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Dios no es sólo perfectamente santo, sino que es la fuente y el modelo de la santidad: Es el origen y el sustentador del orden moral del Universo. Es justo. El Juez de toda la tierra hace lo que está de acuerdo a su justicia. Es por eso que resultaba imposible, por los requisitos de su propio Ser, que tratara ligeramente al pecado y comprometiera su santidad.

Si el pecado habría de ser perdonado debía ser sobre alguna base que reivindicara toda la Santa Ley de Dios que no es un mero código, sino el orden moral de toda la Creación. Pero dicha reivindicación debía ser extremadamente costosa. ¿Costosa para quién? No para el pecador que iba a ser perdonado, porque no había ningún precio que pudiera pagar por su perdón; tanto porque el coste quedaba fuera de su alcance como porque Dios ama dar y no comerciar.

Es por esto que Dios mismo se propuso pagar el precio, ofrecer un sacrificio y, este sería de tal dimensión que no quedaría duda sobre la gravedad de la condena del pecado que estaba perdonando y, al mismo tiempo, demostraría el amor que lo impulsaba a pagar tal precio, lo cual sería la maravilla de los ángeles, y produciría la gratitud en adoración del pecador redimido.

El precio se pagó en el Calvario, Dios lo pagó: el Hijo se dio a sí mismo, llevó nuestro pecado y nuestra maldición; el Padre entregó a su Hijo, su unigénito Hijo, a quien amaba. El precio se pagó por Dios hecho hombre, quien no sólo tomó el lugar del hombre culpable, sino que también fue su representante…. El Hijo divino, una de las Tres Personas del Único Dios, a través de quien desde el comienzo en la Creación Dios se ha revelado a sí mismo al hombre (Jn. 1:18), tomó la naturaleza de hombre sobre sí, y de esta manera se convirtió en nuestro representante. Se ofreció como un sacrificio en nuestro lugar, llevando nuestro pecado sobre su cuerpo en la cruz.

Sufrió, no solamente la angustia física, sino también el horror espiritual e inmenso de ser identificado con el pecado, al que tanto se oponía. Fue así que quedó bajo la maldición del pecado, por lo que por un tiempo su comunión con Dios se quebró. Dios proclamó así su infinita abominación del pecado, haciéndole sufrir todo eso, en lugar de los culpables, para poder perdonar con justicia.

El amor de Dios encontró entonces su perfecto cumplimiento porque no se echó atrás frente al más grande de los sacrificios, para que nosotros pudiésemos ser salvos de la muerte eterna mediante lo que Cristo padeció. Fue así posible que Él fuera justo, y que justificara al creyente, porque como el Dador de la Ley y como el Sustituto de una raza rebelde, Él mismo sufrió el castigo de la ley quebrantada.

Podemos llegar a varias conclusiones a partir de esta explicación de la Encarnación:

Primero, de acuerdo con las Escrituras, el Calvario y no Belén constituye el centro del cristianismo. En algunos círculos teológicos existe la idea popular de que la Encarnación es lo más importante, o sea, Dios identificándose a sí mismo con el hombre, y que la expiación es algo casi secundario. Pero de acuerdo con las enseñanzas bíblicas, la razón de un Dios-hombre es que un Dios-hombre era el único que podía morir por nuestra salvación. Por lo tanto, «el significado crucial del pesebre de Belén radica en el lugar que ocupa en una serie de pasos que conducen al Hijo de Dios en la cruz del Calvario, y no es posible entenderlo hasta que se considere en este contexto».  Enfocar el tema la Encarnación sin considerar la cruz conduce a una falsa emoción y negligencia del horror y la magnitud del pecado.

Segundo, si la muerte de Cristo en la cruz es el verdadero significado de la Encarnación, entonces no puede haber ningún evangelio sin la cruz. La Navidad por sí sola no es el evangelio. La vida de Cristo no es el evangelio. Ni siquiera la resurrección, con toda  la importancia que tiene en el esquema final de toda la obra, es el evangelio, porque las buenas noticias no son sólo que Dios se hizo hombre, ni que Dios habló para revelarnos la vida que deberíamos seguir, ni siquiera que la muerte, esa gran enemiga, ha sido conquistada. Las buenas noticias son que se ha conquistado al pecado (la resurrección es prueba ello); que Jesús ha sufrido su castigo como nuestro representante, para que nosotros nunca tengamos que sufrirlo; y que por lo tanto todos los que creen en Él pueden esperar el cielo.

Por otra parte, los demás temas bíblicos deben ser vistos en este contexto, como ya hemos visto en el caso de la Encarnación. Emular la vida de Cristo y sus enseñanzas sólo es posible para aquellas personas que han entrado en una nueva relación con Dios mediante la fe en Jesús como su sustituto. La resurrección no es simplemente la victoria sobre la muerte (si bien trata de esto) sino la prueba de que la expiación fue una expiación satisfactoria a la vista del Padre y que la muerte, el resultado del pecado, ha sido abolida sobre esa base. Cualquier evangelio que sólo hable de Cristo, entendiendo por esto la Encarnación sin la expiación, es un evangelio falso. Cualquier evangelio que hable sobre el amor de Dios sin señalar que su amor lo llevó a pagar el precio más caro por el pecado, en la Persona de su Hijo sobre la cruz, es un evangelio falso. El único evangelio verdadero es el de «un mediador» (1 Tim. 2:5-6), quien se dio a sí mismo por nosotros.


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

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