En BOLETÍN SEMANAL
Puesto que el problema más grave del hombre es el pecado, su necesidad más grande es el perdón, y eso es exactamente lo que Dios provee. Aunque hemos sido perdonados del castigo final del pecado por medio de la salvación en Cristo, necesitamos experimentar el perdón habitual de Dios por los pecados que continuamos cometiendo.

​La importancia de esta distinción será más dara cuando veamos las dos clases de perdón que podríamos calificar de judicial y de paternal.

PERDÓN JUDICIAL
 Los creyentes reciben el perdón judicial de Dios en el momento que ponen su fe en Cristo como su Salvador. Ese perdón es total en la realidad de la justificación, por él Dios nos declara justos en su Hijo. Como resultado, ya no estamos bajo juicio, condenados a morir, ni tampoco destinados al infierno. Pablo dice: «Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Rom. 8:1). El juez eterno nos ha declarado perdonados, justificados y justos. Ningún ser humano o satánico nos puede condenar o acusar permanentemente (‘Y. 33,34).

La magnitud de este perdón es literalmente inconcebible. Dios dice: «No me acordaré más de su pecado» (Jer. 31:34). David escribió: «Tan lejos como está el oriente del occidente, así hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Sal. 103:12). Isaías nos dice el motivo: «El SEÑOR cargó en Él [Cristo] el pecado de todos nosotros» (Isa. 53:6; cf. 1 Pedo 2:24). Dios no podía pasar por alto nuestro pecado a menos que alguien llevara el castigo por ello, y es por eso que Cristo murió.Dios nos ha perdonado (en efecto, eliminado) nuestros pecados basado en ese sacrificio que hizo una sola vez Cristo en la cruz. Allí cargó con nuestro castigo, llevó nuestra culpa, y pagó el precio por nuestro pecado. En el momento en que usted pone su fe en Cristo, su pecado pasó a él y la justicia de él pasó a usted, y Dios lo declaró judicialmente justificado (Rom. 3:24-26; 2 Cor. 5:21). Por medio de ese acto de perdón judicial, todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros son perdonados completamente’.

PERDÓN PATERNAL
Desafortunadamente, todavía pecamos en nuestra conducta porque aún no hemos sido perfeccionados. En Filipenses 3, Pablo reveló esta distinción cuando escribió que por medio de la fe en Cristo había recibido la justicia de Dios, no derivada de la
ley; sin embargo, añadió que aún no había alcanzado un estándar perfecto de santidad en la práctica (‘Y. 7-14). De modo que requerimos constantemente del perdón, aquel que ofrece de gracia nuestro Padre celestial. El apóstol Juan nos advierte: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, v la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (l In, 1:8,9).  De manera que el pecado, aunque es perdonado judicialmente, es aún una realidad en la vida del cristiano. Una disminución del pecado, junto con una creciente sensibilidad a él, debe caracterizar el caminar de cada cristiano. Y aunque nuestros pecados hoy y en el futuro no cambian nuestra posición delante de Dios, afectan la intimidad y gozo en nuestra relación con Él.

Por ejemplo, si uno de sus hijos pecara desobedeciéndolo, eso no cambiaría su relación, usted aún es su padre o madre, listo a perdonar al instante. Pero hasta que él venga a usted a confesarle su desobediencia, la intimidad previa no será restaurada.
Durante la última cena, Jesús comenzó a lavar los pies de los discípulos como demostración del espíritu humilde y servidor que debería caracterizar a sus sirvientes. Al principio se rehusó Pedro, pero cuando Jesús dijo: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo», Pedro se fue al otro extremo y quiso un baño completo.  Jesús replicó: «El que se ha lavado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, pues está todo limpio. Ya vosotros estáis limpios» (Juan 13: 5-10).

El acto de lavar los pies realizado por Jesús fue más que un ejemplo de humildad; fue también una representación del perdón que Dios da en la continua limpieza de aquellos que ya están salvos. La suciedad de los pies simboliza la contaminación superficial diaria del pecado que experimentamos al pasar por las cosas de la vida. El pecado no nos ensucia completamente, ni tampoco puede hacerlo porque hemos sido limpiados permanentemente.

La purga judicial que ocurre en la regeneración no necesita repetirse, pero la purificación práctica es necesaria todos los días porque a diario no alcanzamos la santidad perfecta de Dios. Como Juez, Dios está ansioso de perdonar a los pecadores, y como Padre está aún más ansioso de seguir perdonando a sus hijos. Cientos de años antes de Cristo, Nehemías escribió: «Tú que eres un Dios perdonador, clemente y compasivo, tardo para la ira y grande en misericordia» (Neh. 9:17). Con todo lo vasto y profundo que es el pecado del hombre, la magnitud del perdón de Dios es mucho mayor. Donde abunda el pecado,
sobreabunda la gracia de Dios.

En alguna parte de nuestras oraciones, después que hemos pedido que su nombre sea santificado, que venga su reino y sea hecha su voluntad -y después que hemos reconocido que Dios es la fuente de nuestro sostén físico y diario- necesitamos enfrentar el hecho de que nuestros pies están sucios. Mientras tengamos en nuestras vidas pecados que no hayamos confesado, perderemos la plenitud de gozo e intimidad en nuestra comunión con Dios. Por lo tanto, la petición «perdónanos nuestras deudas», es simplemente nuestra súplica a Dios para que nos limpie momento a momento cuando le confesamos nuestros pecados.

Extracto del libro: A solas con Dios, de John MacArthur

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