En BOLETÍN SEMANAL
​​«Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas» (2 Pedro 1:4).  Somos deudores delante de Dios por todo cuanto tenemos por el don de Dios. Vivimos gracias a la misericordia divina. Todo cuanto tenemos lo hemos recibido como un don y todo cuanto vayamos a tener lo recibiremos del mismo modo. « La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna.» Somos incapaces de ganarnos nada, pero Dios puede darnos todas las cosas. La salvación ha de ser todo un don, un don gratuito, un don que no nos merecemos, un don espontáneo del amor divino. La promesa de la salvación es de la misma naturaleza.

«Más bienaventurada cosa es dar que recibir» y el que es más bendito de todos, el Dios siempre bendito, se deleita en dar. El dar forma una parte tan natural de Dios como lo es para el sol brillar o para un río fluir. ¡Cuán grande bendición tenemos al ser receptores! Esto queda grandemente enfatizado cuando meditamos en lo necesario que es que recibamos porque las cosas que necesitamos son tales que si no las obtenemos estamos perdidos y perdidos para siempre. Estamos sin vida, sin luz, sin esperanza, sin paz, si no tenemos a Dios. Si Dios no nos da conforme a las riquezas de su gracia, estaremos peor que desnudos, pobres y miserables, estaremos totalmente perdidos ‘ No es posible que merezcamos esos dones tan ricos. Incluso aunque nos mereciésemos algo, tendríamos que recibirlo sin dinero y sin precio. Una promesa hecha por Dios debe de ser una merced de su gracia, pues no podemos demandar que Dios nos prometa su favor y las bendiciones sin precio que contienen.

Esto nos enseña la postura que hemos de adoptar porque el orgullo no le pega a los que dependen Se otros. Aquel que ha de vivir gracias a los dones debe de ser humilde y estar agradecido. Somos mendigos que hemos de colocarnos a la puerta de la misericordia. Nos sentamos todos los días a la puerta del templo a pedir limosna y no de los que entran a adorar, sino de Aquel a quien adoran los ángeles. Siempre que pasa el Señor pedimos, y El nos da y no nos quedamos sorprendidos por el hecho de recibir de su amor porque nos ha prometido darnos grandes misericordias. Él nos enseñó a decir: «Danos hoy nuestro pan cotidiano», y, por lo tanto, ni nos sentimos avergonzados ni asustados por tener que pedirle todas las cosas. Nuestra vida es de dependencia y nos deleitamos en que así sea. Es dulce recibir todas las cosas de manos de nuestro Señor crucificado. Bendita sea la pobreza que nos conduce a la riqueza de Cristo. Nada nos ganamos, pero todo lo recibimos, siendo tres veces bendecidos por tener que participar, hora tras hora, del don de Dios. «Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas. »

Amados míos, esta enseñanza respecto a que la promesa es un don debiera de servirnos de estímulo, especialmente si nos sentimos perdidos y estamos dispuestos a admitir que estamos espiritualmente en la bancarrota. Para los que así se encuentran es una palabra de buen ánimo, pues todo se nos da gratuitamente y proviene de la mano de Dios. ¿Por qué no habrá de darles a ellos como a los que están necesitados? Aquellos de nosotros que nos gozamos en Dios hemos recibido todas las cosas como un don gratuito, ¿por qué no habrían de recibirlo otras personas? Se dice: « nada hay más gratuito que un don»; ¿por qué no habría de recibir mi lector como lo hago yo? Para la persona que está dispuesta a dar, la pobreza, por parte del que ha de recibir, debe de ser una recomendación en lugar de ser un obstáculo. Venid, vosotros, los que no tenéis mérito alguno, Cristo será vuestro mérito.

Venid vosotros, los que no poseéis la justicia, Él será vuestra justicia. Venid vosotros, los que estáis cargados de pecado, y el Señor perdonador os librará de vuestro pecado. Venid, los que estáis totalmente desamparados, y seréis ricos en Jesús. El papel de mendigos os irá bien y prosperaréis en El, porque veo que padecéis un hambre cruel y que vuestros bolsillos están vacíos. El que no puede sacar nada no debe de avergonzarse de mendigar, pues el mendigo no necesita oficio. «Los zapatos viejos están llenos de remiendos», y los trapos viejos que lleva gastados Y mal olientes, lo cual es un atuendo apropiado para un mendigo. ¿No está usted vestido de ese modo espiritualmente hablando? Cuanto más pobre sea un desgraciado, más bienvenido será a la puerta de la caridad divina. Cuanto menos tenga usted de sí mismo, más bienvenido será ante Aquel que da gratuitamente y no reprende.
 
«Venid, oh necesitados, venid y bienvenidos, glorificad el don gratuito de Dios; la verdadera fe y el verdadero arrepentimiento, toda gracia que nos acerca, sin dinero, venid a Cristo y comprad.»

Sí, es un don. Éste es el evangelio que somos enviados a predicaros: «De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él crea no se pierda, mas tenga vida eterna.» «Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo» (1 Jn. 5:11). Por parte de Dios todo es dar, y por la nuestra todo es recibir. La promesa ya fue hecha y lo fue de manera gratuita y se cumplirá también de manera gratuita. Dios no empieza dando para luego cobrar un precio. No hay que pagar una comisión al recibir la gracia. Él ni pide ni recibe un solo centavo, porque su amor no es otra cosa que un regalo y como tal podemos aceptar su promesa, pues Él no se degradará a sí mismo escuchando a otros términos diferentes.

La palabra dada en el texto es una invitación clarísima a los más pobres de entre los pobres. ¡Ojalá muchos supiesen aprovecharla! La gran campana suena para que todos los que la oyen vengan a la mesa abundante y escuchen y se aproximen. De manera gratuita, según las riquezas de su gracia, Dios promete salvación y vida eterna a todos los que creen en su Hijo, Jesucristo. Su promesa ha sido hecha en firme y es segura, ¿por qué no quieren los hombres creer en ella?

Lector, ¿qué tiene usted que decir a la promesa a a gratuitamente a todos los creyentes? ¿Está usted dispuesto a creer en ella y a vivir conforme a la misma?

 
Extracto del libro «segun la promesa» de C. H. Spurgeon

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