En ARTÍCULOS

“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca”.- Salmo 33: 6
La obra del Espíritu Santo que concentra más nuestra atención es la renovación de los elegidos a la imagen de Dios, pero esto no es todo.

Los redimidos no pueden ser santificados sin Cristo, Quien es hecho santificación para ellos; por lo tanto, la obra del Espíritu debe abarcar la Encarnación del Verbo y la obra del Mesías. Pero la obra del Mesías involucra una obra de preparación en los Patriarcas y Profetas de Israel, y más tarde, en la actividad en los Apóstoles, esto es, los presagios de la Eterna Palabra en las Escrituras. Asimismo, esta revelación involucra las condiciones de la naturaleza del hombre y el desarrollo histórico de la raza; por lo tanto, al Espíritu Santo le conciernen la formación de la mente humana y el desarrollo del espíritu de la humanidad. Por último, la condición del hombre depende de la de la tierra: las influencias del sol, la luna y las estrellas; los movimientos elementales; y no en menor medida, en las acciones de los espíritus, ya sean estos ángeles o demonios de otras esferas. Por tanto, la obra del Espíritu debe alcanzar a la totalidad de las huestes del cielo y la tierra.

Para evitar una idea mecánica de Su obra, como si comenzara y terminara al azar, como un trabajo por pieza en una fábrica, no debe ser determinado ni limitado hasta que se extienda a todas las influencias que afectan la santificación de la Iglesia. El Espíritu Santo es Dios, por tanto, soberano; consecuentemente, no puede depender de estas influencias, sino que las controla por completo. Para ello, Él es capaz de operarlas; de modo que Su obra debe ser honrada en todas las huestes del cielo, en el hombre y en su historia, en la preparación de las Escrituras, en la Encarnación del Verbo y en la salvación de los escogidos.

Pero esto no es todo. La salvación final de los escogidos no es el último eslabón en la cadena de los acontecimientos. La hora en que se complete su rescate será la hora del juicio final para toda la creación. La revelación Bíblica del regreso de Cristo no es un mero desfile que da cierre a esta dispensa preliminar, sino el evento grandioso y notable, la consumación de todo lo previo, la catástrofe a través de la cual todo lo que existe recibirá lo que merece.

En ese día grande y notable, los elementos se combinarán con conmoción e imponente cambio, formando una tierra y un cielo nuevo, esto es, que de estos elementos en llamas surgirá la verdadera belleza y la gloria del propósito original de Dios. Entonces, toda enfermedad, miseria, plaga, todo lo impío, todo demonio, todo espíritu que se rebeló en contra de Dios, se volverá verdaderamente infernal, y todo lo malvado recibirá lo que merece, es decir, un mundo en el cual el pecado ejerce dominio absoluto. Porque, ¿qué es el infierno sino un reino en el que lo profano opera en cuerpo y alma sin ninguna restricción? Entonces, la personalidad del hombre recuperará la unidad destruida por la muerte, y Dios concederá a Sus redimidos el cumplimiento de esa bendita esperanza confesada en la tierra, en medio de conflicto y aflicción, en las palabras “Yo creo en la resurrección del cuerpo”. Entonces, Cristo triunfará sobre todo poder de Satanás, el pecado y la muerte; y así, recibirá lo que le es justo como el Cristo. Entonces, el trigo y la cizaña serán separados, la mezcla llegará a su fin, y la esperanza del pueblo de Dios se convertirá en la realidad; el mártir estará extasiado y su verdugo en tormento. Luego, el velo de la Jerusalén celestial será también desgajado. Las nubes que nos impidieron ver que Dios era justo en todos Sus juicios se disiparán; entonces, la sabiduría y la gloria de todos Sus consejos serán reivindicadas, tanto por Satanás y los suyos en el abismo, como por Cristo y Sus redimidos en la ciudad de nuestro Dios, y el Señor será glorioso en todas Sus obras.

De este modo, radiante por la santificación de los redimidos, vemos que la obra del Espíritu abarca, en tiempos pasados, la Encarnación, la preparación de las Escrituras y la formación del hombre y del universo; y extendiéndose por las edades, el regreso del Señor, el juicio final, y ese último cataclismo que deberá separar el cielo del infierno para siempre.

Este punto de vista, impide que nuestra forma de ver la obra del Espíritu sea únicamente la de la salvación de los redimidos. Nuestro horizonte espiritual se ensancha, porque el asunto principal no es que los escogidos sean salvos, sino que Dios sea justificado en todas Sus obras y glorificado por medio del juicio. Éste debe ser el punto de vista único y verdadero para todos aquellos que reconocen que “…el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).

– – –
Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

 

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar