​Una cuidadosa consideración de los caminos de Dios en su providencia hacia nosotros nos ayudará a incrementar la santidad en nuestras vidas “Justo es Jehová en todos sus caminos y misericordioso en todas sus obras.” (Sal.145:17)

A veces Dios usa personas malas para hacer lo que El ha decretado, pero sus propósitos son siempre puros. Su santidad no es afectada por la pecaminosidad del hombre, más de lo que el sol es afectado por la basura sobre la cual brillan sus rayos.

Sus providencias nos detienen de pecar y así nos ayudan a ser más santos. Demasiada prosperidad pudiera  enorgullecernos; entonces algunas cosas de las que pudiéramos desear no nos son concedidas. Quizás tengamos un cuerpo débil o enfermo y por este medio Dios nos detiene del mal que habríamos hecho si fuéramos sanos y fuertes. Si pecamos, nuestro Padre se enoja. Entonces usa eventos providenciales para traernos nuevamente hacia El. El poder de la sangre de Cristo nos limpia del pecado, pero la providencia nos lleva al punto en que admitimos, cuán equivocados hemos estado y cuán correcto es Dios en disciplinarnos.

 David clamó: “Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira. Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano.” (Sal.38:1-2) Entonces llegamos a ver más claramente la maldad del pecado y somos advertidos contra pecar en el futuro. “He llevado ya castigo, no ofenderé ya más.” (Job 34:31) ¡Cuán felices son aquellas providencias que hacen a la persona temer al pecado! No importa si tales eventos nos traen consuelo o dolor, incrementan nuestra santidad y nos acercan nuevamente a la presencia de Dios.

Finalmente, una consideración de la providencia de Dios será de gran ayuda para nosotros cuando lleguemos a la muerte :
Cuando Jacob estaba muriendo, habló de los tratos de Dios para con él en las varias providencias de su vida. (Gen.48:3,7,15,16) Josué también hizo lo mismo. (Jos.24) La hora de la muerte será endulzada si pensamos en las diferentes maneras en que Dios nos ha mostrado su cuidado y amor a lo largo de nuestras vidas. 1. La hora de la muerte es frecuentemente el tiempo cuando muchas personas son atacadas por Satanás con terribles tentaciones. El diablo trata de hacerles pensar que Dios no les ama ni se preocupa por ellos. Pero el creyente que recuerda los tiempos a lo largo de su vida cuando Dios ha contestado sus oraciones y le ha concedido lo que necesitaba, no creerá a las mentiras de Satanás. El creyente dirá: “Dios ha tenido un tierno y paternal cuidado para mí desde mi niñez. No me ha fallado hasta hoy, y no puedo creer que me fallará ahora.” “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Jn.13:1) “Porque este Dios, es Dios nuestro eternamente y para siempre; El nos guiará aún más allá de la muerte.” (Sal.48:14) 2. En la muerte los creyentes se encomiendan a las manos de Dios y en un instante entran a aquel nuevo estado, el cual será muy diferente. Cristo nos ha dejado un ejemplo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Luc.23:46), y Esteban al momento de su muerte dijo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu.” (Hech.7:59)

Hay dos actos muy diferentes de fe; el primer acto y el último. El primero es un gran riesgo cuando la persona se echa a sí misma a la merced de Cristo; el último es también un gran riesgo cuando la persona se echa a sí misma en el mar de la eternidad en base a la promesa de Cristo. Pero el primer riesgo es mucho más difícil que el último. Al fin de su vida el creyente ha llegado a conocer a Cristo como un amigo fiel cuyas muchas visitas han sido dulces. Entonces, con mucha más certidumbre puede arrojarse en los brazos de Dios con quien ha platicado y caminado tanto en este mundo.

 A la hora de la muerte, el pueblo de Dios recibe de la mano de Dios las últimas misericordias que tendrá de la mano de la providencia en este mundo. Tendremos que rendir cuentas por la manera que hemos usado todas las bendiciones que Dios nos ha dado. ¿Cómo podremos hacer esto si no tratamos de guardar un registro de ellas ahora?

 A la hora de la muerte deberíamos tratar de dejar a los que se quedan atrás un buen mensaje sobre la forma en que Dios ha tratado con nosotros en esta vida. Como Josué dijo en su último discurso al pueblo: “He aquí que yo estoy para entrar hoy por el camino de toda la tierra; reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado ninguna de ellas.” (Jos.23:14)

 En la muerte comenzamos una vida de alabanza y agradecimiento, y entramos al mismo trabajo feliz y eterno de los ángeles. No tengo duda de que las providencias en las cuales estuvimos involucrados en este mundo serán una parte del himno que entonaremos en el cielo. Entonces afinemos nuestras lenguas y corazones mientras estamos aquí, meditando diariamente en lo que Dios ha sido para nosotros y lo que ha hecho por nosotros.

​Extracto del libro: el misterio de la Providencia, de John Flavel 

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