Cuando Dios creó al universo no lo hizo sin referencia a su propia naturaleza. Por el contrario, obró de acuerdo con su propia sabiduría infinita. La creación del mundo no fue un acto arbitrario, sino que sirvió a fines elevados y dignos, y estos fines estuvieron de acuerdo con la bondad y sabiduría infinitas del Creador.

​Una vez tratado el tema de los decretos de Dios, paso ahora a hablar de la forma en que Dios ejecuta sus decretos.
Pero ¿hay que distinguir la ejecución por parte de Dios de sus decretos de los decretos mismos? Ha habido, creo, quienes han dicho, «No.» En Dios, afirman, planear es lo mismo que obrar; las criaturas finitas planean primero y actúan después, pero el plan de Dios y la acción de Dios son la misma cosa. En realidad, algunos de los que adoptan esta forma de pensar me parece que van más lejos. Según ellos nosotros podemos pensar una cosa y no hacerla, pero para Dios pensar una cosa es determinar que se realice, y determinar que se realice es lo mismo que hacer que se realice. La vastedad del universo, dicen, no es más que la manifestación de los pensamientos de Dios. Pero quienes así piensan están equivocados; han caído en un error muy grave.

Ciertamente es verdad que para Dios no hay obstáculos externos para que se realicen sus pensamientos. Tiene poder infinito, y todo lo que piensa lo puede hacer.

Pero porque pueda hacer todo lo que piensa, no se sigue que haga todo lo que piensa. Lo que en realidad hace es lo que con sabiduría infinita ha escogido de entre una infinidad de cosas que decide no hacer. Nunca habría que confundir los pensamientos de Dios con sus propósitos.

En realidad, si caemos en esa confusión corremos el peligro de confundir la verdadera naturaleza de la personalidad de Dios. Si Dios determina todo lo que piensa, si en sus propósitos no hay selección de entre todo lo que considera, entonces casi se podría decir que los propósitos de Dios se llaman así por equivocación y se convierten más bien en la manifestación involuntaria de un proceso dialéctico impersonal.

Pero si los propósitos de Dios deben distinguirse de sus pensamientos, hay que hacer todavía otra distinción. Del mismo modo que los propósitos de Dios deben distinguirse de sus pensamientos, así también sus acciones deben distinguirse de sus propósitos. Existe una verdadera distinción entre los decretos de Dios y la ejecución de sus decretos.

Pasar por alto esta distinción es también pervertir la verdad.

Es perfectamente cierto que todo lo que Dios propone se cumple en forma ineluctable. Nosotros proponemos muchas cosas que no se realizan, pero ,no es así en el caso de Dios. Lo que propone, lo hace.

Es perfectamente cierto también que en Dios no hay ni antes ni después. Está más allá del tiempo; es infinito y eterno; no tiene que esperar, como nosotros, un momento en el tiempo, independiente de Él, en el que pueda poner en ejecución sus decretos. Para El todo está eternamente presente. Podría parecer, por tanto, como si en su caso no hubiera sucesión temporal y en realidad no se distinguiera un decreto de su ejecución, propósito y acto.

Esta forma de razonar, sin embargo, es falaz y peligrosa. Aunque no podamos aplicar conceptos temporales a la villa de Dios, aunque por consiguiente para él no haya sucesión temporal, en el sentido ordinario, entre propósito y acto, con todo hay una distinción importante entre ambos. Es importante recordar no sólo que Dios es infinitamente sabio en sus planes, sino también que es infinitamente poderoso en sus actor.

¿Pero es cierto que no hay sucesión temporal entre los propósitos de Dios y sus actos, entre sus decretos y la realización de los mismos? Creo que no es sino verdad a medias.

