En BOLETÍN SEMANAL

Los maridos… tienen que considerar lo que es legal, necesario, conveniente, oportuno y apropiado para que sus esposas hagan, sí, lo que están dispuestas a hacer y no negarse.

Por ejemplo:

  1. Aunque la esposa debería ir con su esposo y quedarse donde él diga, él no debería (a menos que por alguna razón fuera de su control se vea obligado a ello) llevarla de un lado para otro, y sacarla del lugar que a ella le gusta. Jacob consultó con sus esposas y se aseguró de que estuvieran de acuerdo antes de llevárselas de la casa de su padre (Gn. 31:4-16).
  2. Aunque ella debería atender de buen talante a las visitas que él trae a la casa, él no debería ser desconsiderado ni insistente con ella en estos casos. La mayor parte de la responsabilidad y el trabajo para atender a las visitas recae sobre la esposa, por lo tanto, el marido debería ser considerado con ella.
    Si él ve que ella es responsable y sabia, muy capacitada para administrar y ordenar las cosas de la casa, pero que prefiere no hacer nada sin el consentimiento de él, él debe dar su consentimiento sin reparos y satisfacer el deseo de ella, como Elcana y como el esposo de esa excelente mujer que Salomón describe (Pr. 31:10-31).

Para administrar los asuntos de la casa es necesario un consentimiento mutuo, pero es un deber específico de las esposas (1 Tim. 5:14). Porque los asuntos de la casa están a su cargo es lógico que se la llame ama de casa. En vista de esto, los maridos deben dejar a su cargo la administración de la casa y no ponerle impedimentos por querer intervenir y dar su aprobación a cada cosa. En general, es responsabilidad de la esposa:

  1. El arreglo y decoración de la casa (Pr. 31:21, 22),
  2. Administrar las provisiones cotidianas para la familia (Pr. 31:15),
  3. Supervisar al personal de servicio (Gn. 16:6),
  4. Ocuparse de la formación de los hijos mientras todavía son pequeños (1 Tim. 5:10, Tit. 2:4).

Entonces, en general, todo esto debe dejarse a discreción de ella (2 R. 4:19) con solo dos advertencias:

  1. Que ella tenga discreción, inteligencia y sabiduría, y no sea ignorante, necia, simple, gastadora, etc.
  2. Que él supervise todo, en general, y que haga uso de su autoridad en caso de tener que prevenir que su esposa, sus hijos, sirvientes u otros hagan algo ilegal o impropio.
    Acerca de la severidad excesiva de los maridos para con sus esposas: Lo contrario es el rigor y la severidad de muchos maridos, que ejercen al máximo su autoridad y no ceden nada a sus esposas como si fueran inferiores. Estos son:
  3. Los que nunca están conformes ni satisfechos con lo que la esposa hace, sino que son siempre más y más exigentes.
  4. Los que no les importa lo gravosos y desconsiderados que resultan para su esposa: Gravosos por traer a casa huéspedes que saben que no pueden atender y desconsiderados por traer visitas con demasiada e inoportuna frecuencia o imponiéndoles responsabilidades fuera de lugar y por sobre los asuntos de la casa. Imponer tales cosas con demasiada frecuencia no puede más que hartarlas y, hacerlo irrazonablemente, no puede menos que alterarlas y ofenderlas en gran manera [como en el caso de que la esposa esté débil por causa de alguna enfermedad, que esté embarazada o recién haya dado a luz, por estar amamantando u otras cosas similares que le impiden dar las atenciones que, de otra manera, daría].
  5. Sujetan a sus esposas como si fueran niñas o sirvientas, impidiéndoles hacer nada sin su conocimiento y sin su expreso consentimiento.

Acerca de los maridos que ingratamente desalientan a sus esposas: Lo contrario es la actitud desagradecida, quizá por envidia de los maridos que no se fijan en las muchas buenas cosas que hacen sus esposas todos los días sin recibir aprobación ni elogio ni recompensa, sino que están prontos para criticar la menor falta o descuido en ellas. Hacen esto en términos generales como si ellas nunca hicieran nada bien, por lo que ellas tienen derecho a decir: “Hago muchas cosas bien, pero él lo ignora; pero si hago una cosa mal, no cesa de criticarme”.

Acerca de la manera como el marido instruye a su esposa: En cuanto a la enseñanza, el Apóstol agrega humildad. Instruid [dice él] con humildad a “a los que se oponen” (2 Ti. 2:25). Si los pastores deben instruir a su pueblo con humildad, cuanto más los maridos a sus esposas: En caso de encontrar oposición, no debe hacer a un lado la humildad, no debe hacerse a un lado en ningún caso.

Observe el marido estas reglas que demuestran humildad:

  1. Toma en cuenta la capacidad de tu esposa y programa su formación en consecuencia. Si tiene poca capacidad, enseña precepto por precepto, línea por línea, un poquito aquí un poquito allá. Un poquito a la vez [día tras día] llegará a ser mucho y, conforme ambos conocen lo enseñado, el amor de la persona que enseña aumentará.
  2. Instrúyela en privado, solo tu y ella, para que no se ande pregonando su ignorancia. Las acciones privadas entre el hombre y su esposa son muestras de cariño y confianza.
  3. En la familia, instruye a los hijos y sirvientes cuando ella está presente, pues así podrá ella aprender también. No hay manera más humilde y gentil de instruir, que instruir a terceros.
  4. Junto con los preceptos, añade comentarios dulces y expresivos como testimonios de su gran amor. Lo opuesto es instruir duramente, cuando los maridos pretenden hacerles entrar violentamente en la cabeza a sus esposas cosas que ellas no pueden comprender. Y aun sabiendo que ellas no pueden comprender, se enojan con ellas y el enojo los lleva a decir groserías y a proclamar su ignorancia delante de los hijos, sirvientes y extraños. Esta dureza es tan contraproducente y exaspera tanto el espíritu de la mujer, que mejor es que el marido deje a un lado este deber si lo pretende cumplir de esta manera.

Extracto del libro “Teología para la familia”. Artículo de William Gouge (1575-1653)

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