El enfoque racionalista es impersonal y amoral. El enfoque emocionalista carece de contenido, es pasajero y también con frecuencia inmoral. Entonces  muchos se preguntan: "¿Es este el final?" "¿No existen otras alternativas? ¿No hay una tercera via?"

El cristianismo propone que hay una tercera via, que justamente es firme precisamente en aquellos puntos donde los otros enfoques son débiles. La base de este tercer camino está en que existe un Dios que ha creado todas las cosas y que da significado a su Creación. Es más, podemos conocerle. Esta es una posibilidad sorprendente y que satisface. Es sorprendente porque implica la posibilidad de un contacto entre el ser humano y Dios, no importa lo insignificante que el ser humano pueda verse a sus ojos o a los ojos de los demás. Satisface porque es el conocimiento no de una idea o cosa, sino del supremo Ser personal, y porque surge de un profundo cambio de conducta. Esto es lo que la Biblia quiere decir cuando expresa: «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Pr. 1:7), y «El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia» (Pr. 9:10).

Aquí, sin embargo debemos tener claro qué queremos decir cuando hablamos de «conocer a Dios», porque muchos usos comunes de la palabra conocer son inapropiados para transmitir el conocimiento bíblico. Existe un uso de la palabra conocer que significa «conciencia de un hecho». La usamos con este sentido cuando decimos que conocemos dónde vive alguien o que sabemos que están ocurriendo determinados acontecimientos en algún lugar del mundo. Es una clase de conocimiento que no nos involucra personalmente. Tiene poco peso en nuestras vidas. La Biblia, cuando habla de conocer a Dios, no la usa en este sentido.

Otro uso de la palabra conocer significa «conocer sobre» algo o alguien. Es conocimiento por descripción. Por ejemplo, podemos decir que conocemos la ciudad de Nueva York o Londres o Moscú. Significa que somos conscientes de la geografía de la ciudad; que conocemos los nombres de sus calles, dónde se encuentran las tiendas más importantes, y otros detalles. Podemos tener este conocimiento de la ciudad por haber vivido en ella. Pero también es posible que tengamos dicho conocimiento por haber leído libros.

En el plano religioso este tipo de conocimiento sería aplicable a la teología que, aunque es importante, no es la totalidad ni el corazón de la religión. La Biblia nos enseña muchas cosas que deberíamos saber sobre Dios. (Es más, mucho de lo que sigue a continuación en este libro está dirigido a satisfacer nuestra necesidad de ese tipo de conocimiento.) Pero no es suficiente. Aun los más encumbrados teólogos pueden ser confundidos y encontrar la vida carente de significado.

El verdadero conocimiento de Dios es también más que el conocimiento por experiencia. Para volver a un ejemplo anterior, podría ser posible que alguien que ha vivido en una determinada ciudad dijera: «Pero mi conocimiento no es el conocimiento de un  libro. Yo he vivido realmente allí. He caminado por sus calles, comprado en sus tiendas, ido a sus teatros. Yo he experimentado la ciudad. La conozco verdaderamente.» A esto deberíamos responder que el conocimiento involucrado es sin duda algo más de lo que hemos estado hablando hasta ahora, pero todavía no expresa el significado cabal del conocimiento en el sentido cristiano.

Supongamos, a modo de ejemplo, que una persona saliera en una noche de verano al campo y mirara hacia arriba, al cielo estrellado, y volviera diciendo que en ese campo conoció a Dios. ¿Qué le decimos a esa persona? Hasta cierto punto el cristiano no tiene por qué negar la validez de esa experiencia. Es evidente que se trata de un conocimiento más profundo que la mera conciencia de Dios («Dios existe») o el mero conocimiento de Él («Dios es poderoso y es el Creador de todo lo que vemos y conocemos»). Pero, como cristianos insistimos en que todavía es menos de lo que la Biblia quiere expresar por un conocimiento verdadero. Porque cuando la Biblia habla de conocer a Dios quiere decir que Dios nos hace vivir en un nuevo sentido (somos «nacidos de nuevo»), conversamos con Dios (de modo que Él se convierte en algo más que «Algo» que está en algún lado, se convierte en un amigo), y sufrimos profundos cambios en el proceso.

Todo esto nos lleva, paso a paso, a una mejor comprensión del término conocimiento. Pero falta todavía precisarlo aún más. De acuerdo con la Biblia, aun cuando podamos asignarle el significado más exacto a la palabra conocer, conocer a Dios no es meramente conocer a Dios. No se puede conocer a Dios de forma aislada. Siempre conocemos a Dios en su relación con nosotros. Por lo tanto, de acuerdo con la Biblia, el conocimiento de Dios sólo tiene lugar cuando también tenemos conocimiento de nosotros mismos y de nuestra profunda necesidad espiritual, y cuando va acompañado de la aceptación de la gracia divina para suplir nuestra necesidad mediante la obra de Cristo y la aplicación de dicha obra en nosotros por el Espíritu de Dios. El conocimiento de Dios tiene lugar en un contexto de piedad, adoración y devoción cristianas. La Biblia nos enseña que el conocimiento de Dios tiene lugar (cuando tiene lugar) no tanto porque nosotros busquemos a Dios, porque no lo buscamos, sino porque Dios se revela a sí mismo a través de Cristo y de las Escrituras.

J. I. Packer escribe con respecto a este conocimiento que «conocer a Dios implica:
– Primero, escuchar la Palabra de Dios y recibirla según la interpretación del Espíritu Santo, para poder aplicarla en nuestras vidas;
– Segundo, aprender sobre la naturaleza y el carácter de Dios, como es revelado en su Palabra y en sus obras;
– Tercero, aceptar sus invitaciones, y hacer lo que
Él ordena;
– Cuarto, reconocer y regocijarse en el amor que
Él ha demostrado al acercarse a nosotros y atraernos a su comunión divina».

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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