La predestinación es la aplicación de la doctrina de los decretos de Dios a la esfera específica de la salvación. Como Dios, en su propósito eterno de acuerdo con el consejo de su voluntad, hace que sucedan todas las cosas, así pasa también que de acuerdo con el consejo de su voluntad sucede que algunos hombres se salven y otros sean castigados por sus pecados. La salvación, por tanto, no depende en último término de ningún acto de la voluntad humana, ni siquiera del acto de fe en Jesucristo. La fe misma se produce, en aquellos que son salvos de acuerdo con el propósito eterno de Dios. No están predestinados a salvarse porque creen, sino que pueden creer porque están predestinados.

Vimos cómo esta doctrina penetra por completo la Biblia entera. Se enseña en forma implícita en el Antiguo Testamento, y de mono plenamente explícito en el Nuevo Testamento.

Pero por clara y completa que sea la enseñanza de la Biblia respecto a esta gran doctrina, muchas personas   incluso muchos cristianos  la encuentran muy difícil.

¿De dónde procede tal dificultad?

Bien, en parte, sin duda de que la doctrina contradice en forma tan directa muchas de nuestras ideas preconcebidas. Hace a Dios demasiado grande y al hombre demasiado pequeño para agra-dar al orgullo humano. Estamos demasiado dispuestos a hacer depender la salvación del hombre de algo que esté en el hombre mismo.
Con todo me parece que sería una equivocación dar con esto por zanjadas las dificultades de tantos. Algunas, aunque no todas, de las dificultades que las personas experimentan ante la doctrina de la predestinación se deben al hecho de que la gente no la entiende bien. Creen que significa lo que no significa, y por ello la descartan con un horror que la doctrina genuina no merece en absoluto.

Por esto deseo, en esta charla, especificar un par de cosas que la doctrina de la predestinación no significa.

No significa, en primer lugar, que el que Dios elija a algunos para que se salven mientras pasa por alto a otros se deba a pura casualidad o sea algo arbitrario.

En realidad no conocemos la razón de la elección de Dios. Sólo sabemos que sea cual fuere la razón, no se encuentra en una receptividad superior al evangelio por parte de los elegidos; no se halla en el reconocimiento por parte de Dios de una capacidad superior de estas personas para creer en Jesucristo. Por el contrario los que se salvan merecen la muerte eterna tanto como los que se pierden, y, al igual que éstos, son del todo incapaces de creer en Cristo hasta que no nacen de nuevo por un acto que es exclusivo de Dios. Incluso la fe que tienen es fruto del Espíritu Santo de acuerdo con la elección que Dios ha hecho de ellos desde la eternidad. Así pues su salvación no se debe a nada que haya en ellos. Es fruto de sólo la gracia.

Pero porque no sepamos cuál sea la razón de que Dios elija a unos y no a otros, esto no significa que no exista ninguna razón. De hecho, hay sin duda una razón absolutamente buena y suficiente. De esto podemos estar del todo seguros. Dios nunca actúa en forma arbitraria; siempre lo hace de acuerdo con su sabiduría infinita; todos sus actos se encaminan a fines infinitamente elevados y dignos. Y debido a esto debemos confiar en Él. No sabemos por qué Dios ha obrado de esta manera y no de la otra, pero conocemos al que sabe y descansamos en su justicia, bondad y sabiduría infinitas.

Me parece que el cristiano se precia en su ignorancia de los consejos de Dios en este caso. Se regocija de no saber. Los himnos de la iglesia evangélica están llenos de alabanzas de la maravilla de la gracia de Dios. Es tan extraño, tan absolutamente misterioso que Dios haya tenido misericordia de pecador es como nosotros. No merecíamos sino su ira y maldición. Hubiera sido del todo justo que nos hubiéramos perdido como otros; es una maravilla inigualable que seamos salvos. No podemos ver por qué; ni podríamos siquiera creerlo a no ser que estuviera escrito con tanta claridad en la Palabra de Dios. No nos queda más que descansar en este misterio supremo de gracia.

