En BOLETÍN SEMANAL

Lo que dice el Salmista, que los ídolos de los gentiles son plata y oro, obra de manos de hombres, está referido a esto mismo, que Dios no es materia inanimada (Sal. 115:4). Porque el Profeta muestra que por ser materia no son dioses, puesto que están representados en oro y plata; y afirma como verdad ciertísima que todo cuanto nos imaginamos de Dios no es otra cosa que desvarío. Y nombra preferentemente el oro y la plata, en vez del barro o la piedra, a fin de que ni su hermosura ni su valor nos induzcan a tenerles alguna estima.

Finalmente concluye que no hay cosa que tenga menos apariencia de verdad que hacer dioses de una materia corruptible. Y juntamente con esto insiste muy a propósito en que los hombres se enorgullecen excesivamente dando a los ídolos la honra debida a Dios, ya que ellos mismos con bastante dificultad no pueden asegurar que vivirán un solo momento. El hombre se ve forzado a confesar que su vida es de un día, y, no obstante, ¿querrá que sea tenido por Dios el metal al cual él mismo colocó en la categoría de Dios? Porque, ¿cuál es el origen de los ídolos, sino la fantasía y el capricho de los hombres?

Muy justamente se burla de esto cierto poeta pagano, el cual presenta a un ídolo hablando de esa manera: “Yo fui en el tiempo pasado un tronco de higuera, un pedazo de leño inútil, cuando el carpintero, estando en duda de lo que haría conmigo, al fin decidió hacerme Dios». ¿No es maravilla que un pobre hombre formado de la tierra, al que casi a cada momento se le está yendo la vida, presuma de quitar la honra y la gloria a Dios y de atribuírsela a un tronco seco? Pero, puesto que el mencionado poeta era epicúreo y no se le daba nada de ninguna religión, sino que de todas se burlaba, dejando a un lado sus bromas y las de sus semejantes, lleguemos a la reprensión del profeta, que habla de esta manera: “De él (el pino) se sirve luego el hombre para quemar, y tomará de ellos para calentarse; enciende también el horno, y cuece panes; hace además un dios y lo adora; fabrica un ídolo, y se arrodilla delante de él … No saben ni entienden» (Is. 44:15,18). E igualmente el mismo profeta, en otro lugar, no solamente los condena por la Ley, sino también los reprende por no haber aprendido de los fundamentos de la tierra (Is.2:8; 31:7; 57:10; Os. 14:4; Miq. 5:13), pues no puede haber cosa más absurda que querer forzar a Dios a que sea de cinco pies, siendo infinito e incomprensible.

Sin embargo, la experiencia nos enseña que una abominación tan horrenda, la cual claramente repugna al orden natural, es un vicio normal en los hombres. Hemos también de entender que la Escritura, cuando quiere condenar la superstición, usa muchas veces esta manera de hablar, a saber: que son obras de las manos de los hombres, desprovistas de la autoridad de Dios, a fin de que tengamos como regla infalible que todos los servicios divinos que los hombres inventan por sí mismos son abominables. Este pecado es aún más encarecido en el salmo, diciendo que los hombres que precisamente son creados con entendimiento para que sepan que todas las cosas se mueven por la sola potencia divina, se van a pedir ayuda a las cosas muertas, y que no tienen sentido alguno. Pero porque la corrupción de nuestra naturaleza maldita arrastra a casi todo el mundo, tanto en general como en particular, a tan gran desvarío, finalmente el Espíritu Santo fulmina esta horrible maldición: “Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos» (Sal. 115,8).

Hay que notar también que no menos prohíbe Dios las imágenes pintadas que las de talla. Con lo cual se condena la presunta exención de los griegos, que piensan obrar conforme al mandamiento de Dios, porque no hacen esculturas, aunque pintan cuantas les parece; y realmente en esto aventajan a todos los demás. Pero Dios no solamente prohíbe que se le represente en talla, sino de cualquier otra manera posible, porque todo esto es vano y para gran afrenta de su Majestad.


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

 

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