El Evangelio de Juan comienza con estas palabras:
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. (Juan 1:1-2)
Estas notables afirmaciones son hechas por Juan acerca del Verbo (en griego, Logos). La primera señala que el Verbo existía “en el principio”. Juan prosigue declarando que el Verbo estaba activo en la creación. “En el principio” se refiere al tiempo de la creación e indica que el Verbo existía con anterioridad a la creación del mundo. Es decir, el Logos existía antes de que el universo lo hiciera. Cuando los teólogos hablan de la “preexistencia” de Cristo, es esto lo que se quiere decir. Normalmente, la teología cristiana enlaza la preexistencia con la eternidad. Es decir, al confesar la deidad plena de Cristo, la iglesia afirma que Jesús no sólo preexistió al mundo sino que preexistió a él eternamente.
Los mormones y los Testigos de Jehová están de acuerdo en que Jesús fue preexistente, pero niegan que Él fuera/sea eterno. Puesto que la Biblia llama a Cristo “el primogénito de toda creación” y “engendrado” del Padre, estos grupos arguyen que Jesús fue la primera criatura creada por el Padre. Afirman que Jesús, entonces, participó posteriormente en la creación del mundo.
Juan no dice solamente que el Logos preexistió al mundo. Dice que el Verbo estaba con Dios. Hay dos importantes aspectos en esta afirmación. Primero, notamos el uso de la palabra con. En el idioma griego hay tres palabras que pueden ser traducidas a nuestro idioma mediante la palabra con. Existe la palabra sun, de la cual derivamos el prefijo sin- (como en síntesis, sinagoga y sincronizar). Cuando sincronizamos nuestros relojes, igualamos el tiempo del uno con el otro. La palabra sinagoga usa este prefijo para indicar un lugar donde la gente se reúne para estar los unos “con” los otros.
La segunda palabra griega es la palabra meta. Ésta se traduce habitualmente como “con” en el sentido de estar “junto a”. Cuando camino por la calle junto a mi esposa, cogiéndola de la mano, estoy “con” ella en el sentido de meta.
La tercera palabra es la más íntima de las tres. Es la palabra griega pros. Esta palabra sirve como base de una palabra más grande en el griego, prosopon, que significa “rostro”. El sentido que implica pros es estar con alguien en una relación cara a cara. Esta es la palabra que Juan usa en el Prólogo. Cuando Juan declara que el Logos estaba “con Dios” en el principio, se expresa la idea de que el Logos disfrutaba una relación cercana, íntima y personal con Dios.
La segunda característica importante de esta afirmación es que en ella Juan distingue claramente entre el Logos y Dios. Esta es una de las razones principales por las cuales debemos hacer distinciones en la Divinidad. La Biblia distingue claramente entre el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Juan 1 es la Evidencia A de esta distinción.
Sin embargo, lo que cautiva más enfáticamente nuestra atención es la tercera afirmación de Juan. Él no se detiene después de decir meramente que el Verbo estaba con Dios. Prosigue declarando: “Y el Verbo era Dios”.
Aquí tenemos la afirmación más clara e inequívoca del Nuevo Testamento con respecto a la deidad de Cristo. Mientras que en la afirmación previa Juan distingue entre el Logos y Dios, ahora declara una identidad [igualdad] entre el Logos y Dios usando una forma del verbo “ser”. Vemos aquí una identificación del ser del Logos con el ser de Dios.
Esta es una de las razones principales por las cuales la iglesia, buscando ser fiel a la Biblia, se ha visto forzada a insistir sobre una unidad de ser entre los miembros de la Trinidad. La Biblia declara claramente una identidad de ser entre el Logos y Dios. Los dos son uno en ser o esencia.
Sin embargo, debemos seguir honrando la distinción que existe entre el Logos y Dios. Hay dos cosas claras que se ven a partir de este pasaje:
1. Debemos sostener la unidad de ser que hay entre el Logos y Dios.
2. Debemos distinguir entre el Logos y Dios sin violar la unidad esencial que hay entre ellos.
Aunque los dos se distinguen, la distinción no debe ser una distinción o separación esencial.
Los mormones y los Testigos de Jehová llevan a cabo una increíble gimnasia lingüística para evadir la clara enseñanza de este texto. Ellos torturan el texto para arrancar de él los puntos de vista que sostienen. Por ejemplo, la Biblia de los Testigos de Jehová traduce el texto de la siguiente manera:
Y el Verbo era un dios.
La argucia usada por los Testigos es una justificación lingüística errónea. En este texto, el artículo definido el se omite. El idioma griego no tiene un artículo indefinido.
