​La posición de Cristo a la diestra del Padre nos está hablando sobre la autoridad actual del Señor sobre todo el mundo y la iglesia. Nadie escapa a la esfera de su autoridad ni está exento de su llamamiento.

Las palabras del Credo no sólo nos dicen que Jesús «ascendió al cielo». También nos dicen que, habiendo ascendido al cielo, ahora está «sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso». Esta imagen ha sido extraída de una práctica antigua por la cual el rey honraba a una persona ofreciéndole un lugar junto a él, a su derecha. Nos habla del honor de esta persona y de su papel en los dominios del rey.

Que Jesús haya sido honrado de esa manera queda claro en varios lugares de las Escrituras. Hebreos 1:3 constituye un ejemplo: «El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestro pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas». Aquí, Charles Hodge señala: «La exaltación de Cristo descansa sobe dos bases: la posesión de atributos divinos que lo hacían digno del honor divino y lo calificaban para ejercitar el dominio absoluto y universal; y, en segundo lugar, su obra mediadora». En otra ocasión, aunque no hay una referencia específica al hecho de que Cristo esté sentado a la diestra de Dios, en Filipenses 2:5-11 tenemos una base similar para que Cristo sea honrado. Es porque «era igual a Dios» y sin embargo «se vació a sí mismo» y fue «obediente hasta la muerte» por nuestra salvación. «Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un Nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil. 2:94 1).

La posición de Cristo a la diestra del Padre también nos está hablando sobre la autoridad actual del Señor sobre todo el mundo y la iglesia. Se trata de la autoridad a la que hizo referencia antes de su ascensión, pero después de su resurrección. «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mt. 28:18-20). Es imposible sobrestimar el alcance de la autoridad de Cristo. El anuncio no dice solamente que le ha sido dada la autoridad, sino que dice que le ha sido entregada toda la autoridad. Y además, para que no mal interpretemos o minimicemos su autoridad, continúa declarando que se trata de una autoridad ejercida en el cielo y en la tierra.

Que toda potestad en el cielo le ha sido entregada a Jesús podría significar que la potestad que ha de ejercer en la tierra también será reconocida en el cielo. Si fuera así, sería una buena definición de la plena divinidad de Cristo -porque dicha autoridad es la autoridad de Dios-. Sin embargo, hay posiblemente algo más en la afirmación de Cristo. Por un lado, recordamos que cuando la Biblia habla sobre «las potestades» o «las autoridades» en el cielo, generalmente está hablando sobre las potestades espirituales o demoníacas. Cuando habla sobre la victoria de Cristo mediante su muerte y su resurrección, también por lo general se está refiriendo a estos poderes. «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12). También podemos citar esos versículos que aparecen antes en esa misma epístola cuando habla sobre la grandeza del poder de Dios «la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero» (Ef. 1:20-21).

Cuando consideramos el anuncio de Cristo en este contexto, tenemos la sensación de que el Señor está hablando no solamente de un reconocimiento celestial de su autoridad terrenal sino de una autoridad que está sobre todas las demás autoridades, ya sean éstas espirituales, demoníacas o de cualquier otra especie. Su resurrección demuestra su autoridad sobre cualquier otro poder que sea posible imaginar. En consecuencia, ya no tememos a Satanás ni a nadie más mientras estamos comprometidos con el servicio de Cristo.

Segundo, Jesús declara que tiene autoridad sobre todo en esta tierra. Esta declaración tiene varias dimensiones. Significa que tiene autoridad sobre nosotros, su pueblo. Si verdaderamente somos su pueblo, significa que nos hemos acercado a él confesando que somos pecadores, que él es el Salvador divino que hemos aceptado su sacrificio y que hemos prometido seguirle como el Señor. Esto es una hipocresía si no contiene un reconocimiento de su autoridad sobre nosotros en todas las áreas. Para ser más específicos, es cierto que hay otras autoridades legítimas sobre nosotros también: la autoridad de los padres sobre los hijos, de los ministros sobre la iglesia, de las autoridades estatales. Pero él es el Rey de reyes y el Señor de señores.

La declaración de la autoridad de Cristo en la tierra también significa que tiene autoridad sobre los que no son creyentes. O sea, su autoridad alcanza a las «naciones» a las que nos envía con su evangelio (Mt. 28:19). Esto significa, por un lado, que la religión de nuestro Señor ha de ser una religión mundial. Nadie escapa a la esfera de su autoridad o está exento de su llamamiento. Por otro lado, se trata también de una afirmación de su capacidad de hacer que nuestros esfuerzos den fruto, ya que por el ejercicio de su autoridad los hombres y las mujeres pueden llegar a creer en Él y seguirle.

La base fundamental de la empresa misionera cristiana es la autoridad universal de Jesucristo, «en el cielo y en la tierra». Si la autoridad de Cristo se circunscribiera a la tierra, si Él fuera sólo uno de los muchos maestros religiosos, uno de los muchos profetas judíos, una de las muchas encarnaciones divinas, no tendríamos ningún mandato para presentarlo a las naciones como el Señor y el Salvador del mundo. Si la autoridad de Jesús estuviere limitada al cielo, si no hubiera vencido a los principados y las potestades igualmente podríamos proclamarlo a las naciones, pero nunca seriamos capaces de que «se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios» (Hch. 26:18). Sólo porque toda la autoridad en la tierra pertenece a Cristo podemos tener la audacia de ir a todas las naciones. Y sólo porque también le pertenece toda la autoridad en el cielo es por lo que podemos tener la esperanza del éxito.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar