​Cada concupiscencia (deseo malo) es un hábito depravado que continuamente inclina el corazón hacia el mal. En Génesis 6:5 tenemos una descripción de un corazón no mortificado, "… todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal". En cada hombre inconverso hay un corazón no mortificado que está lleno de una gran variedad de deseos impíos, y cada uno de estos deseos reclama su parte continuamente pidiendo ser satisfecho.

​Ahora volveremos a dar una explicación de lo que la mortificación es. Hay tres cosas que la mortificación realiza:

     1. Un debilitamiento habitual de los deseos pecaminosos
Nos concentraremos solamente en la mortificación de un solo deseo pecaminoso. Este deseo (piensa en el pecado que te tiene dominado y esclavizado) es una inclinación habitual, fuerte y muy arraigada que mueve la voluntad y los afectos hacia un pecado particular. Una de las evidencias más grandes de tal deseo pecaminoso, es la tendencia de pensar acerca de la manera en que ésta concupiscencia pudiera ser gratificada. (Vea Rom.13: 14.) Este hábito pecaminoso (es decir, concupiscencia o deseo malo) obra violentamente. «Batalla contra el alma» (1 Ped.2: 11) y trata de llevar cautiva a la persona a «la ley del pecado» (Rom.7:23). Sin embargo, lo primero que la mortificación realiza es un debilitamiento de este deseo pecaminoso o malo, de tal modo que se vuelva cada vez menos violento en sus esfuerzos para provocamos y tentamos a pecar. (Vea Sant. 1:14-15.)

En este punto es necesario dar una advertencia. Todos los deseos pecaminosos tienen poder para seducirnos y provocamos a pecar, pero parece que no todos tienen el mismo poder. Hay por lo menos dos razones por las cuales algunos deseos pecaminosos parecen ser más poderosos que otros:

1.    Un deseo pecaminoso puede ser más fuerte que otros en la misma persona, y también más fuerte que el mismo deseo en otras personas. Hay muchas maneras por las cuales esta vitalidad y poder es dado a ciertos deseos, normalmente es a través de la tentación.
2.    Los actos violentos de algunos deseos pecaminosos son mucho más obvios que otros. Pablo hace una diferencia entre la impureza sexual y otros pecados: 
«Huid la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre hiciere, fuera del cuerpo es; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. «(1 Cor. 6: 18) Esto significa que los pecados de esta índole son más fáciles de discernir que otros. Sin embargo, un hombre que ama desordenadamente las cosas del mundo puede estar tan sujeto al poder de este deseo malo (aunque no sea tan obvio en su vida), como cualquier otro hombre que es llevado cautivo por la inmoralidad.

Entonces, lo primero que la mortificación realiza es un debilitamiento gradual de los actos violentos de los deseos pecaminosos, de tal modo que su poder para impulsar, avivar, seducir, inquietar y molestar el alma es disminuido. Esto es llamado la crucifixión de «la carne con sus pasiones y deseos» (Gá1.5:24). Este lenguaje es muy gráfico como podemos ver en la siguiente ilustración:
Piense en un hombre clavado en una cruz. Al principio este hombre luchará, se esforzará y clamará con gran fuerza y poder. Pero después de un rato, mientras que se desangra, sus esfuerzos se volverán más débiles y sus clamores se tornarán bajos y roncos. De una forma semejante, cuando un hombre comienza a llevar a cabo el deber de hacer morir un deseo pecaminoso, hay una lucha violenta; pero mientras que la fuerza y el poder del deseo pecaminoso «se desangra», sus esfuerzos y clamores también disminuirán.
Ahora, la mortificación inicial y radical del pecado es descrita en Romanos 6 y especialmente en el versículo 6: «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fue crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, á fin de que no sirvamos más al pecado (Romanos 6:6)

Sin esta mortificación inicial y radical, la cual es realizada a través de la unión con Cristo tal como Pablo la describe en Romanos 6, la persona no puede tener éxito en la mortificación de ningún deseo pecaminoso. Un hombre puede tratar de aplastar los frutos amargos de un mal árbol hasta cansarse. Pero, mientras que permanezca la raíz en su fuerza y vigor, ninguna cantidad de golpes impedirán que los malos frutos broten nuevamente de la raíz. Esta es la necedad que vemos en muchas personas que se oponen con toda su fuerza en contra del brote de algún pecado particular, pero nunca atacan ni hieren realmente la raíz misma del pecado solo puede ser aplastada y afectada, por la unión espiritual con Cristo Jesús.

