​ La iglesia es llamada a la existencia por la predicación de la Palabra de Dios, y, por tanto, la proclamación del mensaje de la Biblia necesita tomar una posición central en la tarea de las misiones: «¿Cómo, pues, creerán a aquel de quien no han oído?, y ¿cómo oirán sin haber quien les predique?» (Romanos 10:14). La labor misionera no puede nunca estar absorbida por un trabajo de servicio social sin perder su carácter esencial.

  ¿qué tiene Calvino que decirnos en nuestra situación misionera contemporánea? ¿Hay en su teología un mensaje que pueda proporcionarnos una guía entre las dificultades con que nos enfrentamos en nuestro tiempo? ¿Son todavía, su perspectiva y su pensamiento, importantes para el misionero que sale a un mundo que es, en más de un aspecto, radicalmente diferente del que conoció y en el que se movió el reformador?

Antes de que intentemos dar una respuesta a estas preguntas tenemos que disponernos a enfrentar una posible mala interpretación que fácilmente pueda surgir. Cuando respondemos a estas cuestiones en tono afirmativo, no significa en modo alguno una depreciación de otros tipos de tarea misionera que surgen de raíces teológicas diferentes y que tratan los problemas misioneros desde un ángulo diferente. Es la tarea misionera la que más nos retrotrae a los elementos centrales y esenciales de la herencia cristiana. Es una tarea en la cual nos damos cuenta del profundo sentido de la exclamación de San Pablo: «¿Quién es Pablo y quién es Apolos? Ministros por los cuales habéis creído…» (I Corintios 3:5). Además, el propio Calvino no intentó encontrar una especial variedad de cristianismo, sino restaurar la fe en su original pureza y simplicidad. Otros han intentado hacer lo mismo de diverso modo, y de ellos tenemos que decir, a pesar de algunas objeciones que puedan hacérseles respecto a su teología, que habían visto, más claramente de lo que Calvino vio en su propio tiempo, las implicaciones del mandamiento misionero. Todo esto, sin embargo, no quita importancia a las preguntas que hemos hecho anteriormente. Si bien es cierto que Calvino sólo intentó retrotraer la iglesia a una vida espiritual más pura y más de acuerdo con las esencias de la fe cristiana, esto hace más importante preguntarnos si la forma en que él lo hizo puede ayudarnos en el tiempo presente. En su aplicación a la tarea de las misiones en los días actuales, el pensamiento de Calvino queda comprobado para ser de estable relevancia.

Lo primero que debemos aprender de Calvino es que la tarea de las misiones será siempre una sencilla cuestión de obediencia al servicio del Señor. Aunque, por causa de algunas desgraciadas circunstancias, el propio Calvino no eslabonó directamente la noción de obediencia con la gran tarea misionera, la totalidad de su actitud estuvo tan profundamente enraizada en la visión de la vida cristiana como una militia Christi que esta noción ha dejado una permanente huella sobre la vida calvinista. Esto no invalida los otros motivos de la actividad evangelística: los motivos del amor, de la compasión, la expectación escatológica, todo ello, también, se encuentra en Calvino; pero la fuerte conciencia de que a despecho de cualquier circunstancia difícil el Señor nos llama para hacer de la tierra «un escenario de su gloria» y que sencillamente hemos de seguir su mandato, puede darnos nueva fuerza en tiempos de adversidad, ya que ello da a la tarea de las misiones ese recio núcleo de continuada perseverancia que necesitamos hoy tal vez más que en ningún otro tiempo.

Relacionado con esto está el hecho de la absoluta dependencia de Calvino en la gracia de Dios; de aquí su noción de «abrir la puerta». Noción que no fue una invitación a la pasividad, sino, por el contrario, un estímulo para seguir al Rey en los caminos que nos abre a través del mundo con abandono de nuestra estrategia cuidadosamente planeada. Por supuesto que esto no invalida el significado de la estrategia misionera y eclesiástica —Calvino fue un estratega de primera fila en cuestiones eclesiásticas—, pero hace que veamos lo relativo de nuestra estrategia en la obra del Reino. Nosotros, que vivimos en un período en que muchas puertas amenazan con ser cerradas o ya lo están, podemos vivir en la consoladora certidumbre de que Dios no es solamente todopoderoso para abrir todas las puertas, sino que Su voluntad también hace claro para nosotros el adonde tenemos que ir cuando estamos preparados para entregarnos completamente a su guía. Esta conciencia puede dar a nuestra tarea misionera esa cualidad de esperanzadora paciencia y de reservada tensión que, de acuerdo con Heinrich Quistorp (en su Die Letzten im Zugnis Cálvins, Gütersloch, 1946, S. 16), es una de las principales características de la vida cristiana en Calvino.

