​La lucha por la libertad no solo es permisible, sino que es incluso un deber para cada persona en su propia esfera... haciendo que todos los hombres, incluido los gobernantes, se inclinen en la humildad más profunda ante la majestad del Dios Todopoderoso.

​Ahora, en cuanto a la autoridad del gobierno, no necesitamos más explicación; pero sí en cuanto a la autoridad orgánica social.


En ningún lugar podemos discernir más claramente el carácter dominante de esta autoridad social orgánica que en las ciencias. En la introducción a una edición de las «Sentencias» de Lombardo y de la «Suma Teológica» de Tomás de Aquino, el tomista erudito escribió: «La obra de Lombardo gobernó ciento cincuenta años y produjo a Tomás, y, después de él, la «Suma» de Tomás ha gobernado toda Europa durante cinco siglos y ha originado a todos los teólogos siguientes.» – Aun admitiendo que este lenguaje es demasiado atrevido, la idea que se expresa es correcta. El dominio de hombres como Aristóteles y Platón, Lombardo y Tomás, Lutero y Calvino, Kant y Darwin, se extiende sobre épocas enteras. El genio es un poder soberano; forma escuelas; reclama para sí los espíritus de los hombres con una fuerza irresistible; y ejerce una influencia inmensurable sobre toda la condición de la vida humana. Esta soberanía del genio es un don de Dios que uno puede tener solo por Su gracia. No está sujeto a nadie y es responsable solo ante Él mismo.

El mismo fenómeno se observa en la esfera de las artes. Cada maestro es un rey en el Palacio del Arte, no por la ley de la herencia ni por elección, sino solamente por la gracia de Dios. Y estos maestros también imponen autoridad, y no están sujetos a nadie, sino que gobiernan sobre todo y al fin reciben el homenaje de todos por su superioridad artística.

Y lo mismo podemos decir del poder soberano de la personalidad. No hay igualdad de personas. Hay personas débiles, con la mente estrecha, cuya envergadura no es mayor que la de un gorrión común; pero hay también caracteres amplios, imponentes, que vuelan como águilas. Ellos gobiernan en su propia esfera, no importa si la gente se aleja de ellos o los sabotea, al contrario, crecen más grandes cuanto más oposición tienen. Este proceso se lleva a cabo en todas las esferas de la vida. En el trabajo del mecánico, en la tienda, en el comercio, en alta mar, en la esfera de caridad y filantropía. En todo lugar, uno es más poderoso que el otro, por su personalidad, su talento y las circunstancias. En todo lugar se ejerce dominio; pero es un dominio que trabaja orgánicamente, no por investidura del Estado, sino por la soberanía de la vida misma.

En relación con ello, y sobre el mismo fundamento como la superioridad orgánica, existe también la soberanía de la esfera social. La universidad ejerce un dominio científico; la academia de bellas artes tiene poder sobre las artes; las corporaciones ejercen dominio técnico; las empresas gobiernan sobre el trabajo – y cada una de estas esferas es consciente del poder de juicio independiente exclusivo, y de acción autoritativa, dentro de su propia esfera de operación. Detrás de estas esferas orgánicas, con soberanía intelectual, estética y técnica, se abre la esfera de la familia, con su derecho del matrimonio, paz doméstica, educación y posesión; y también en esta esfera la cabeza natural es consciente de que ejerce una autoridad inherente – no porque el gobierno lo permite, sino porque Dios lo impuso. La autoridad paternal está arraigada en la misma sangre de la vida, y es proclamada en el quinto Mandamiento. Y finalmente podemos comentar también que la vida social de ciudades y pueblos forma una esfera de existencia que surge de las mismas necesidades de la vida, y que por tanto tiene que ser autónoma.

En muchas diferentes direcciones vemos entonces que la soberanía en la propia esfera de uno, se afirma 
1. en la esfera social, por superioridad de las capacidades de cada persona, 
2. en la esfera corporativa de universidades, asociaciones, etc. 
3. en la esfera doméstica de la familia y vida marital, y 
4. en la autonomía de las ciudades en la resolución de sus particulares situaciones.

En todas estas cuatro esferas, el gobierno del Estado no puede imponer sus leyes, sino tiene que reverenciar la ley innata de la vida. Dios gobierna en estas esferas, por sus «virtuosos» escogidos, tan supremo y soberano como Él ejerce dominio en la esfera del Estado por sus magistrados escogidos.

Obligado por su propio mandato, entonces, el gobierno no debe ignorar ni modificar ni irrumpir en el mandato divino bajo el cual están las esferas sociales. La soberanía del gobierno, dada por la gracia de Dios, es aquí puesta de un lado y limitada, por causa de Dios, por otra soberanía que es igualmente divina en su origen. Ni la vida de la ciencia, ni de las artes, ni de la agricultura, ni de la industria, ni del comercio, ni de la navegación, ni de la familia, ni de las relaciones humanas, deben ser forzadas a acomodarse a la gracia del gobierno. El Estado no debe nunca convertirse en un pulpo que ahoga la vida social. El Estado tiene que ocupar su propio lugar, sobre su propia raíz, entre todos los otros árboles del bosque, y así tiene que honrar y mantener toda forma de vida que crece independientemente en su propia autonomía sagrada.