     2. Una lucha y un combate continuo contra el pecado
Cuando el pecado es fuerte y vigoroso el alma no puede hacer mucho progreso espiritual. A menos que peleemos continuamente contra el pecado, éste se volverá fuerte y vigoroso, y el progreso espiritual será constantemente impedido. Hay tres cosas principales involucradas en esta contienda contra el pecado:

1.    Debemos conocer a nuestro enemigo y estar decididos a destruirlo por todos los medios posibles. Debemos recordamos a nosotros mismos, de que estamos en un conflicto fuerte y peligroso, un conflicto que tiene consecuencias muy serias. Necesitamos ser «conscientes de la plaga de nuestro propio corazón» (l Rey.8:38). Debemos cuidamos de pensar en forma ligera acerca de esta plaga. Hay motivos para sospechar que muchos tienen muy pocos conocimientos del gran enemigo que llevan consigo en sus propios corazones. Esto es lo que les hace estar tan dispuestos a justificarse a sí mismos y a volverse impacientes ante la reprensión y la amonestación, no percatándose de que están en gran peligro. (Vea 2 Crón.16:1-10.)
2.    Debemos esforzamos para conocer los caminos de nuestro enemigo, sus maquinaciones y los métodos de guerra que emplea, las ventajas que nuestro enemigo busca y aún las ocasiones cuando sus ataques pueden tener el mayor éxito. Cuanto más conocimiento tengamos de esas cosas, estaremos más preparados para pelear contra el pecado. Por ejemplo, si observamos que nuestro enemigo toma ventaja repetidamente sobre nosotros en alguna situación particular, entonces debemos procurar evitar esa situación. Debemos tratar de usar la sabiduría del Espíritu contra las maquinaciones del pecado que mora en nosotros. De esta manera aplicaremos el discernimiento rápidamente ante la sutileza (astucia) de nuestro enemigo, y frustraremos así sus planes malvados contra nosotros.
3.    Debemos trabajar cotidianamente usando los medios que Dios ha ordenado para herir y destruir a nuestro enemigo (mencionaremos algunos de estos medios más adelante). No debemos permitir que un falso sentido de seguridad nos adormezca, pensando que, puesto que nuestros deseos pecaminosos están quietos, entonces han de estar muertos. Más bien, debemos golpear y herir estos deseos pecaminosos cada día. (Vea Co1.3:5.) ,

     3.- El éxito en nuestra oposición y conflicto contra pecado que todavía mora en nosotros
Cuando hay «éxitos» frecuentes contra cualquier deseo pecaminoso, esto es otra parte y evidencia de la mortificación del pecado. Por «éxito» queremos decir, una victoria sobre el pecado acompañada con la intención de seguir esa victoria y atacar nuevamente. Por ejemplo, cuando el corazón detecta los movimientos del pecado (tratando de seducir, tentar, influir en la imaginación, etc.), entonces lo detiene de inmediato, exponiéndolo a la ley de Dios y al amor de Cristo, por tanto, lo sentencia y lo ejecuta.
Cuando una persona tiene éxito contra el pecado, de tal modo que su raíz ha sido realmente debilitada y su actividad disminuida, y éste ya no puede impedir el cumplimiento de su deber, o interrumpir su paz como antes lo hacía; entonces podemos decir que ese pecado ha sido mortificado en una medida considerable.

Este debilitamiento de la raíz del deseo pecaminoso es realizado principalmente por la implantación, la morada habitual y el aprecio de la vida espiritual de gracia, la cual está en oposición directa a los malos deseos y los destruye.   

Extracto del libro: la mortificación del pecado, por John Owen

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