Un tercer punto al que hay que conceder alguna importancia en este contexto es el lugar que la Biblia toma en el mundo y el pensamiento de Calvino. Calvino quiso llevar a la iglesia bajo la Palabra. De acuerdo con Calvino, la iglesia es llamada a la existencia por la predicación de la Palabra de Dios, y, por tanto, la proclamación del mensaje de la Biblia necesita tomar una posición central en la tarea de las misiones: «¿Cómo, pues, creerán a aquel de quien no han oído?, y ¿cómo oirán sin haber quien les predique?» (Romanos 10:14). La labor misionera no puede nunca estar absorbida por un trabajo de servicio social sin perder su esencial carácter. De esto se sigue que la educación bíblica tiene que tomar un lugar importante en la labor de las misiones. El misionero calvinista sabe muy bien que la predicación de la Palabra es una cuestión de vida o muerte y, por tanto, en su acercamiento al individuo mira hacia la total entrega a Cristo, que la Biblia llama conversión y que es nada menos que un paso de muerte a vida.

También sabe que esta conversión no es siempre la acción emocional de un momento, sino un proceso gradual en el cual el poder de la Palabra de Dios es utilizado por el Espíritu para volver al hombre a la vida y con ella más y más a Cristo, que viene a nosotros con la prenda de la Escritura. En conclusión, el énfasis bíblico en el calvinismo implica que la totalidad de la pauta de la labor misionera tiene que estar conformada con la Palabra de Dios. En cuestiones de principios misioneros y de metodología misionera lo primero que hay que preguntarse es: ¿qué dice la Biblia? Por supuesto, el peligro de un ingenuo fundamentalismo que busca un «texto-prueba» para cada situación especial existe siempre; pero, por otra parte, una actitud de plena obediencia a la Biblia puede dar al trabajo de las misiones el constante valor permanente de un modelo bíblico que una y otra vez prueba y demuestra su fuerza intrínseca.
Mientras tanto, la centralidad de la predicación de la Palabra de Dios en la labor misionera calvinista no excluye el hecho de que este tipo de labor misionera no puede nunca limitar estrechamente su mensaje en lo que respecta a la esfera del alma. Por el contrario, porque la Palabra de Dios no solamente contiene una llamada a la conversión personal, sino a la proclamación del reino de Cristo sobre toda la tierra, la demanda de esta Palabra es totalitaria. Calvino vio claramente que el mensaje del Reino tiene un amplio significado. No sólo el alma del hombre tiene que ser salvada, sino la totalidad de la existencia del hombre debe ser llevada bajo el mandato del Rey que pide una total obediencia. La Palabra de Dios tiene un mensaje para el hombre en el aspecto social, económico, político y cultural. En un período en que la vida amenaza con desintegrarse bajo el impacto de la cultura secularizada de Occidente, la tarea misionera calvinista tiene que proclamar la nueva integración de la vida en el reino de Cristo.

El mensaje del Reino tiene que ser predicado en su carácter totalitario y absoluto; pero junto a esto, y como una secuela de ello mismo, hay lugar para la actividad cristiana, que muestra con hechos de amor y de solidaridad humana que el Reino de Dios no es una mera cuestión de palabras, sino de poder. Está en el propósito de Calvino acompañar la predicación de la Palabra con una actitud cristiana que haga transparente el mensaje del Evangelio. Las misiones calvinistas no dejan lugar a una actitud de Evangelio social, pero la idea del «enfoque completo», que tiene un lugar tan importante en el pensar misionero moderno, está plenamente justificado sólo si este enfoque está centrado en lo que es el corazón y esencia del mensaje cristiano. El «enfoque completo» tiene que hacer patente en este mundo el mensaje de la cruz y en esta forma hacer justicia a las palabras de San Pablo: «Porque no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado» (I Corintios 2:2).

Es preciso observar con interés que en el pensamiento misionero de Calvino la iglesia toma un lugar importante. En sus Instituciones (IV, i, 4) Calvino describió la iglesia visible como la madre de los creyentes; no hay otra entrada en la vida celestial que a través de ella, y por todas partes encontramos la misma idea. Esto no significa que Calvino identificase totalmente la Iglesia y el Reino. Cristo mantiene la sede de su Reino en la Iglesia; pero, por otra parte, esta iglesia está en pie y vive «en el tiempo» y así comparte el dinamismo del progreso de los tiempos hacia la completa revelación del reino de Dios en gloria.

Todo esto tiene una doble significación para nuestra labor misionera. En primer lugar, significa que hasta cierto límite la labor misionera tiene que estar centrada en la iglesia, que en cierto sentido es verdad que la obra de las misiones va de iglesia a iglesia. La labor de las misiones tiene su origen en la iglesia como institución y apunta a la implantación de la iglesia en el mundo no cristiano. Pero también significa que la iglesia se mueve hacia el Reino y que como tal tiene que preservar el dinamismo y la movilidad que necesita para el pleno cumplimiento de su tarea en una sociedad cambiante y dinámica.

En este contexto eclesiológico hay que decir algo respecto al valor del orden presbiteriano de gobierno de la iglesia para la labor de las misiones. Su valor yace, en primer lugar, en el hecho de que esta forma constitucional de la iglesia, aunque también tiene sus desventajas, con todo, evita dos extremos: Por una parte, el de una iglesia de tipo «católico» que se convierta en unilateral en cuanto a su énfasis sobre los elementos estáticos en la vida de la iglesia, y de otra, el de un tipo «espiritualista» que acentúe de tal modo el carácter dinámico de la iglesia que corra el riesgo de perder su estabilidad y continuidad. Además, en el campo de las iglesias más jóvenes el presbiterianismo ha sido eficaz en la creación de iglesias, en las cuales se ha combinado un reconocimiento de la relativa independencia de la iglesia local con una estable organización que sostiene unidas a las iglesias locales en una iglesia más grande. Y, finalmente, a causa del hecho de que Calvino introdujo en la iglesia de la Reforma el presbiterio como lo conocemos en su forma presente, creó un tipo de iglesia en la cual se abría camino a los miembros ordinarios para cooperar con el ministerio en la labor de gobierno de la iglesia y en el cuidado pastoral. Es el presbiterio que puede tender un puente entre el ministerio y la congregación cuando, como es a veces el caso hoy día, las diferencias sociales o culturales tienden a crear un abismo entre el ministro y su grey.

Íntimamente relacionado con el punto anterior está el hecho de que, aunque Calvino recalcó fuertemente la función de los dignatarios eclesiásticos en el gobierno de la iglesia, el calvinismo dio también una amplia participación al laicado en todo género de actividades cristianas. Esencialmente la distinción entre «laicado» y «clero» careció de objeto porque cada miembro de la congregación fue considerado como teniendo una tarea espiritual en la totalidad del cuerpo de Cristo, una tarea que a su debido tiempo se llamó «el oficio de los creyentes». Aún hoy es importante hacer un énfasis especial sobre este punto, porque puede haber situaciones en que los misioneros «no profesionales» son el mejor instrumento para llevar a cabo la labor de las misiones.
Parece como si los problemas centrados alrededor de la cuestión del «punto de contacto» han perdido la ardiente actualidad que tenían hace algunos decenios. De hecho, sin embargo, estos problemas permanecen en tanto que hay tarea misionera y en tanto que la iglesia procura traer al mundo no cristiano el mensaje que transforma y renueva la vida de la Humanidad. En este respecto la gran cuestión es: ¿Cómo tenemos que evaluar las posibilidades naturales del hombre, sus luchas religiosas, las formas de su vida social y las ordenanzas que regulan la totalidad de su existencia? ¿Hay en ella algo de Dios, alguna chispa de eternidad y de luz, algún residuo del orden de la creación que nos permita decir: «Fue una persona muy buena…», o es todo oscuridad y corrupción que no ofrece punto de contacto en absoluto? Una cosa está clara: de acuerdo con Calvino, la naturaleza humana está corrompida y depravada hasta tal grado que sólo una radical conversión puede proporcionar su renovación absoluta. En este aspecto, la teología de Calvino es una barrera contra cualquier forma de superficial optimismo que piensa que la naturaleza humana puede ser mejorada por la gradual evolución de sus posibilidades internas. Pero, al mismo tiempo, la teología calvinista intenta tomar en serio la ambivalencia de la situación humana.

Calvino reconoce la presencia de una semilla de religión, en el alma del hombre. Contra el anabaptismo, mantuvo que ha quedado en él algo del primitivo orden de la creación. Su doctrina de la gracia común ofrece la posibilidad de una positiva valuación de algunos aspectos de la vida del hombre que permanece fuera de la luz de la especial revelación de Dios. Tal vez el calvinismo pueda mostrar una vía media en las discusiones entre el pensar teológico anglosajón y el continental sobre este punto.

Finalmente, me gustaría dedicar atención al hecho de que hay más de un contacto entre el calvinismo y el mundo del Islam. La labor misionera reformada en Java y Sumatra es tal vez el acercamiento más importante al mundo del Islam en nuestros días, y el calvinismo americano y el escocés han estado intentando penetrar en el propio mundo árabe. Quizá Dios, en su providencia, ha destinado esta tarea especial a las iglesias de tradición calvinista, porque en ellas se ha empleado muchísimo del pensar de la soberanía de Dios, de elección y reprobación y de revelación a través de un Libro inspirado. En el calvinismo, el aspecto profético de la cristiandad, que sin duda ha jugado una parte en el resurgimiento del Islam, ha llegado a un completo desarrollo. No hace muchos años Samuel Zwemer observó: «Con la soberanía de Dios como base, la gloria de Dios como meta y la voluntad de Dios como motivo, la empresa misionera puede hoy encararse con la más difícil de todas las tareas misioneras: la evangelización del mundo musulmán» (Teología actual, VII, 1950, p. 214).

Los puntos que he mencionado anteriormente no son una propiedad exclusiva del calvinismo: encontramos mucho de todo ello, a veces en diferente forma, en otras escuelas del pensamiento. Pero aun así, creemos que a causa de su especial acento el calvinismo y su tradición pueden contribuir en su propia manera al logro de la gran tarea misionera de nuestro tiempo.

Artículo de J. VANDEN BERG,  del libro “Calvino, profeta contemporáneo”.

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