Cuando un sustantivo aparece sin el artículo definido, se puede proveer el artículo indefinido “un” si el contexto lo justifica. Si alguna vez un contexto prohibió una inserción semejante, es el contexto de este versículo. Si los mormones y los Testigos de Jehová quieren insertar el artículo indefinido un aquí, caen al nivel más bajo del politeísmo. Si el Logos es “un” Dios pero no “el” Dios, debemos hacer la pregunta obvia: ¿Cuántos Dioses hay? Si sabemos algo acerca del autor del Evangelio de Juan, es que fue un monoteísta incondicional.
La mayor parte de los mormones y los Testigos de Jehová estarían de acuerdo. Ellos trasladan su defensa a una expresión más sutil. Dirigen la atención a una oscura frase proveniente de los labios de Jesús. En el contexto de un debate con sus detractores, los judíos le dijeron a Jesús:
Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre. (Juan 10:33-38)
Los mormones y los Testigos de Jehová señalan este texto para justificar la traducción de Juan 1:1 “y el Verbo era un Dios”. Aquí, Jesús cita una referencia del Salmo 82 en que la palabra dios es utilizada para los mortales. De manera que los mormones y los Testigos de Jehová arguyen que el hecho de que Juan declarara que el Logos era “un” dios no significa que el propósito de Juan en el Prólogo fuera afirmar que el Logos era verdaderamente Dios.
Pero si observamos de cerca el texto en Juan 10, veremos que en este intercambio sostenido con los judíos que acusaban a Jesús de blasfemia, Jesús no estaba negando su deidad. Al contrario. El texto, en realidad, implica una fuerte afirmación de su deidad.
En este debate, Jesús está respondiendo a la acusación de blasfemia. Sus enemigos se abalanzaron sobre su afirmación de ser el Hijo de Dios. Le acusaron de blasfemia porque “tú, siendo hombre, te haces Dios”. Aquí los judíos al menos entendieron lo que los mormones y los Testigos de Jehová no logran captar «que Jesús en realidad afirmó ser Dios».
La sutileza de la respuesta de Jesús debe entenderse en el contexto del método de debate que Él empleó. Es un ejemplo clásico de la forma de argumento ad hominem. En el método ad hominem, uno arguye “dirigido al hombre”. Es decir, uno adopta momentáneamente la postura de sus oponentes y la lleva a su conclusión lógica demostrando que es absurda (También se conoce como la forma de argumento reductio ad absurdum).
Los mormones y los Testigos de Jehová interpretan que Jesús estaba diciendo algo así: “¿Me acusáis de blasfemia porque me llamo a mí mismo el Hijo de Dios? No pretendo decir nada más que lo que quiso decir el salmista. Yo no soy más divino que aquellas criaturas que fueron llamadas ‘dioses’ en el Antiguo Testamento”.
En esta interpretación de Juan 10, Jesús estaría eludiendo la afirmación de blasfemia sobre la base de que la palabra dios, en y de sí misma, no significa necesariamente Deidad.
Sin embargo, ese no fue el punto de Jesús en el debate. En lugar de eso, el sentido de los comentarios de Jesús es algo así: “Si no fue blasfemia que el salmista dijera ‘Vosotros sois dioses, y todos sois hijos del Altísimo’ (Salmo 82:6), entonces es mucho menos blasfemo usar la palabra Dios para aludir al unigénito del Padre. Es decir, si en un sentido menor todos los hijos de Israel fueron llamados hijos de Dios sin blasfemia, es mucho menos blasfemo llamar Dios a Aquel que es el Hijo de Dios en un sentido único”.
En este mismo pasaje, Jesús habla de ser enviado al mundo por su Padre y luego declara su unidad con el Padre: “El Padre está en mí y yo en el Padre”.
Cuando volvemos a Juan 1:1, vemos otra razón que nos obliga a no traducir el versículo diciendo “Y el Verbo era un dios”. Si seguimos el razonamiento de los mormones y los Testigos de Jehová, seríamos llevados a concluir que en un solo momento Juan fue culpable de la peor clase de equivocación de significado. La falacia lógica de equivocación ocurre cuando, durante el desarrollo de un argumento o proceso de razonamiento, el significado de los términos de las premisas cambia. Juan escribe:
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.
Con o sin el artículo definido, para que Juan razonara coherentemente, la palabra Dios debe conservar su significado a lo largo de todo el pasaje. Si en la primera premisa la palabra Dios significa Dios Mismo, entonces, a menos que Juan se equivoque, se debe aplicar el mismo significado en la segunda cláusula. Si seguimos el argumento de los mormones y los Testigos de Jehová, tendríamos que asignar significados radicalmente diferentes a la palabra Dios en una y la misma frase.
Cuando agregamos a todo esto que inmediatamente después de la afirmación Juan declara que todas las cosas fueron hechas a través del Logos, no cabe duda de que Juan está identificando al Logos con el Dios Creador.
Concluimos, entonces, que Juan 1:1 exige que veamos tanto una distinción entre el Logos y Dios «de cierta manera» como una identidad entre ellos «de otra manera».
Extracto del libro: «El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul