Obviamente, no podemos identificarnos plenamente con el espíritu de esta época, pero tampoco debemos legislar sobre otros donde Dios no ha legislado.   Cuando Dios manda una cosa o prohíbe otra, ya no somos libres de decidir si obedeceremos o no obedeceremos. El descuido de un deber conocido o la desobediencia voluntaria de aquello que Dios ha mandado, es un pecado, una trasgresión franca y abierta de la ley de Dios.

​Pero, ¿puede alguien mostrar por las Escrituras que es un pecado dar algunos obsequios a nuestros hijos o nietos en Navidad, o que es pecaminosa la alegría que sentimos al ver sus caras cuando reciben sus regalos?

¿O podría alguien probar por las Escrituras que es pecaminoso que la familia se reúna en este tiempo para cenar y compartir un tiempo juntos en esta época del año, simplemente porque hace cientos de años se celebraban las saturnales el 25 de diciembre?

Estas cosas deben ser colocadas en la categoría de aquello que es moralmente neutro. Cada cristiano deberá usar su discernimiento para determinar qué hacer y qué no hacer en su situación particular durante esta temporada navideña.

Y lo que quiero hacer en esta entrada, y las dos siguientes, es proveer algunos principios generales de las Escrituras en lo tocante a la libertad cristiana que puedan servirnos de guía en ese sentido. Y el primero es el siguiente:
En el ejercicio de nuestra libertad cristiana nunca debemos violar la ley moral de Dios, ni frustrar la meta de la gracia de Dios

En Rom. 14:14 Pablo escribe: “Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es”.

La Iglesia en Roma estaba compuesta por personas que venían de contextos religiosos y culturales muy variados. Y algunos de estos hermanos, aun después de su conversión, mantenían ciertos escrúpulos con respecto a ciertas comidas o a ciertos días. Es en ese sentido que Pablo se refiere a ellos como “hermanos débiles”.

No era que estos creyentes fuesen débiles en lo que respecta a su fe en Cristo, o en su obediencia y amor por Cristo, sino que eran débiles por el hecho de que no podían hacer un amplio uso de su libertad como cristianos por los escrúpulos que tenían.

Sus conciencias no estaban persuadidas de la legitimidad de ciertas cosas, por lo que no podían participar libremente de ellas, a pesar de la libertad que Cristo nos otorga en el Nuevo Pacto con respecto a estas cosas.

Y es obvio, por la enseñanza de la Escritura en general y por el contexto de este pasaje en particular, que Pablo no se está refiriendo aquí a cosas inmorales. Las cosas inmorales sí son inmundas en sí mismas. Nosotros nunca tendremos libertad de mentir, o de robar o de cometer adulterio. Pero Pablo está hablando más bien de participar de ciertas comidas y de guardar ciertos días (comp. vers. 1-6, 15, 20).

No sabemos con exactitud cuál era el punto en disputa entre los hermanos débiles y los fuertes con respecto al asunto de la comida. Tal vez se trataba del hecho de comer carne sacrificada a los ídolos, como sucedió en la iglesia de Corinto, o de la legitimidad de comer de las carnes que se prohibían en el AT. No lo sabemos.

Tampoco podemos estar seguros de cuáles son los días a los que Pablo se refiere aquí. Algunos piensan que se refiere a ciertos días prescritos en la ley de Moisés, como la Pascua, Pentecostés o el día de la Expiación. Otros piensan incluso que se refiere al día de reposo que los judíos guardaban, es decir, el sábado.

Pero lo que sí es muy claro y evidente en el pasaje, es que a lo que sea que Pablo se esté refiriendo no podía ser un asunto moral. Nosotros no somos libres de obedecer o no obedecer los mandamientos morales de Dios.

Cristo nos libró de la maldición y condenación de la ley, pero no nos libró de la obligación que tenemos hacia ella como la norma de conducta que es aceptable delante de Dios (comp. Rom. 13:8-10).

¿Cuál es la tabla de evaluación objetiva que tenemos para saber si amamos o no a una persona? Pablo dice: “El amor no hace mal al prójimo”. ¿Y cómo puedo yo saber objetivamente qué es el mal y qué es el bien? Por la ley moral de Dios. Por tanto, sigue diciendo el apóstol, “el cumplimiento de la ley es el amor”.