¿Significa esto que el Estado no tiene ningún derecho en absoluto de interferir en estas esferas autónomas de la vida? – De ninguna manera.

El Estado tiene el triple derecho y deber de: 
1. donde diferentes esferas entran en conflicto, obligarlas a respetar mutuamente sus límites; 
2. de defender a los individuos y a los más débiles, en estas esferas, contra el abuso de poder de los demás, y 
3. de obligar a todos a llevar cargas personales y financieras para el mantenimiento de la unidad natural del Estado.

Sin embargo, en estos casos, la decisión no puede tomarla unilateralmente el gobierno. La Ley tiene que indicar los derechos de cada uno; y el derecho de los ciudadanos sobre sus propios bolsillos tiene que permanecer como fortaleza invencible contra el abuso de poder por parte del gobierno.

Y exactamente aquí está el punto de partida para esta cooperación de la soberanía del gobierno con la soberanía de la esfera social, que es reglamentada en la Constitución. Según el orden de las cosas en su tiempo, esto era para Calvino la doctrina de los «magistrados inferiores». La institución de la caballería, los derechos de la ciudad, los derechos de las corporaciones, y muchos más, llevó al establecimiento de «estados» sociales, con su propia autoridad civil. Por eso, Calvino deseaba que la ley fuera elaborada en cooperación entre éstos y los magistrados superiores.

Desde aquel tiempo, estas relaciones medievales se han vuelto totalmente anticuadas. Estas corporaciones u órdenes sociales ya no tienen el poder de gobernar. Su lugar ha sido tomado por el parlamento o una institución parecida de representantes. Ahora es el deber de estas asambleas, el mantener los derechos y libertades populares, de todos y en el nombre de todos, con el gobierno y si es necesario en contra del gobierno. El parlamento debe ser una defensa unida, mejor que la resistencia individual, para simplificar la construcción y operación de las instituciones del Estado y para acelerar sus funciones.

Pero, sin importar la manera en que las formas son modificadas, en esencia es el antiguo plan calvinista, el asegurar que el pueblo tenga en todas sus clases y órdenes, en todos sus círculos y esferas, en todas sus instituciones corporativas e independientes, una influencia legal y ordenada en la elaboración de la ley y en el rumbo del gobierno, en un sentido democrático saludable. Y la única diferencia de opinión consiste en la pregunta importante de si debemos continuar con la solución presente de los derechos especiales de estas esferas sociales en el derecho de voto individual, o si se debe poner a su lado un derecho de voto corporativo, que permitiría a los diferentes círculos presentar una defensa separada. Actualmente, surge una nueva tendencia de organización en las esferas del comercio y la industria, y también en el trabajo, y aun desde Francia se escuchan voces que claman por conceder un derecho al voto de estas organizaciones.

Personalmente estaría a favor de un tal cambio, con tal que su aplicación no sea parcial ni mucho menos exclusiva; pero no quiero perderme en estos asuntos marginales. Que sea suficiente haber demostrado que el calvinismo protesta contra la omnipotencia del Estado; contra el concepto horrible de que no existe ningún derecho por encima y más allá de la ley existente; y contra el orgullo del absolutismo que no reconoce ningún derecho constitucional excepto por un favor del príncipe.

Estos tres conceptos, que encuentran tanto suelo fértil en la ascendencia del panteísmo, son la muerte de nuestras libertades civiles. Y es el mérito del calvinismo haber levantado un dique contra este río absolutista, no apelando a la fuerza popular, ni a la alucinación de la grandeza humana, sino deduciendo estos derechos y estas libertades de la vida social desde la misma fuente de donde fluye la autoridad del gobierno: de la soberanía absoluta de Dios. Desde esta única fuente, en Dios, se deriva la soberanía en la esfera individual, en la familia y en todo círculo social, tan directamente como se deriva de ella la autoridad del Estado. Entonces, estos dos tienen que llegar a una comprensión, y ambos tienen la misma obligación sagrada de mantener su autoridad soberana dada por Dios y servir con ella a la majestad de Dios.

Por tanto, una nación que entrega a la soberanía del Estado los derechos sobre la familia, o una universidad que le entrega los derechos sobre la ciencia, es igualmente culpable ante Dios como una nación que se levanta contra la autoridad del gobierno. Y, por tanto, la lucha por la libertad no solo es permisible, sino que es incluso un deber para cada individuo en su propia esfera. Y esto no de la manera como se hizo en la Revolución Francesa, donde se puso a Dios de un lado y se puso al hombre sobre el trono de la omnipotencia de Dios; sino al contrario, haciendo que todos los hombres, incluido los gobernantes, se inclinen en la humildad más profunda ante la majestad del Dios Todopoderoso.



Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por  Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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