.

Jesús también evidencia esta verdad en otros términos. Dijo: «El que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:15). Lo mismo nos enseña Jesús cuando dice: «los cuales son nacidos, no de sangre ni de voluntad de la carne ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1:13).

No podemos enfatizar suficientemente este hecho. ¿Es tan importante saber cómo el hombre recibe salvación y vida eterna?  Sí, ciertamente. El hombre nuevo es un ser humilde. Debe saber que su salvación no procede de sus obras. Tiene que saber que no puede jactarse de cuanto ha tenido que ver con su decisión, aparte de la actuación de Dios. Tiene que saber que pasó de muerte espiritual a vida espiritual por el poder de Dios. Tiene que saber también que, sólo porque Dios en su gracia le dio el Espíritu, estuvo en condiciones de comprender la realidad de sus pecados y arrepentirse de ellos. Es preciso que sepa, que sólo porque en su gracia Dios le dio el Espíritu, fue capaz de conocer, sentir y expresar la fe en Jesucristo como el Salvador de su alma. Y entonces hará lo que el hombre que fue creado tiene que hacer: glorificar a Dios.

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Extracto del libro: “La fe más profunda” escrito por  Gordon Girod

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