...Llegamos, en Europa por lo menos, a lo que se llama vida moderna, con una ruptura radical con las tradiciones cristianas respecto a la Europa del pasado. El espíritu de esta vida moderna se caracteriza más claramente, por el hecho de que busca el origen del hombre no en la creación, según la imagen de Dios, sino en la evolución desde el animal.

​[Lo que distingue nuestra decadencia moderna de las dos precedentes es que, en las masas, la receptividad para el Evangelio disminuye, mientras entre los científicos el rechazo está en aumento… La filosofía moderna actual considera haberse emancipado del cristianismo.]

Por tanto, tenemos que responder primero a la pregunta: ¿Qué fue lo que nos trajo a esta situación?

Solo un diagnóstico correcto puede llevar al tratamiento eficaz. Históricamente, la causa del mal se encuentra en la degeneración espiritual que marcó el fin del siglo anterior (XVIII). Esta degeneración es parcialmente la culpa de las mismas iglesias cristianas, incluidas las de la Reforma. Cansadas de su lucha contra Roma, estas iglesias se habían dormido, habían dejado marchitar las hojas y flores en sus ramas, y aparentemente se habían olvidado de su deber en cuanto a la humanidad en general, y en cuanto a la esfera entera de la vida humana. Hacia el fin de aquel Siglo, la nota general de la vida era desabrida e indiferente, común y vil. La literatura de aquel período lo prueba. En reacción contra esto, los filósofos deístas y ateístas propusieron entonces, primero en Inglaterra, pero después principalmente en Francia por parte de los enciclopedistas, colocar la vida entera sobre una nueva base, invertir el orden existente, y arreglar un nuevo mundo sobre la suposición de que la naturaleza humana sigue en su estado no corrompido. Este era un concepto heroico y despertó aceptación; tocó algunas de las cuerdas más nobles del corazón humano. Pero en la gran revolución de 1789, este concepto fue ejecutado en su forma más peligrosa, pues en esta revolución, en esta subversión no solo de las condiciones políticas, sino de las convicciones, ideas y costumbres de la vida, tenemos que distinguir claramente dos elementos. En un aspecto, era una imitación del calvinismo, mientras en otro aspecto era la oposición directa contra sus principios. No olvidemos que esta gran revolución estalló en un país católico romano, donde primero, en la noche de San Bartolomé, y después, en la revocación del edicto de Nantes, los hugonotes habían sido asesinados y expulsados. Después de esta supresión violenta del protestantismo en Francia, y en otros países católicos romanos, el despotismo antiguo surgió nuevamente, y para esas naciones se perdieron todos los frutos de la Reforma. Esto llevó al intento, como caricatura del calvinismo, de alcanzar la libertad por medio de la violencia, y de establecer un estado pseudo-democrático para impedir para siempre el regreso al despotismo. Entonces la Revolución Francesa, al enfrentar la violencia con violencia, el crimen con crimen, buscó la misma libertad social que el calvinismo había proclamado entre las naciones, pero que el calvinismo buscó alcanzar por medio de un movimiento puramente espiritual. Así, en cierto sentido la Revolución Francesa ejecutó un juicio de Dios, cuyo resultado es razón de alegrarse, incluso para los calvinistas.

Pero esta es solo una cara de la moneda. Su reverso nos muestra un propósito directamente opuesto a la sana idea calvinista de la libertad. El calvinismo, por medio de su concepto profundamente serio de la vida, había fortalecido y consagrado los lazos sociales y éticos; la Revolución Francesa los soltó completamente, y así desprendió la vida no solamente de la iglesia, sino también de las ordenanzas de Dios, incluso de Dios mismo. El hombre como tal, cada individuo, desde entonces era su propio señor y amo, guiado por su propio libre albedrío y buen placer. El tren de la vida iba a avanzar más rápidamente todavía, pero ya no en el riel de los mandamientos divinos. ¿Qué otra cosa pudo resultar sino fracaso y ruina? Investigue en Francia hoy para ver qué fruto dio la idea fundamental de su gran revolución para la nación después de su primer siglo, tan abundante en horrores, y la respuesta será un cuento muy deplorable de decadencia nacional y desmoralización social.

Humillada por el enemigo del otro lado del Rin, internamente desgarrada por la furia de partidarios, deshonrada por la intriga de Panamá y más todavía por el caso Dreyfus, desgraciada por su pornografía, la víctima de una recesión económica, disminuyendo en su población, Francia fue llevada a degradar el matrimonio, a destruir la vida familiar por la lujuria, y presenta hoy el espectáculo repulsivo de hombres y mujeres perdidos en pecados sexuales desnaturalizados. Soy consciente de que todavía hay miles de familias en Francia que viven sin reproche y lamentan la ruina moral de su país; pero ellos son los mismos círculos que resistieron las pretensiones equivocadas de la revolución; y por el otro lado, los círculos casi bestializados son aquellos que sucumbieron ante el primer ataque del volterianismo.

