En BOLETÍN SEMANAL
​Cuando Dios no se ha propuesto bendecir a alguno, cierra el corazón de un hombre para con el tal, de modo que no puede reprenderle; mientras que, por el contrario, si se ha propuesto bendecirle, ensanchará ese mismo corazón. Como en el caso de las oraciones en favor de otro, un hombre no podrá orar por otro, como tampoco reprenderle, aunque su sentimiento le empuje a hacer ambas cosas, pues le ocurre lo que Dios amenaza hacer con respecto, a Ezequiel y el pueblo: que se pegue tu lengua a tu paladar" (Ezequiel 3: 26).
​ORANDO POR LOS DEMAS

 
En cuanto a las oraciones hechas en favor de otros, pidiendo por personas en particular, tales cómo amigos, parientes, etc., y asimismo pidiendo bendiciones temporales, diremos lo siguiente:

Tercera observación.-Cuando las oraciones se hacen así por conciencia de nuestro deber hacia aquellos a quienes, no obstante, Dios no ha destinado a aquella gracia, son devueltas a nuestro propio seno para beneficio nuestro. Así nos dice San Pablo que se huelga aun en la predicación de aquellos que lo hacen por contención, ya que todo se tornará a salud para él (Filipenses 1:19). Las oraciones por otros, aunque resulten ser en vano para aquellos por quienes hemos orado, se vuelven en provecho nuestro. En el Salmo 35:12, 13. cuando los enemigos del salmista enfermaron, David oró y se humilló; «y mi oración», dice, «se revolvía en mi seno». En esta oración secreta por sus enemigos, David testificó la sinceridad de su corazón ante Dios, perdonándolos verdaderamente (pues es disposición habitual de los hijos de Dios orar por quienes son sus mayores enemigos). Esta oración, aunque no les aprovechó, retornó a David para beneficio suyo; volvió a él trayéndole bendiciones. Dios se deleita en este espíritu de súplica y recompensa tal disposición en su hijo tanto como lo hace con cualquier otra, si es un fiel reflejo de Cristo, y muestra que Dios es nuestro Padre y que sus afectos moran en nosotros. Dios causa en sus hijos esta disposición a orar por sus enemigos, no siempre porque guste oírlas solamente, sino porque piensa en provocar, y así poder recompensar, aquellas disposiciones santas que constituyen la parte más noble de Su misma imagen en ellos, y en las cuales tanto se deleita. Así, estas oraciones regresan al seno de los que las hacen, y valen como si hubieran estado orando por sí mismos todo este tiempo. De modo similar, cuando Moisés oró tan fervientemente por el pueblo de Israel, Dios ofreció devolver su oración a su propio seno, y hacer tanto por él solo como había deseado hiciera por ellos. «Yo te pondré sobre gente fuerte», le dice Dios (Deuteronomio 9:14), por quienes haré tanto por tu causa como tú has rogado que hiciese por ellos. Cristo dijo a los discípulos que si en una casa adonde fueran a predicar el evangelio no había algún «hijo de paz» (Lucas 10: 6) por quien el mensaje fuera recibido, y en quien su paz reposara, «vuestra paz», dice, «se volverá a vosotros». Así ocurre si vuestras oraciones no se realizan.

Cuarta observación.— Si hemos orado durante largo tiempo por aquellos a quienes Dios no se propone conceder misericordia, los echará finalmente de nuestras oraciones y de nuestros corazones, y disuadirá a éstos de orar por ellos. Lo que hizo por revelación del cielo a algunos profetas de la antigüedad, como a Samuel y a Jeremías, lo hace por medio de una obra invisible; es decir, retirando Su ayuda en la oración en favor de los tales, quitando a alguno el espíritu de súplica en favor de algunos hombres y asuntos. Esto es lo que hizo con Samuel: «¿Hasta cuándo has tú de llorar por Saúl?» (I Samuel 16:l). En el caso de Jeremías dice: » No ores por este pueblo» (Jeremías 7: 16). Y lo manda así porque le desagrada que los suyos oren, no queriendo que el precioso aliento de la oración se vea privado de éxito pleno y directo; por lo cual, cuando se propone no oír, quita la llave de la oración: tal es su deseo de responder a toda súplica. Ocurre lo mismo que en el caso de reprender a otro.

Quinta observación.— Las oraciones que hacemos por algunas personas, Dios, a veces, las contesta en otras, quienes nos serán de tanto consuelo como aquellas por quienes habíamos pedido. Muchas veces, Dios, para demostrar que «no mira lo que el hombre mira», ni escoge lo que el hombre escoge, deja que nuestros corazones se entreguen a la oración por la conversión o el bien de alguien al cual El no se propone otorgar misericordia, y luego responde a tales oraciones en la persona de otro, haciendo que le amemos. Cuando Dios había ya desechado a Saúl, el corazón de Samuel persistía aún en orarle, mas Dios, al mismo tiempo que le manda dejar de llorar por Saúl (1 Samuel 16), para mostrar que había aceptado sus lágrimas, le dice: «Ve y unge a uno de los hijos de lsaí» (1 Samuel 16:l). Samuel estaba especialmente preocupado por la sucesión del reino del cual él había sido regente, y su corazón anhelaba ver un buen sucesor. El había ungido a Saúl, y su alma se afligía en extremo ante la impiedad de este rey. Pero Dios vio y respondió al anhelo de sus oraciones; por lo cual, inmediatamente después de orar, le envió a ungir al mejor rey que jamás se sentó en aquel trono; rey que fue el resultado y respuesta de aquellas oraciones. Asimismo, cuando Samuel llega para ungir a uno de los hijos de Isaí, y , ve a Eliab (v. 6), dice: «De cierto delante de Jehová está su ungido». De escoger Samuel, hubiera preferido a éste; habría orado por él ardientemente; mas «Jehová no mira lo que el hombre mira» (v. 7), y no escoge como el hombre. En David, pues, su oración fue plenamente oída, y contestada de modo mucho mejor. El caso de Abraham es parecido; había orado por Ismael: «¡Ojalá Ismael viva delante de ti!» (Génesis 17:18); mas Dios le dio a lsaac en su lugar. Quizás tú oras por un hijo más que por otro, por afecto natural, mirando a su rostro y estatura, como Samuel en el caso de Eliab; pero si tus oraciones son fundamentalmente sinceras, deseando un hijo de la promesa, Dios te contesta, aunque sea en otro, por quien, quizás, tu corazón no estaba tan conmovido; quien, no obstante, una vez convertido, te sirve igualmente de consuelo, y es como si aquél, por quien tú más orabas, hubiera sido el objeto de tal obra divina.

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