En BOLETÍN SEMANAL

Un hombre piadoso  lucha para ganar a Cristo como su premio

  A manera de ilustración, mostraré que Cristo es precioso en sí: “He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa” (1 P. 2:6). Cristo es comparado con cosas muy preciosas.

Cristo es precioso en su Persona. Él es la representación de la gloria de su Padre (Heb.1:3). Cristo es precioso en sus oficios, donde Él es el Sol de Justicia (Mal. 4:2).

1. El oficio profético de Cristo es precioso: Él es el gran oráculo del cielo: Es más precioso que todos los profetas que lo precedieron. Enseña, no sólo al oído a escuchar, sino también al corazón para que atesore sus palabras. El que tiene la llave de David en su mano abrió el corazón de Lidia (Hch. 16:14).

2. El oficio sacerdotal de Cristo es precioso: Ésta es la base sólida de nuestro consuelo: “Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo” (Heb. 9:26). En virtud de este sacrificio, el alma puede presentarse ante Dios con confianza y decir: “Señor, dame el cielo; Cristo me lo compró; colgó en la cruz para que yo pudiera sentarme en el trono”. La sangre de Cristo y el incienso son las dos bisagras sobre las cuales gira nuestra salvación.

3. El oficio legal de Cristo es precioso: “Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:16). En lo que a majestad se refiere, Cristo tiene preeminencia sobre todos los demás reyes. Tiene el trono más elevado, la corona de más precio, los dominios más extensos y el reinado más duradero: “Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo” (Heb. 1:8)… Cristo establece su cetro donde ningún otro rey lo hace. Gobierna la voluntad y los afectos; su poder obliga la conciencia de los hombres.

Si competimos para obtener a Cristo como premio, entonces lo preferimos por encima de todo lo demás. Valoramos a Cristo más que la honra y las riquezas; lo que más anhelamos en nuestro corazón es la perla de gran precio (Mt. 13:46).

El que quiere a Cristo como su premio, valora las cosechas de Cristo más que las vendimias del mundo. Considera las peores cosas de Cristo, mejor que las mejores cosas del mundo: “Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios” (Heb. 11:26). ¿Sucede así con nosotros? Algunos dicen que valoran mucho a Cristo, pero prefieren sus tierras y propiedades antes que a Él. El joven rico en el Evangelio prefirió sus bolsas de oro antes que a Cristo (Mr. 10:17-22); Judas valoró las treinta piezas de plata más que a Cristo (Mt. 26:15). Es de temer que cuando llega el tiempo de pruebas, muchos prefieren renunciar a su bautismo y descartar la ropa de siervo de Cristo antes que arriesgar por Él, la pérdida de sus posesiones terrenales.

Si preferimos a Cristo por encima de todas las cosas, no podemos vivir sin Él. No podemos arreglarnos sin las cosas que valoramos: Uno puede vivir sin música, pero no sin alimento. Un hijo de Dios puede carecer de salud y amigos, pero no puede carecer de Cristo. En la ausencia de Cristo, dice como Job: “Ando ennegrecido, y no por el sol” (Job 30:28). Tengo las más brillantes de las comodidades terrenales, pero quiero el Sol de Justicia. “Dame hijos, o si no, me muero” dijo Raquel (Gn. 30:1). Lo mismo dice el alma: “¡Señor, dame a Cristo o muero; una gota del agua de vida para apagar mi sed!”… ¿Acaso prefieren a Cristo los que pueden andar tranquilos sin Él?

Si valoramos a Cristo por encima de todas las cosas, no nos duele tener que pasar por lo que sea para obtenerlo. Aquel que valora el oro se tomará el trabajo de cavar en la mina para encontrarlo: “Está mi alma apegada a ti [Dios]” (Sal. 63:8). Plutarco reporta que los galos, pueblo antiguo de Francia, una vez que probaron el vino dulce de las uvas italianas, preguntaron de dónde provenía y no descansaron hasta dar con ellas. Todo el que considera precioso a Cristo no descansa hasta obtenerlo. “Hallé luego al que ama mi alma; lo así, y no lo dejé” (Cnt. 3:4).

Si valoramos a Cristo por encima de todas las cosas, renunciaremos por Él a nuestras concupiscencias más queridas. Pablo dice de los gálatas, que tanto lo estimaban, que estaban dispuestos a arrancarse sus propios ojos y dárselos a él (Gál. 4:15). El que estima a Cristo se sacará esas concupiscencias, como lo haría con su ojo derecho (Mt. 5:29). El hombre sabio rechaza lo que es veneno prefiriendo un refresco sano; el que valora grandemente a Cristo se despojará de su orgullo, sus ganancias injustas, sus pasiones pecaminosas. Pondrá sus pies sobre el cuello de sus pecados (Jos. 10:24). Piénselo: ¿Cómo pueden valorar a Cristo por sobre todas las cosas aquellos que no dejan sus vanidades por él? ¡Cuánto se burlan y desprecian al Señor Jesús los que prefieren las concupiscencias antes que a Cristo quien los salva!

Si valoramos a Cristo por encima de todas las cosas, estaremos dispuestos a ayudar a otros a tener parte con Él. Anhelamos compartir con nuestro amigo aquello que consideramos excelente. Si un hombre ha encontrado un manantial de agua, llamará a otros para que beban y satisfagan su sed. ¿Recomendamos a Cristo a otros? ¿Los tomamos de la mano y los conducimos a Cristo? Qué pocos hay que valoran a Cristo porque no tienen interés en que otros lo conozcan. Adquieren tierras y riquezas para su posteridad, pero no se ocupan de dejarles la Perla de Gran Precio como su legado… Oh, entonces, tengamos pensamientos afectuosos de Cristo; hagamos que sea él nuestro principal tesoro y placer. Ésta es la razón por la cual millones mueren: Porque no valoran a Cristo por sobre todas las cosas. Cristo es la Puerta por la cual los hombres entran al cielo (Jn. 10:9). Si no saben de esta Puerta o si son tan soberbios que se niegan a inclinarse para pasar por ella, ¿cómo, entonces, han de ser salvos?

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Extracto del articulo: Señales y características del hombre piadoso, por Thomas Watson (c. 1620-1686)

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