En BOLETÍN SEMANAL

¿Cómo es el hombre piadoso? Para dar una respuesta completa, describiré varias señales y características específicas del hombre piadoso.

  1. Conocimiento sabio
    La primera señal fundamental del hombre piadoso se muestra en que es un hombre con conocimiento sabio: “Los prudentes se coronarán de sabiduría” (Pr. 14:18). Los santos son llamados vírgenes “prudentes” en Mateo 25:4. El hombre natural puede tener algún conocimiento superficial de Dios, pero no sabe nada como debiera saberlo (1 Cor. 8:2). No conoce a Dios para salvación; puede conocerlo con la razón, pero no discierne las cosas de Dios de un modo espiritual. El agua no puede ir más arriba de su manantial, el vapor no puede elevarse más allá del sol que lo genera. El hombre natural no puede actuar por encima de su esfera. No puede discernir con certidumbre lo sagrado, así como el ciego no puede discernir los colores. 1. No ve la maldad de su corazón: Por más que un rostro sea negro o deforme, bajo un velo no se puede ver. El corazón del pecador es tan negro, que nada, excepto el infierno, le puede dar su forma, no obstante, el velo de la ignorancia lo esconde. 2. No ve las hermosuras de un Salvador: Cristo es una perla, pero una perla escondida.

El conocimiento del hombre piadoso es vivificante. “Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos, porque con ellos me has vivificado” (Sal. 119:93). El conocimiento en la cabeza del hombre natural es como una antorcha en la mano de un muerto, el conocimiento verdadero aviva. El hombre piadoso es como Juan el Bautista: “Antorcha que ardía y alumbraba” (Jn. 5:35). No sólo brilla por iluminación, sino que también arde de afecto. El conocimiento de la esposa la hizo estar “enferma de amor” (Cnt. 2:5) o “estoy herida de amor. Soy como el ciervo que ha sido herido con un dardo; mi alma yace sangrando y nada me puede curar, sino una visión de Él a quien mi alma ama”.

El conocimiento del hombre piadoso es aplicable. “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19:25). Un medicamento da resultado cuando se aplica; este conocimiento aplicativo es gozoso. Cristo es llamado Fiador (Hec. 7:22). Cuando me estoy ahogando en deudas, ¡qué gozo es saber que Cristo es mi Fiador! Cristo es llamado Abogado (1 Jn. 2:1). La palabra griega traducida abogado significa “consolador”. Cuando tengo un caso difícil, ¡qué consuelo es saber que Cristo es mi Abogado, quien jamás ha perdido un caso en una litigación!

Pregunta: ¿Cómo puedo saber si estoy aplicando correctamente lo que sé acerca de Cristo? El hipócrita puede creer que sí lo está haciendo cuando, en realidad, no es así.

Respuesta: Todo aquel que aplica el evangelio de Cristo, acepta a Jesús y Señor como uno (Fil. 3:8). Cristo Jesús, es mi Señor: Muchos aceptan a Cristo como Salvador, pero lo rechazan como Señor. ¿El Príncipe y el Salvador son uno para ti? (Hch. 5:31). ¿Acepta ser gobernado por las leyes de Cristo, al igual que ser salvo por su sangre? Cristo “desde su trono servirá como sacerdote” (Zac. 6:13, NTV ). Nunca será un sacerdote que intercede, a menos que el corazón de usted sea el trono donde él alza su cetro. Aplicamos bien el evangelio de Cristo cuando lo tomamos como esposo y nos entregamos a Él como Señor.

El conocimiento del hombre piadoso es transformador. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Cor. 3:18). Así como el pintor mira un rostro y dibuja uno similar, al mirar a Cristo en el espejo del evangelio somos transformados a similitud de él. Podemos mirar otros objetos que son gloriosos, pero no por mirarlos nos hacen gloriosos; un rostro deforme puede mirar a uno hermoso, pero no por eso se convierte él mismo en uno hermoso. El herido puede mirar al doctor y no por eso curarse. En cambio, ésta es la excelencia del conocimiento divino: Nos brinda tal visión de Cristo que nos hace participar de su naturaleza. Como sucedió con Moisés, cuando su rostro resplandeció cuando vio la espalda de Dios porque algunos de los rayos de la luz de su gloria lo alcanzaron.

El conocimiento del hombre piadoso es creciente. “Creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10). El conocimiento verdadero es como la luz del amanecer que va en aumento hasta su cenit. Tan dulce es el conocimiento espiritual, que entre más sabe el creyente, más ansía saber. La Palabra llama a esto enriquecerse en toda ciencia [conocimiento] (1 Co. 1:5). Entre más riquezas tiene uno, más quiere tener. Aunque Pablo conocía a Cristo, más lo quería conocer: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección” (Fil. 3:10).

Pregunta: ¿Cómo podemos obtener este conocimiento salvador?

Respuesta: No por el poder de la naturaleza. Algunos hablan del alcance que puede tener la razón desarrollada para bien. Ay, la plomada de la razón es demasiado corta para ver las cosas profundas de Dios. Lo mismo pasa con el poder de razonamiento del hombre, que no basta para alcanzar el conocimiento salvador de Dios. La luz de la naturaleza no nos puede ayudar a ver a Cristo, como tampoco puede la luz de una vela ayudarnos a entender. “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios…, y no las puede entender” (1 Cor. 2:14). ¿Qué haremos, entonces, a fin de conocer a Dios para salvación? Mi respuesta es: “Imploremos la ayuda del Espíritu de Dios”. Pablo nunca se había considerado ciego hasta que lo cegó la luz del cielo (Hch. 9:3). Dios tiene que ungirnos los ojos para que podamos ver. ¿Por qué les iba a pedir Cristo a los de la iglesia en Laodicea que acudieran a él para que los ungiera con colirio si ya lo podían ver? (Ap. 3:18). Oh, elevemos nuestro ruego al Espíritu de revelación (Ef. 1:17). El conocimiento salvador no es por especulación, sino por inspiración (Job 32:8). La inspiración del Todopoderoso da comprensión.

Quizá tengamos nociones teológicas excelentes, pero es el Espíritu Santo quien tiene que darnos la capacidad de conocerlas espiritualmente; el hombre puede notar las figuras en un reloj, pero no puede decir qué hora es, a menos que la luz lo ilumine. Podemos leer muchas verdades en la Biblia, pero no las podemos conocer para salvación hasta que el Espíritu de Dios nos ilumina. “El Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Co. 2:10). Las Escrituras nos revelan a Cristo, pero el Espíritu nos revela a Cristo en nosotros (Gá. 1:16). El Espíritu da a conocer lo que nada en el mundo puede, concretamente, la certidumbre del amor de Dios.

Thomas Watson (c. 1620-1686)

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