Es cierto que Dios, siendo eterno, está más allá del tiempo. Pero esto no quiere decir que el tiempo no tenga existencia real; no quiere decir que el tiempo tal como lo conocemos no sea más que una simple apariencia. No, lo que deberíamos decir, como me parece haberle oído decir a uno de mis profesores años atrás, es que Dios creó el tiempo cuando creó las cocas finitas. Dios creó realmente el tiempo, y nosotros vivimos realmente en una secuencia temporal. Por tanto no decimos algo falso cuando afirmamos que Dios propuso hace mucho lo que hace que suceda ahora. Todo lo que sucede estaba en el propósito de Dios desde la eternidad, pero El mismo hace que suceda en momentos sucesivos del tiempo que El en su sabiduría infinita ha fijado. Nosotros que, como criaturas finitas, vivimos en un orden temporal observamos la manifestación gradual de la ejecución del plan eterno de Dios; y al observar era manifestación gradual, al observar la forma en que, sin premuras sino con seguridad absoluta, los propósitos de Dios se realizan, por unimos en la alabanza de aquel para quien mil años son como un ayer cuando ya han pasado y como una vigilia nocturna, en alabanza de aquel cuyos caminos no son nuestros caminos y cuyos pensamientos no son nuestros pensamientos, quien en su sabiduría infinita ha planeado todas las cosas desde el principio y hace que sucedan de acuerdo con su propósito eterno y en el momento adecuado. De este modo todas las criaturas finitas y el mismo orden temporal sirven al propósito eterno para el que fueron creados, que es la gloria de Dios.

Con esta idea por tanto de que existe una distinción verdadera entre los decretos de Dios y la ejecución de los mismos, estamos en condiciones de preguntarnos cómo ejecuta Dios estos decretos. El Catecismo Menor dice, en respuesta a esta pregunta: «Dios ejecuta sus decretos en las obras de la creación y de la providencia.»

Deseo decir unas palabras acerca de la obra de Dios de la creación y de la obra de Dios de la providencia.

Con respecto a la obra de la creación, el Catecismo Menor dice que Dios hace todas las cocas de la nada.

Me parece que deberíamos detenernos unos momentos para preguntarnos qué significa esto.

La respuesta en general no resulta difícil. Contemplemos el vasto universo en el que vivimos. ¿Cómo comenzó a existir? Se han dado muchas respuestas distintas, pero la que da la Biblia es sencilla. El universo comenzó a existir, dice la Biblia, por el acto de un Dios personal; comenzó a existir porque Dios 1o hizo. Esto time por lo menos el mérito de ser fácil de entender.

Pero ¿qué significan las palabras «de la nada» en era definición? ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que Dios hizo todas las cocas «de la nada»? Se quieren decir por lo menos dos cocas.

En primer lugar, no se quiere decir que Dios no hizo las cosas de algo; no hizo el universo de algo material que ya existía.

Mucha gente ha sostenido que cuando Dios hizo el universo empleó algo material que ya exis-tía. Moldeó dicho material, dicen; le dio forma; lo cambió de caótico en ordenado; pero el material ya existía.

Entonces surge la pregunta : «¿De dónde procedía ese material ya existente?

Cuan do contemplamos el mundo tal cual es, nos preguntamos espontáneamente cómo comenzó a existir. Podemos descubrir el proceso que siguió hasta un cierto punto. Todo, decimos, time una causa. Esto sucedió porque eso otro sucedió antes; y eso a su vez sucedió porque aquello otro había sucedido todavía antes. Así vamos razonando de efecto a causa a lo largo de una serie prolongada. Pero a no ser que la serie sea realmente infinita, al final venimos a dar con el comienzo de la misma. Todas las causas que hemos visto en el mundo alrededor nuestro fueron a la vez causadas por otras causas; pero al comienzo de la serie debe haber una Causa Primera, una causa que no es causada por ninguna otra.

¿Cuál es esa Causa Primera? El simple cristiano, con la Biblia ante los ojos, time la respuesta. La Causa Primera es Dios. El universo comenzó a existir, dice, por un acto voluntario de una Persona infinita y eterna.

Esta respuesta time el mérito de ser sencilla. Hay algo en ella que es maravillosamente satisfactorio. No comete la equivocación en la que caen tantas filosofías de dar a lo que es inferior en honor que parecería pertenecer en justicia a lo que es superior.

Sin terror afirmo que una vez que al hombre le ha caído la venda de los ojos, de forma que pueda pensar en Dios como en un Dios personal, como en un Dios vivo, como en la Causa Primera única y suficiente de todas las cosas, se sorprende de su ceguera anterior y compadece de todo corazón a los que todavía no entienden.

Cuán tristemente esta sencilla respuesta al rompecabezas el universo se frustra o más bien se destruye a manos de los que dicen que cuando Dios hizo al universo lo hizo de algo ! Si Dios hizo al universo de algo, entonces ese algo ya existía, y existía en forma independiente de Dios, cuando fue hecho el universo.

