​​A pesar de que varios factores se conjugaron para dar inicio a la Reforma Protestante, el factor detonante fue la venta de indulgencias, que en la época de Lutero había alcanzado proporciones alarmantes.  El 31 de octubre de 1517, Lutero clavó las 95 tesis en contra de este abuso, ya que al día siguiente (día de todos los santos) se exhibirían en la iglesia del Castillo de Wittemberg  las reliquias reunidas por el príncipe elector y se esperaba la asistencia de mucha gente. De esta manera, tan simple y sencilla, se inició una revolución que cambiaría drásticamente el curso de la historia; sin saberlo, Martín Lutero había iniciado la Reforma.

Según la teología de la Iglesia Católica Romana, por medio del bautismo la persona experimenta la regeneración espiritual, con el perdón total de los pecados y de toda la pena merecida por ellos. Pero una vez la persona es bautizada, los pecados que comete a partir de ese momento adquieren una malicia especial pues, como señala el ex – sacerdote Francisco Lacueva, “ya no es un enemigo el que peca, sino un amigo y un hijo, redimido por la sangre de Jesús, lo cual equivale a pisotear la Cruz de Cristo y caer en el estado anterior a la salvación.”

Así que, a pesar de que en el sacramento de la penitencia se perdona la culpa y la pena eterna debida a los pecados “mortales”, aún permanece, dice Roma, la pena temporal por los pecados ya perdonados. Y ¿cómo puede ser expiada esa pena temporal? Uno de los medios, dice Roma, es a través de las indulgencias.

En The Catholic Encyclopedia se define indulgencia como “la remisión del castigo temporal a causa del pecado, la culpa del cual ha sido perdonada”. Esa remisión es posible en virtud del llamado “tesoro de méritos y satisfacciones de Cristo, de María y de los santos”, del cual el Papa es el administrador soberano. De acuerdo con esta doctrina, por ese superávit de méritos se puede cancelar algunos o todos los castigos que el pecado merece.

Aunque Tomás de Aquino enfatizó el hecho de que las indulgencias no constituían en sí mismas el perdón de los pecados, sino que implicaban únicamente la remisión de las penas eclesiásticas y los tormentos del purgatorio, los predicadores de indulgencias no siempre daban tantas explicaciones. En 1477 el Papa Sixto IV confirmó que las indulgencias podían aplicarse también a los difuntos.

Como la guerra contra los turcos y la construcción de la Basílica de San Pedro requerían de una enorme cantidad de dinero, en los días del Papa León X la Iglesia recurrió a una gran venta de indulgencias, concediendo exclusividad en el Imperio Germánico a los dominicos. Para esos fines comisionó en Alemania al príncipe elector Alberto de Maguncia, Arzobispo de Magdeburgo, quien fue autorizado para recibir la mitad de la recaudación de la venta de indulgencias, mientras enviaba la otra mitad a las arcas pontificias. Éste había pedido prestado 30,000 florines a los Fugger, banqueros de Augsburgo, para poder comprar el nombramiento de arzobispo, por lo que estaba sumamente endeudado.

El instrumento principal usado por Alberto para ese singular negocio fue Juan Tetzel, fraile de la orden de los dominicos, hombre astuto y muy persuasivo. Este hombre usaba su impresionante oratoria para capturar la mente de los ignorantes prometiéndoles, no sólo el perdón de todos sus pecados, sino también la liberación del purgatorio de sus familiares muertos.

Este hombre vil llegó a declarar en una ocasión que aun si, por imposible que esto fuese, un hombre hubiese violado a la misma virgen María la indulgencia borraría su pecado:

Las indulgencias – decía Tetzel – son la dádiva más preciosa y más sublime de Dios. Esta cruz (mostrando una cruz que llevaba consigo), tiene tanta eficacia como la misma cruz de Jesucristo. Venid, oyentes, y yo os daré bulas, por las cuales se os perdonarán hasta los mismos pecados que tuvieseis intención de cometer en lo futuro. Yo no cambiaría, por cierto, mis privilegios por los que tiene San Pedro en el cielo, porque yo he salvado más almas con mis indulgencias que el apóstol con sus discursos. No hay pecado, por grande que sea, que la indulgencia no pueda perdonar… Ni aún el arrepentimiento es necesario. Pero hay más; las indulgencias no solo salvan a los vivos, sino también a los muertos… escuchad a vuestros parientes y amigos difuntos, que os gritan desde el fondo del abismo: ¡Estamos sufriendo un horrible martirio! Una limosnita nos libraría de él… En el mismo instante en que la pieza de moneda resuena en el fondo de la caja, el alma sale del purgatorio. ¡Oh, gentes torpes y parecidas casi a las bestias que no comprendéis la gracia que se os concede tan abundantemente!

Cuando Martín Lutero supo de estas “cartas pontificias” se airó grandemente y comenzó a predicar contra ellas; luego, cuando le pidieron que atestiguara su eficacia, Lutero se negó a hacerlo. Esta negativa llegó a oídos de Tetzel, quien respondió atacando a Lutero; y, como dice un historiador, “atacó a Lutero y pasó a la inmortalidad”. Fue esto lo que movió al reformador a escribir sus 95 tesis donde invitaba a los teólogos a discutir el valor de las indulgencias: “Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a la luz, se discutirán en Wittemberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del Reverendo Padre Martín Lutero, maestro en Artes y en Sagrada Escritura y profesor ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.”

Como era la costumbre de aquella época, clavó sus tesis en la puerta principal de la iglesia del castillo de Wittemberg el 31 de octubre de 1517, ya que al día siguiente (día de todos los santos) se exhibirían en la iglesia las reliquias reunidas por el elector y se esperaba la asistencia de mucha gente. De esta manera, tan simple y sencilla, se inició una revolución que cambiaría drásticamente el curso de la historia; sin saberlo, Martín Lutero había iniciado la Reforma.

Es importante señalar que estas tesis no atacaban las indulgencias en sí, sino que se condenaba el abuso que se estaba haciendo de ella; de igual modo, Lutero no atacó ni negó la autoridad del Papa. He aquí algunas de sus tesis:

(21) “Se equivocan aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa.”

(36) “Cualquier cristiano que en forma verdadera esté arrepentido, tiene derecho al perdón total de la pena y de la culpa, aun sin carta de indulgencias.”

(38) “No se ha de despreciar la absolución del Papa y su dispensación, porque es la declaración de la remisión divina”.

(50) “Es preciso enseñar a los cristianos, que si el Papa supiese el robo y el engaño de los predicadores de las indulgencias, antes preferiría que la Basílica de San Pedro fuese quemada o reducida a escombros, que verla construida con la piel, carne y hueso de sus ovejas.”

(53) “Son enemigos del Papa y de Jesucristo los que prohíben la predicación de la Palabra porque se opone a las indulgencias.”

(62) “El único tesoro verdadero de la iglesia es el evangelio santísimo de la gloria y gracia de Dios.”

(66) “Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.”

Ese mismo día Lutero envió un ejemplar de sus tesis a Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Magdeburgo y de Maguncia, pidiéndole en términos muy razonables que reprendiera a los predicadores de indulgencias, ignorando la deuda que éste tenía con los Fugger, la que esperaba pagar con el 50 % de las recaudaciones de la venta de indulgencias. “Lamento la falsa opinión que saca el pueblo pobre, sencillo y rudo de que tan sólo conseguirá la bienaventuranza si compran la carta de indulgencia… Os ruego que suspendáis esta predicación y que ordenéis a los predicadores de la indulgencia que lo hagan de otro modo.”

Alemania recibió gozosa las tesis de Lutero, pues muchos anhelaban que se levantase una voz de protesta contra los abusos de la iglesia romana. El docu-mento alcanzó tal notoriedad que parecía como si no hubiese otro tema de qué hablar en Alemania.

El conocido humanista Erasmo de Rótterdam envió una carta a Lutero en la que le decía, entre otras cosas: “No puedo describir la emoción, la verdadera y dramática sensación que provocan”. Y cuando, un poco más tarde el elector de Sajonia le preguntó su opinión sobre Lutero, le respondió con una sonrisa: “Nada me extraña que haya causado tanto ruido, porque ha cometido dos faltas imperdonables: haber atacado la tiara del papa y el vientre de los frailes”.

Aún en la misma Roma las tesis no fueron recibidas tan mal como pudiera pensarse. Cuando el censor del vaticano, Silvestre Prierias, aconsejó al papa León X que lo declarase un hereje, el papa replicó: “Este hermano, Martín Lutero, tiene un grande ingenio, y todo lo que se dice contra él no es más que envidia de frailes”. Un historiador señala el hecho de que en un principio León X evaluó las tesis como literato más que como papa. Por otra parte, el elector de Sajonia, por la gran estimación que le tenía a Lutero debido a su labor en la Universidad de Wittemberg, decidió proteger al valiente monje.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.

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