Así que en asuntos en los que Dios no ha legislado, tenemos libertad de participar o no en esas cosas, sin juzgar al hermano que en el ejercicio de su libertad decide lo contrario de lo que nosotros hemos decidido; ese es el punto que Pablo establece en Rom. 14:

“El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (vers. 3-4).

Si se trata de un asunto neutral, que cada uno use su juicio para tomar una decisión con una limpia conciencia. Pero cuando se trata de un asunto que tiene que ver con la ley moral de Dios, eso ya no pertenece a la categoría de la libertad cristiana. Ningún hombre tiene libertad para violar esa ley.

Por el otro lado, tampoco debemos frustrar la meta de la gracia de Dios en el ejercicio de nuestra libertad:

Cristo tomó para sí una naturaleza como la nuestra en el vientre de una virgen en Israel, y que cumplió a la perfección todos los preceptos de la ley de Dios, y que tomó nuestro lugar en la cruz del calvario muriendo allí por nuestros pecados, para que ahora podamos vestirnos de Él y de las virtudes de Su gracia (Rom. 13:13-14), de manera que, en dependencia de Su Espíritu, no cumplamos los deseos de nuestra carne pecaminosa.

“La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio celoso de buenas obras (Tito 2:11-14)”.

He aquí el propósito final del evangelio. Y lo que estamos diciendo en relación con nuestro tema, es que en el ejercicio de nuestra libertad cristiana en esta temporada navideña, no somos libres para hacer nada que frustre ese propósito esencial de la obra de la gracia de Dios en nuestras vidas.

No somos libres para celebrar la Navidad siguiendo la impiedad de la época ni los deseos del mundo. No somos libres para dejar de tener sobriedad, dominio propio, un comportamiento justo y piadoso. No somos libres de hacer nada que nos avergonzaría si nuestro Señor Jesucristo volviera en plena noche buena, o el próximo 31 de diciembre.

En un sentido práctico, esto significa que no tenemos libertad para perpetuar el mito de Santa Claus o de los 3 reyes magos. En primer lugar, porque es una violación al primer mandamiento de la ley moral: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”.

“Pero Santa no es un dios, ni tampoco Melchor, Gaspar y Baltazar”. ¡Oh, sí lo son! Cuando decimos que Santa y los reyes magos saben cuando los niños se portan bien y cuando se portan mal, y que tienen poder para proveer todas las cosas que algunos niños piensan que Santa y los reyes proveen, estamos atribuyéndoles connotaciones divinas.

La Biblia dice que son los ojos del Señor los que “están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3), no los ojos de Santa o de los reyes.

La Biblia también dice que “toda buena dádiva, y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (Sant. 1:17). Es a Él a quien nuestros hijos deben agradecer todo cuanto reciben, y no a seres inexistentes como Santa o los Reyes.

Pero no sólo es una violación al primer mandamiento, sino también al noveno. Eso es una mentira, y todos sabemos quién es el padre de la mentira. El Señor Jesucristo nos dice en Jn. 8:44 que hay dos cosa que caracterizan a Satanás por encima de todas las demás: es homicida y mentiroso.

Más aún, la Biblia también enseña que “todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8). Mentir a nuestros hijos acerca de esto simplemente porque es Navidad, y es el uso y costumbre de nuestra época, es violar groseramente la Palabra de Dios por nuestra tradición.

Por otra parte, tampoco tenemos libertad para ser indulgentes con la glotonería y la borrachera (comp. Is. 5:11-12, 18-23).

Tampoco tenemos libertad en este tiempo de violar el décimo mandamiento que dice: “No codiciarás”. Como tampoco tenemos libertad para alimentar la codicia de nuestros hijos. Pablo nos dice en Col. 3:5 que la codicia es idolatría, y muchos padres, sin pensar, alimentan ese horrible pecado en la vida de sus hijos al no gobernarse por la prudencia y la moderación en los regalos.

Nuestros hijos probablemente serán presionados por lo que otros niños reciban en Navidad. Pero no podemos permitir bajo ningún concepto que sean los parámetros de otros los que nos indiquen lo que debemos o no debemos regalar a nuestros hijos. Muchos padres ceden a esta presión y terminan metiéndose en mil problemas para poder satisfacer los deseos de sus hijos.

Pero debemos ser gobernados por la prudencia y la providencia. Si Dios hubiese querido que les diésemos más de lo que podemos darle al presente, nos hubiese provisto más de lo que nos ha dado. Él es el Dios de la providencia.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo.

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