En este caso, ¿a dónde llegamos cuando comenzamos a buscar una Causa Primera, a dónde llegamos cuando buscamos las causas de que lo que existe ahora, y las causas de esas causas que antes eran efectos, hasta llegar a la causa que no fue producida por ninguna otra causa, en otras palabras la Causa Primera? Porque, según la teoría que nos ocupa no tenemos una sino dos Causas Primeras   Dios y la materia que empleó cuando hizo al mundo. Pero de las dos causas hay una que está de más. Una doctrina así nunca ofrecerá una idea satisfactoria del mundo. Nos da una materia inerte y ciega que en modo alguno se puede considerar como Causa Primera, y nos da un Dios que no es tal Dios. Nos da un Dios que no es realmente infinito sino que se ve limitado en su acción por algo que no le debe el ser a El.

De tal dualismo   y perdónenme que emplee una palabra algo técnica   pasamos con alivio al elevado teísmo de la Biblia. Nuestro Dios, et Dios de la Biblia, no es un simple artesano que utiliza lo mejor posible la materia que halla disponible, sino que es el gran iniciador de todo lo que existe. No hay dos Causas Primeras – Dios y la materia que Dios empleó  sino una Causa Primera, Dios y sólo Dios.

Esto es lo primero que queremos decir cuando afirmamos que Dios hizo todas las cocas de la nada. Queremos  decir que no hizo las cosas de algo; queremos decir que no hizo las cosas de una materia ya existente.

Pero queremos decir otra coca cuando afirmamos que Dios lo hizo todo de la nada. Queremos decir que no hizo las cosas de la sustancia de su propio ser.

Si hubiera hecho todas las cocas de la sustancia de su propio ser, entonces todo sería parte de Dios, y entonces tendríamos un error semejante al fatal error panteísta.

Muchos han caído en tal error. El mundo, afirman, es una emanación de la vida de Dios; es una manifestación de su ser; su sustancia es la sustancia de la que Dios mismo está compuesto.

Este error, como muchos otros de los que hemos hablado, es la corrupción de una gran verdad. Es del todo cierto que el universo tuvo en Dios su causa. Cuando la Biblia nos enseña que todo fue hecho de la nada, esto no quiere decir que todo comenzara a existir sin una causa. Por el contrario, todo comenzó a existir por una causa absolutamente adecuada   a saber, Dios.

Es perfectamente cierto, además, que cuando Dios creó al universo no lo hizo sin referencia a su propia naturaleza. Por el contrario, obró de acuerdo con su propia sabiduría infinita. La creación del mundo no fue un acto arbitrario, sino que sirvió a fines elevados y dignos, y estos fines estuvieron de acuerdo con la bondad y sabiduría infinitas del Creador.

Pero, al decir todo esto, no decimos en modo alguno que el universo procedió del ser de Dios por cierto proceso de emanación. No, sino que fue creado por un acto de la voluntad de Dios. Dios no debía a nadie crear al mundo, y la creación del mundo no fue necesaria para completar su propia vida. Dios se basta a sí mismo; era Dios completo antes de que el mundo fuera creado, y la existencia presente del mundo no es necesaria para su vida divina. «Antes que naciesen los montes y formasen la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.»  Siendo Dios desde toda la eternidad, determinó formar el universo para sus propios fines elevados y dignos. Ante la sabiduría y poder infinitos del Creador sólo el terror y respeto son adecuados.

Por ello es sumamente importante que subrayemos estas palabras «de la nada,» en esa definición del Catecismo Menor. Dios no hizo las cocas de algo preexistente, y no sacó las cocas de la sustancia de su ser; sino que hizo todas las cosas de la nada.

Pero si esas palabras «de la nada» han de subrayarse en esa definición, no por ello habría que olvidar la palabra «todo.» No deberíamos olvidar el hecho de que en la obra de Dios de la creación fueron creadas las «cocas.»

Muchos lo han negado. Dicen que no existe ese que llamamos mundo exterior. Cuando contemplo un árbol, dicen, todo lo que en realidad conozco es la idea del árbol en mi mente. Pero ¿hay otras mentes? Nunca he podido comprender cómo quienes piensan de este modo tengan derecho a sostener que las hay. El idealista consecuente, me inclino a pensar, debería sostener que ni siquiera otras mentes existen a no ser como idea de su propia mente. Pero consecuentemente o no,  muchos idealistas sí sostienen que hay una mente suprema, y que el universo existe sólo en esa mente suprema, la mente de Dios.

Frente a semejante filosofía el cristianismo, con la Biblia ante los ojos, debería creer en la existencia de un mundo exterior.