Desde Francia, este espíritu de disolución, esta pasión de emancipación salvaje, se extendió a otras naciones, especialmente por medio de una literatura infamemente obscena, e infectó sus vidas. Entonces unas mentes más nobles, especialmente en Alemania, que se dieron cuenta de la profundidad de maldad a la que había llegado Francia, hicieron el intento de realizar esta idea seductora de una «emancipación de Dios» en una forma superior, pero reteniendo su esencia. Los filósofos de primera, uno por uno, construyeron una cosmología que iba a devolver su fundamento firme a las relaciones sociales y éticas, colocándolas sobre la base de la ley natural, o dándoles un ideal derivado de sus propias especulaciones. Por un momento, este intento parecía tener éxito: en vez de expulsar a Dios de su sistema a manera de los ateos, estos filósofos se refugiaron en el panteísmo. Así fundamentaron la estructura social, no como los franceses sobre el estado de la naturaleza como tal ni sobre la voluntad del individuo, sino sobre el proceso de la historia y la voluntad colectiva de la raza que inconscientemente apunta a la meta suprema. Y de hecho, durante más de medio siglo, esta filosofía dio cierta estabilidad a la vida; no porque su sistema hubiera tenido una estabilidad inherente, sino porque el orden establecido y las fuertes instituciones políticas en Alemania apoyaron con su tradición este edificio que de otra manera se hubiera colapsado inmediatamente. Aun así, no pudo impedir que también en Alemania los principios morales se volvieran más y más problemáticos, los fundamentos morales más y más inseguros. Ningún otro derecho aparte de la ley actual fue reconocido; y Francia y Alemania estaban de acuerdo en su rechazo contra el cristianismo tradicional. El «Écrasez l’infâme» («Aplasten la infame», con respecto a la iglesia) de Voltaire fue sobrepasado desde lejos por las declaraciones blasfemas de Nietzsche sobre Cristo, y Nietzsche es el autor cuyas obras son más ávidamente devoradas por la Alemania moderna de nuestros días.

De esta manera llegamos, en Europa por lo menos, a lo que se llama vida moderna, con una ruptura radical con las tradiciones cristianas de la Europa del pasado. El espíritu de esta vida moderna se caracteriza más claramente por el hecho de que busca el origen del hombre no en la creación según la imagen de Dios, sino en la evolución desde el animal. Esto implica dos ideas fundamentales:

(1) que el punto de partida ya no es lo ideal o lo divino, sino lo material y lo vil;
(2) que la soberanía de Dios que debería ser suprema, es negada, y el hombre se entrega a la corriente mística de un proceso infinito.

De la raíz de estas dos ideas, ahora se está desarrollando un doble tipo de vida. Por un lado, la vida interesante, rica y bien organizada de los círculos universitarios, solo al alcance de las mentes más refinadas; y por el otro lado, una vida materialista de las masas que persiguen el placer, que en su manera también toman como punto de partida la materia, y que igualmente, a su manera, se emancipan de todas las ordenanzas fijas. Especialmente en nuestras grandes ciudades crecientes, este segundo tipo empieza a dominar, imponiéndose en contra de la voz de los distritos rurales, y está moldeando la opinión pública que declara su carácter impío más abiertamente en cada generación sucesiva. El dinero, el placer, y el poder social, solo estos son los objetos de todo esfuerzo; y la gente es cada vez menos considerada en cuando a los medios que utilizan para alcanzarlos. La voz de la conciencia es menos y menos audible. El fuego de todo entusiasmo superior fue ahogado, solo las cenizas muertas permanecen. En medio de la fatiga de la vida, ¿qué puede detener a los decepcionados de refugiarse en el suicidio? Privado de la influencia saludable del descanso, el cerebro es sobre estimulado y sobre ejercitado hasta que los manicomios ya no alcanzan para alojar a los locos. Se discute más y más seriamente si la propiedad privada no es sinónimo de robo. Se acepta más y más que la vida debe ser más libre y el compromiso matrimonial menos serio. Ya no se defiende la monogamia, pues la poligamia y poliandria se glorifican sistemáticamente en todos los productos del arte y de la literatura realista. En armonía con todo esto, la religión se declara superflua porque entristece la vida. Pero para el arte hay mucha demanda, no por su valor ideal, sino porque complace e intoxica los sentidos. Así la gente vive en el tiempo y para cosas temporales, y cierra sus oídos ante el sonido de las campanas de la eternidad. Toda la perspectiva de la vida se vuelve concreta, concentrada, práctica. De esta vida privada modernizada emerge un tipo de vida social y política que se caracteriza por una decadencia del parlamentarismo, por un deseo fuerte de tener un dictador, por un conflicto agudo entre pauperismo y capitalismo, mientras el armamento pesado, aun al precio de la ruina económica, se vuelve el ideal de estos estados poderosos que en su deseo de expansión territorial amenazan la misma existencia de las naciones más débiles. Gradualmente, la lucha entre el fuerte y el débil llegó a ser el rasgo dominante de la vida, surgiendo del darwinismo con su idea central de la lucha por la vida. Desde que Bismarck lo introdujo en la política, el concepto del derecho del más fuerte fue aceptado de manera casi universal. Los eruditos y expertos de nuestros días exigen con más y más audacia que el hombre común se incline ante su autoridad. Y el fin solo puede ser que una vez más los principios sanos de la democracia serán rechazados, para dar lugar, esta vez, no a una nueva aristocracia de sangre noble e ideales supremos, sino a una kratistocracia tosca y arrogante, basada en el poder brutal del dinero. Nietzsche no es una excepción, sino proclama el futuro de nuestra vida moderna. Y mientras Cristo, en compasión divina, mostró misericordia hacia los débiles, la vida moderna asume la posición opuesta de que el débil tiene que ceder su lugar al más fuerte. Este es, dicen, el proceso de selección al cual nosotros mismos debemos nuestro origen, y este proceso tiene que ejercerse hasta sus últimas consecuencias.

Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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