En segundo lugar, la doctrina de la predestinación no quiere decir que Dios se alegre de la muerte del pecador. La Biblia afirma con suma claridad lo contrario. Escuchen este gran versículo del capítulo treinta y tres de Ezequiel: «Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva.»

Lo mismo se enseña en la primera Carta a Timoteo, donde se dice: «E1 cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.»

Este último versículo no puede significar que Dios ha determinado con un acto de su voluntad que todos los hombres se salven. De hecho no todos los hombres son salvos. La Biblia lo afirma con suma claridad; de lo contrario todas las solemnes advertencias que contiene serían una burla. Pero si, cuando de hecho no todos los hombres son salvos, Dios hubiera determinado que todos se salvaran, entonces ello significaría que el decreto de Dios no se ha cumplido y que su voluntad ha sido conculcada. En este caso Dios dejaría simplemente de ser Dios.

El versículo debe significar algo completamente diferente de eso tan blasfemo. Esto está claro. Pero ¿qué significa? Me inclino a pensar que significa lo mismo que el gran pasaje de Ezequiel; me inclino a pensar que significa simplemente que Dios se complace en la salvación de los pecadores y que no se complace en el castigo de los no salvos.

En realidad algunos han sostenido otro punto de vista. Se ha sugerido que la expresión «todos los hombres» en este versículo de 1 Timoteo significa «toda clase de hombres,» y que el versículo está escrito contra los que limitaban la salvación a los judíos en contraposición a los gentiles o a los sabios en contraposición a los necios. El contexto en el cual se encuentra este versículo favorece en cierto modo este punto de vista. Pero me inclino más bien a pensar que la expresión «todos los hombres» ha de tomarse en forma más literal, y que el versículo significa que Dios se complace en la salvación de los salvos, y no se complace en el castigo de los que se pierden, de tal modo que por lo que se refiere al agrado en lo que sucede El desea que todos los hombres sean salvos.

Sea como fuere, éste es sin duda el significado del pasaje de Ezequiel, prescindiendo de lo que signifique el de I Timoteo y es en verdad un significado precioso. El castigo de los pecadores   su castigo justo por el pecado   ocupa, como hemos visto, un lugar en el plan de Dios. Pero la Biblia dice bien claro que Dios no se complace en ello. Es necesario para que se cumplan fines elevados y dignos, por misteriosos que estos fines nos resulten; ocupa un lugar en el plan de Dios. Pero en sí no es algo en lo que Dios se complazca. Dios es bueno. Se complace no en la muerte de los malos sino en la salvación de los que son salvos por su gracia.
En tercer lugar, la doctrina de la predestinación no significa que los hombres se salven contra su voluntad o que sean condenados al castigo eterno cuando desean creer en Cristo y ser salvos.

Creo que de este malentendido nace en realidad en la mente de tantas personas, la objeción básica a la gran doctrina que hemos expuesto.

Tienen una especie de idea de que la doctrina de la predestinación significa que algunos, antes de decidir si van a creer en Cristo o no, pueden saber de antemano si están predestinados a salvarse o a ser destruidos.

Imaginan que alguien dice   en el supuesto de que la doctrina de la predestinación sea cierta : «He escuchado el evangelio; me conmueve algo; no me costaría aceptarlo : pero para qué serviría; de todos modos ya ha sido determinado de antemano si voy a salvarme a perderme; ¿qué importa, por tanto, que decida yo?» 0 bien, lo cual parece todavía más horrible,   imaginan que alguien dice, siempre en el supuesto de que la doctrina de la predestinación sea verdadera : «He escuchado el evangelio; ojalá fuera uno de los que lo aceptan; pero, éstos están predestinados a ser salvos, figuran entre los elegidos de Dios; yo, en cambio, he sido predestinado a la destrucción, de modo que, aunque luche, no me queda ninguna esperanza.»

0   para tomar otro ejemplo   imaginan que alguien dice, siempre en el supuesto de que la doctrina de la predestinación sea verdadera : «Yo formo parte de los elegidos de Dios; desprecio a los que no están entre los elegidos; y como he sido elegido puedo vivir como me plazca, con la seguridad de que en último término el plan de Dios se realizará y entraré en la bienaventuranza cuando muera.»

