​En la controversia entre los sistemas arminiano y calvinista hay cuestiones doctrinales muy definidas, y cuando un hombre se enfrenta con estas cuestiones, ha de defender un sistema u otro:
 
- ¿Hay un plan eterno de redención por el cual Dios ha determinado salvar, por medio de Cristo, a ciertas personas a quienes Él ha escogido?
- ¿Este plan eterno hace una provisión para la concesión gratuita de todo lo necesario para su cumplimiento, o esta SU cumplimiento condicionado por la aceptación del hombre?  ¿El Dios eterno cuya voluntad se cumple en los cielos y en la tierra, está esperando la decisión del hombre?
- Cuando Cristo murió, ¿aseguró infaliblemente la redención de todos aquellos a quienes representó como sustituto?
- ¿Es cierto que el Espíritu Santo, al regenerar pecadores, lleva a cabo plenamente el propósito del Padre y aplica sin falta la obra redentora de Cristo? O ¿Es posible resistir la obra regeneradora del Espíritu Santo?
- ¿Llegamos a ser regenerados, o nacidos de nuevo, a causa de nuestra fe y arrepentimiento, o es la fe el efecto y resultado de la regeneración?

​Spurgeon evidentemente consideraba que la diferencia entre el calvinismo y el Arminianismo era algo concreto y detallado, y no meramente una cuestión de «equilibrio» o proporción en la verdad. No entendía por Arminianismo un «énfasis» en la responsabilidad humana, pues predicaba la responsabilidad del hombre tan enérgicamente como el que más . Creía menos aun que una posición bíblica consecuente abarque ambas posiciones; muy al contrario, encontraba difícil tener paciencia cuando se enfrentaba con tal confusión: No creáis, dice, «que es preciso que tengáis errores en vuestra doctrina para haceros útiles. Tenemos a algunos que predican el calvinismo en la primera parte del sermón, y terminan con el Arminianismo, porque creen que esto los hará útiles. ¡Necedades inútiles!  Esto es lo que logran. Si un hombre no puede ser útil con la verdad, no puede serlo con el error. Hay suficiente provisión en la doctrina pura de Dios, sin necesidad de introducir herejías, para predicar a los pecadores» . El hecho es que en la controversia entre los dos sistemas hay cuestiones doctrinales definidas, y cuando un hombre se enfrenta con estas cuestiones, ha de defender un sistema u otro.

Algunas de estas cuestiones pueden formularse como sigue:
– ¿Hay un plan eterno de redención por el cual Dios ha determinado salvar, por medio de Cristo, a ciertas personas a quienes Él ha escogido?
– ¿Hace este plan eterno una provisión para la concesión gratuita de todo lo necesario para su cumplimiento, o esta SU cumplimiento condicionado por la aceptación del hombre?
– Cuando Cristo murió, ¿aseguró infaliblemente la redención de todos aquellos a quienes representó como sustituto?
– ¿Es cierto que el Espíritu Santo, al regenerar pecadores, lleva a cabo plenamente el propósito del Padre y aplica sin falta la obra redentora de Cristo? O ¿Es posible resistir la obra regeneradora del Espíritu Santo?
– ¿Llegamos a ser regenerados, o nacidos de nuevo, a causa de nuestra fe y arrepentimiento, o es la fe el efecto y resultado de la regeneración?

Probablemente habrá quien desee poner objeciones a la mera formulación de preguntas como éstas. Los breves artículos doctrinales del evangelicalismo moderno -a diferencia de las confesiones reformadas de los siglos XVI y XVII- nada tienen que decir sobre estas cuestiones; es de presumir que esto es debido a no considerarse ya necesario. La actitud prevaleciente ha sido la de fruncir el ceño ante las proposiciones claras y definidas de la verdad, y luchar por preservar el carácter oscuro e indefinido, como si esto último fuera más espiritual y bíblico, y más adecuado para preservar la un unidad. Por consiguiente, no ha de sorprender que en semejante atmósfera de escasa visibilidad espiritual, se haya vulgarizado la idea de que un hombre puede ser al mismo tiempo Arminiano y calvinista. William Cunningham define la verdadera posición con su acostumbrada exactitud cuando dice que la consideración de todas las discusiones y controversias sobre estos puntos «confirma decididamente la impresión de que hay una clara línea de demarcación entre el principio fundamental de los sistemas de teología agustiniano o calvinista y el Pelagiano o Arminiano; que el verdadero status questionis en la controversia entre estos bandos puede comprobarse fácil y exactamente; que puede sin dificultad llevarse al punto en que los hombres pueden y deben decir Sí o No, y, según digan una u otra cosa, pueden ser tenidos por calvinistas o Arminianos, y puede llamárseles así con plena justificación» .
No nos proponemos formular las respuestas de Spurgeon a las preguntas antes planteadas (en todo caso las respuestas serán lo suficientemente obvias atendiendo a los pasajes que se van a citar), sino más bien examinar por qué creía que los errores del Arminianismo eran tan perjudiciales para la Iglesia. Sólo partiendo de la Escritura, se puede determinar si tenía razón en su actitud y en atacar el protestantismo contemporáneo como lo hizo; pero ha de ser evidente para todos que éste es un tema de importancia vital para nosotros, ya que afectará esencialmente nuestra opinión del Evangelicalismo en la época actual. Al explorar las razones de la firme posición de Spurgeon frente al Arminianismo, no estamos, pues, excavando simplemente algún antiguo campo de batalla de la antigüedad teológica; el hecho de que la cuestión se preste tanto todavía a la controversia demuestra que tiene mucho que ver con la presente situación de las iglesias.

Por Iain Murray, pastor de Grove Chapel de Londres, y fundador y director de THE BANNER OF TRUTH TRUST.
Extracto del libro: «Un principe olvidado»

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