En ARTÍCULOS

1.-  Mantén tus motivos puros

No creas nunca que tu justicia compra algo de Dios: el Cielo no se vende. “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23). ¡Dios nos da lo que le vendió a Jesucristo! Los creyentes son herederos de aquello que el Hijo de Dios compró de su Padre. Al reclamar algo de Dios por nuestra propia justicia, nos excluimos de beneficio alguno de su justicia. No es posible estar en dos sitios a la vez: si estamos apoyados en nuestra propia fuerza no podemos permanecer en Cristo.

La artimaña de Satanás consiste en agrietar la coraza de la justicia golpeándola hasta que el metal ya no resista. Cada vez que confías en esta distorsión destruyes la naturaleza y el propósito de la armadura: tu justicia se vuelve injusticia, y tu santidad, maldad.

¿Hay algo peor que el orgullo, que desprecia el camino que Dios mismo ha trazado para salvar las almas? Si realmente quieres ser santo, sé humilde, porque las dos cosas han de ir juntas. “Qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miq. 6:8). Dios no te ha pedido que ganes el Cielo con tu propia santidad, sino que muestres amor y gratitud a Cristo, que lo ganó para ti. Así comprendemos la forma en la que Cristo persuadió a sus discípulos a andar en santidad: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). Es como si dijera: “Sabéis por qué vine y por qué me marcho del mundo: pongo mi vida y la vuelvo a tomar para interceder por vosotros. Si valoráis estos hechos y el fruto que se saca de ellos, probadlo amándome lo suficiente como para guardar mis mandamientos”.

Cuando todo lo que hace el cristiano en unión con Cristo se ofrece como acción de gracias, entonces eso es santidad evangélica criada y alimentada con su amor. Ya que Cristo nos amó con amor “fuerte como la muerte”, respondemos como la esposa: “Te daré mis amores” (Cnt. 8:6; 7:12). Esta esposa explica el contenido de su amor: “Toda suerte de dulces frutas, nuevas y añejas, que para ti, oh amado mío, he guardado” (v. 13).

La esposa de Cantares había confesado su fe en Cristo y participado de su amor por ella. Ahora, para devolver su amor con gratitud, se ocupa en entretenerle con el fruto agradable de sus propias virtudes, recogidas de su santo comportamiento. No almacena estos frutos para alimentar su orgullo y arrogancia, sino que los reserva para su Amado, para que él reciba toda la alabanza.

2.- Toma a Cristo como ejemplo de la vida santificada

Si nos fijamos en ejemplos inferiores, nunca podremos esperar sobrepasarlos. El cristiano más santo de la tierra es demasiado bajo para ser nuestro modelo, ya que la perfección en santidad no puede hallarse en el siervo más sincero del mundo. Ni siquiera Pedro, portavoz de los apóstoles, andaba siempre según el evangelio, y los que insisten en seguir a tal o cual hombre inevitablemente se descarriarán. El buen soldado solo sigue a su jefe de pelotón cuando este está siguiendo a su capitán. Pablo dice: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor.11: 1)

Solo se debe seguir una doctrina en la medida en que concuerda con la Palabra de Dios. El maestro no le da simplemente papel pautado al alumno, sino que también le propone un modelo a seguir. El mandamiento de Cristo es nuestra regla, y su vida nuestro modelo. Si quieres vivir una vida santa, no solo debes hacer lo que Jesús manda; hay que actuar como él actuaba. Debemos esbozar cada letra (o acto en la vida) en santa imitación de Cristo. Mediante la santidad, somos imagen del Hijo de Dios, representantes de Cristo, revelándolo a todos los que nos ven.

Dos aspectos hacen que una cosa sea imagen de otra: primero, el parecido; segundo, la fuente. La leche y la nieve ambas son blancas, pero no podemos decir que sean imágenes la una de la otra, porque ninguna de las dos deriva su parecido de la otra. Pero un retrato sacado trazo por trazo de un rostro, se puede llamar su imagen. Así que la verdadera santidad se deriva del Hijo de Dios, cuando la persona pone delante a Cristo en su Palabra y ejemplo.

¡Se trata de una forma dulce de guardar el poder de la santidad! Cuando estás tentado a acercarte a la vanidad, mira el andar santo de Cristo y pregúntate: “¿Soy como él en mis pensamientos y en el uso del tiempo? Si él estuviera físicamente presente en la tierra ahora, ¿haría esto? ¿No escogería sus palabras con mayor cuidado? ¿Diría tonterías? ¿Le gustarían mis amigos? ¿Gastaría tanto para complacer el cuerpo, engullendo de una vez tanta comida que bastaría para alimentar a los hambrientos durante una semana? ¿Le importaría la moda, aunque su aspecto resultante fuera ofensivo y ridículo? ¿Ocuparía sus manos en pasatiempos que matan el tiempo? ¿Debo hacer cosas que me hacen distinto de Cristo?”

A veces nos gusta justificar nuestras prácticas con el nombre de alguna persona bien considerada a la que le parecen bien. Esto nos lleva a la tentación. Cristiano, si tu conciencia te dice que a Cristo no le gustan ciertas cosas, suéltalas, aunque el cristiano más eminente del país las practique. Cuanto más estudies la vida de Cristo, ¡mejor podrás reparar la tuya!

3.- Busca tu dependencia en Dios para tu santidad

La vid dará frutos mientras tenga un muro o un poste donde apoyarse, pero sin esa ayuda será pisoteada y no producirá nada. Si quieres practicar el poder de la santidad, “no te apoyes en tu propia prudencia” (Pr. 3:5). Dios está dispuesto a ayudar a todo aquel que se lo pida, pero no garantiza ayudar a nadie que no dependa de él.

El camino cristiano al Cielo se parece a aquellas playas donde el mar bate todos los días, y las cambia tanto que sería peligroso que el viajero que las atravesó un mes antes se aventurara de nuevo por el mismo camino sin llevar un guía. Donde antes pisaba tierra firme, ahora hay arenas movedizas.

Así, el cristiano que anda por un camino llano y liso puede encontrarse luego en el mismo sendero con una tentación que podría destruirlo, si no tiene la ayuda celestial que lo ampare. Cristiano, te aviso: No arriesgues ni un paso sin apoyar la mano de la fe en el brazo de tu Amado. Si confías en tus propias piernas, caerás; utiliza tus piernas, pero confía en el brazo del Señor para tu seguridad.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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