Estos tres ejemplos horribles, y muchos más semejantes a ellos, se basan en una noción completamente equivocada de lo que significa la doctrina de la predestinación.

Esta doctrina no significa que los que están predestinados a la vida eterna lean salvos contra su voluntad. Por el contrario, sólo los que están dispuestos a aceptar a Jesucristo tal como se nos ofrece en el evangelio son salvos. Supongan que alguien dice : «He decidido no creer en Jesucristo.» ¿Puede un hombre así consolarse pensando que quizá después de todo está ya predestinado para la vida eterna? Cierto que no, con tal de que la decisión de no creer en Cristo sea su última palabra. Nadie que no tenga voluntariamente fe en Cristo es salvo. Esto está bien claro.

Pero cuando alguien confía voluntariamente en Cristo, ¿está ese acto de la voluntad del hombre fuera del propósito de Dios? Esto es lo que la Biblia niega en forma radical. No, no está fuera del propósito de Dios. Nadie se salva contra su voluntad. Esto es evidente. Pero su voluntad misma está determinada de acuerdo con el plan eterno de Dios.

Me parece que puedo aclarar en forma precisa qué quiero decir con un ejemplo bien sencillo de la Biblia misma.

Cuando Pablo se hallaba a bordo del barco de Alejandría que lo conducía prisionero a Roma, dijo a los asustados marineros y pasajeros: «No habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, si-no solamente de la nave.»  Dijo esto como profeta, bajo inspiración espiritual, tal como indicó expresamente a los que estaban con él. El plan eterno de Dios le había sido revelado en parte. Estaba predestinado en el propósito de Dios que nadie de a bordo perdiera la vida. La preserva-ción de los que estaban en el barco era absolutamente segura antes de que se cumpliera.

Bien, entonces. De momento todo está bien. Pero ¿qué leemos un poco más adelante? ¿Qué dijo Pablo a los que estaban con él en el barco un poco después? Lo siguiente : «Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros.» Los marineros, a saber, habían estado a punto de huir del barco en un bote. Para detenerlos Pablo dijo al centurión y a los soldados: «Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros.»

Antes había dicho a los del barco que nadie perdería la vida. Así lo había dispuesto la autoridad de Dios; era absolutamente seguro; estaba predestinado. Con todo ahora les dice que lo que era tan cierto no ocurriría a no ser que se cumpliera cierta condición. No ocurriría a no ser que los marineros permanecieran en el barco.

¿Acaso el poner dicha condición destruyó la certeza del cumplimiento del plan de Dios de acuerdo con la profecía anterior? Ni un ápice. ¿Por qué no? Sencillamente porque Dios proveyó el cumplimiento de la condición cuando proveyó la realización del resultado final para el cual la condición era necesaria.

Sí, era ciertamente seguro que los que iban en el barco no se salvarían a no ser que los marineros permanecieran a bordo. Pero esto no hizo que el plan de Dios corriera el riesgo de no cumplirse. De hecho, los marineros permanecieron a bordo, y la profecía se cumplió.

Esos marineros no permanecieron en el barco por casualidad. No, se hallaban, aunque no lo sabían, bajo la mano rectora de Dios. El centurión y los soldados que los retuvieron en el barco fueron los instrumentos de Dios para la realización final del plan de Dios.

Con este ejemplo tan sencillo aprendemos una gran verdad. Es simplemente esto   que cuando el resultado final está predeterminado por Dios todos los pasos que se dan hacia la consecución del mismo también están predeterminados. El cumplimiento del plan de Dios se lleva a cabo por medio de la aparentemente confusa historia humana.

Apliquemos esto a la cuestión de la fe y la salvación, y creo que algunas de las dificultades acerca de la doctrina de la predestinación desaparecerán. Dios ha predestinado que algunos hombres se salven, del mismo modo que predestinó la preservación de las vidas de los que navegaban en aquel barco. Pero en ambos casos el cumplimiento de una condición fue necesario para la realización del resultado final. Los hombres del barco estaban todos predestinados para llegar a puerto a salvo; pero no hubieran llegado a salvo a no ser que el centurión hubiera retenido a los marineros a bordo. Así también los elegidos de Dios están todos predestinados para la salvación eterna; pero no la alcanzarán a no ser que crean en el Señor Jesucristo.

¿Acaso la presencia de una condición necesaria hace que la realización final del plan de Dios sea en cierto modo no segura? Ni en lo más mínimo. En ninguno de los dos casos. No en el caso sencillo de la preservación de los que iban en el barco de Alejandría, y tampoco en el caso de la salvación de los elegidos de Dios. En ambos casos Dios proveyó que se cumplan las condiciones así como ha provisto que se cumpla el fin último.

¿Pero es acaso nuestro sentido de la libertad de la voluntad en cierto modo incompatible con la certeza absoluta del plan de Dios para nuestras vidas? Bien, en cuanto a esto voy a apelar a aquellos de entre los que me escuchan que están conscientes del momento en que nacieron de nuevo. No todos los cristianos están conscientes del momento en que renacieron. Todos han nacido de nuevo, pero no todos saben cuándo fueron salvos. Pero algunos pueden mencionar el momento mismo en que lo fueron. A éstos apelo en estos momentos.

Nacieron de nuevo en ese preciso momento, ¿verdad, hermanos míos? ¿Fue un acto suyo o de Dios? La Biblia les dice que fue un acto de Dios –«los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.» Y su experiencia confirma lo que dice la Biblia, ¿no es cierto? Saben en lo más profundo del alma que fue un acto de Dios. Estaban ciegos y Dios les hizo ver. Dios lo hizo, no ustedes. Están tan seguros de ello como de lo más seguro de este mundo.

Ahora, en el momento en que nacieron de nuevo creyeron en Cristo. Ese fue el signo inmediato de que nacieron de nuevo, y se debió exclusivamente al poder maravilloso y regenerador del Espíritu de Dios. Bien, hermanos, ¿violentó acaso ese acto maravilloso de Dios la voluntad de ustedes como personas? ¿Les pareció que la fe adquirida que tenían en el Señor Jesucristo fuera en cierto modo menos un acto suyo   una decisión libre de su voluntad  porque se debiera al acto regenerador a irresistible del Espíritu de Dios? No creo, hermanos míos. Creo que más bien estarían inclinados a decir que nunca se sintieron tan libres como en ese momento bendito en que en una forma absolutamente irresistible el Espíritu Santo de Dios peso la fe en ustedes y ustedes se volvieron al Señor Jesucristo como a su Salvador y Señor.

No, en realidad, el plan eterno de Dios a incluso la ejecución de ese plan en el acto sobre-natural de la regeneración o el nuevo nacimiento no son en lo más mínimo incompatibles con nuestra libertad y nuestra responsabilidad como seres personales.

Qué equivocación tan grande es, pues, pensar que la doctrina de la predestinación se opone al ofrecimiento libre de la salvación a todos. Desde luego que el ofrecimiento se hace a todos. Des-de luego que sigue siendo cierto en el sentido más pleno y abundante que cualquiera que quie¬ra puede. Nadie que quiera confiar en Cristo queda excluido. Nadie, digo, nadie, sin excepción de ninguna clase.

Nunca tenemos derecho ninguno de presumir que alguna persona o algún grupo de personas que podemos mencionar se hallen fuera del plan de salvación de Dios; nunca tenemos derecho ninguno de presumir que alguien se halle fuera del alcance de la gracia de Dios; nunca tenemos derecho ninguno de rehusar el Evangelio a nadie en absoluto.

Pero cuando proclamamos el Evangelio, ¡qué consuelo es la doctrina de la predestinación! ¡Qué consuelo es saber que la salvación depende sólo de la gracia misteriosa de Dios! Todos nosotros merecemos perecer en nuestros pecados, y lo mismo merecen todos aquellos a quienes predicamos. Pero la gracia de Dios es maravillosa. Dios time en su plan eterno un pueblo escogido para sí. Dichosos somos si somos los instrumentos de Dios en conducir a su reino a algunos de los que desde toda la eternidad le pertenecen.

Extracto del libro: «el hombre» de J. Gresham Machen

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