Y el cristiano ciertamente debería sostener que nuestras mentes y la materia de la que se componen nuestros cuerpos y este universo todo al que pertenecen nuestros cuerpos y nuestras mentes fueron realmente creados por un acto del Dios que todo lo sabe y todo lo puede.

¿Qué clase de universo es éste que comenzó a existir de este modo por un acto del Dios todopoderoso? ¿Es un universo bueno o malo? Los pesimistas han dicho que es un mundo malo. De hecho, algunos han dicho que es el peor universo que pudo ser creado. ¿Qué dice el cristiano?

La Biblia da una respuesta muy sencilla : «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.»  No, este universo no es malo. Nada de lo que Dios hace es malo. No es un universo malo sino bueno.

En realidad, es el universo mejor que pudo haber creado. Dios nunca se contenta con mediocridades. Su sabiduría y poder no conocen límites. Nada de lo que hace se aparta ni un milímetro de lo que es absolutamente lo mejor.

Cuando decimos que el universo es el mejor que pudo haber sido creado no queremos decir, desde luego, que es el mejor para nuestros fines, y no queremos necesariamente decir que es el universo que mejor satisface nuestros gustos. Antes al contrario nos vemos obligados, antes o después, a aprender la difícil lección de que el universo no fue hecho para nuestro disfrute tan sólo. Tenemos que aprender a tomar el universo tal como es.

Aceptar el universo es la idea matriz de un libro salido de la pluma de escéptico moderno, brillante y maduro   Preface lo Morals de Walter Lippmann, que fue un «best seller» hace unos años. E1 niño, dice Lippmann, cree que el universo sólo está para su propio provecho; lo único que time que hacer es alargar la manita y todo le será dado para que satisfaga sus deseos. Pero luego, a medida que se va haciendo mayor, aprende que muy a menudo time que retirar la mano que ha quedado vacía; aprende que existe un vasto mundo exterior que es indiferente a sus deseos. Cuando ha aprendido esto, ha madurado.

Muchos, dice Walter Lippmann, nunca llegan a madurar, nunca crecen, nunca superan la noción de que el universo o es o debería ser para su propio provecho. A fin de superar esta noción, dice, no es suficiente que el hombre conozca tan sólo los detalles del universo. Un muchacho puede mencionarle una gran cantidad de hechos referentes a las estrellas pero a no ser que «sienta la vasta indiferencia del universo en cuanto a su propio destino, y se haya colocado en la perspectiva del espacio frío a ilimitado, no ha contemplado con madurez los cielos.»

Bien, podemos estar en parte de acuerda con Walter Lippmann. Podemos estar de acuerdo con lo que dice en cuanto al lado negativo. Podemos estar de acuerdo en sostener que el universo no existe para nuestro bien particular, y que somos peor que niños petulantes si nos quejamos por ello.

Pero diferimos de él en forma radical en lo que trata de poner en lugar de esa petulancia infantil. Trata de sustituirla con lo que llama «desinterés»   reconocimiento y aceptación del hecho de que el universo sea indiferente a nuestro destino. Nosotros la sustituimos con el convencimiento de que el universo fue creado para la gloria de Dios.

Para este fin, la gloria de Dios, aunque no para los fines que a nosotros nos podrían agradar, este universo es el mejor universo que pudo haber sido creado. A ese fin contribuyen en lo que les corresponde esos cielos estrellados de los que habla Walter Lippmann. Cuando contemplamos su vastedad quedamos abrumados ante nuestra propia insignificancia. Hasta ahí estamos de acuerdo con Walter Lippmann. Pero a diferencia de él, no nos detenemos ahí. Para nosotros las estrellas no contienen un mensaje meramente negativo; no nos dicen sólo lo que no somos. También nos dicen lo que Dios es:

«Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.»  El fin para el cual fue hecho el universo no es nuestra satisfacción. Pero esto no quiere decir que no sepamos nada en cuanto al fin que time. El fin, nos dice la Biblia, es la gloria de Dios. Y ese fin el universo lo alcanza en la manera que Dios quiere.

Pero esos cielos estrellados, ese vasto tejido de la naturaleza, ¿son realmente indiferentes a nuestro destino? La Biblia time algo que decir también respecto a esto. «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.»  Pero los que pueden recibir el consuelo de este texto no son los que se consideran, de manera infantil, como el fin de la creación, sino los que han recibido el poder de encontrar la verdadera bienaventuranza y el verdadero propósito del mundo, en el canto de alabanza del Creador.

Extracto del libro: «el hombre» de J. Gresham Machen

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