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Frente a la pregunta de por qué la iglesia es tan resuelta para olvidar el reinado de Cristo, de tal forma que muchos ministros piadosos no tienen la más mínima conciencia de esa realidad y muchas veces dicen: “Ciertamente Jesús es el Rey en el mundo de la verdad pero, ¿qué le importa a Él lo que haga la iglesia externa? Al menos yo, un hombre espiritual, jamás voy a las reuniones oficiales del concilio”; respondemos: “Si Jesús tuviera un trono en el mundo y de ahí reinara personalmente sobre Su Iglesia, todos los hombres se inclinarían ante Él; pero al ser exaltado en el cielo a la diestra del Padre, el Rey de la iglesia es olvidado; fuera de toda vista, fuera de la mente.” De esta forma, la ignorancia en relación a la obra del Espíritu Santo es la causa. Ya que Jesús gobierna su Iglesia pero no de forma directa, sino a través de Su Palabra y de su Espíritu, no hay respeto alguno por la majestad de su soberano gobierno.

El ojo espiritual del creyente, por lo tanto, debe ser reabierto a la obra del Espíritu Santo en las Iglesias. El hombre no-espiritual no la puede ver. Un consistorio, un concilio o un sínodo es para él un grupo de hombres congregados para negociar asuntos bajo su propia luz, lo mismo que una reunión de la dirección de la cámara de comercio o alguna otra organización secular. Uno es un accionista y un miembro del comité y como tal ayuda en la administración de los asuntos usando todas sus habilidades. Pero para el hijo de Dios, siendo capaz de ver la obra del Espíritu Santo, estas asambleas eclesiásticas contraen un aspecto totalmente distinto. Él reconoce que este consistorio no es consistorio, que este concilio no es concilio, que este sínodo no es tal, a menos que el Espíritu Santo presida y decida las materias junto con los miembros.

La oración hecha al comenzar un consistorio, concilio o sínodo es, por lo tanto, no igual a la de Y.M.C.A. o una convención misionera, simplemente una oración para pedir luz y ayuda, sino una cosa totalmente distinta. Es la petición que el Espíritu Santo esté en medio de la asamblea. Porque sin Él, ninguna reunión eclesiástica puede ser completa. La reunión no puede ser llevada a cabo a menos que Él esté presente. De ahí que en la oración litúrgica al comenzar un concilio hay una petición inicial de la presencia y liderazgo del Espíritu Santo; después, una confesión de que los miembros nada pueden hacer sin Su presencia; y por último, una súplica de las promesas para estos miembros.

La oración dice: “Ya que estamos reunidos en tu Santo Nombre, siguiendo el ejemplo de las Iglesias apostólicas, para consultar, como requiere nuestro oficio, acerca de aquellas cosas que pueden venir ante nosotros, para el bienestar y edificación de Tus iglesias, ya que reconocemos que somos poco aptos e incapaces, ya que por naturaleza no podemos pensar en lo bueno y mucho menos ponerlo en práctica, por lo tanto te rogamos, O Dios y Padre fiel, que Tú te complazcas en estar presente con Tu Espíritu según Tu promesa, en medio de nuestra asamblea, para guiarnos en toda verdad.”

En la oración de conclusión del concilio ocurre la expresa acción de gracias de que el Espíritu Santo estuvo presente en la reunión: “Más aun, te agradecemos que hayas estado presente con Tu Espíritu Santo en medio de nuestra asamblea, dirigiendo nuestras determinaciones según Tu voluntad, uniendo nuestros corazones en mutua paz y armonía. Te rogamos, O Dios y Padre fiel, que te complazcas misericordiosamente en bendecir nuestra labor bien intencionada y en ejecutar el trabajo que Tú ya comenzaste; siempre reuniendo ante Ti una iglesia verdadera y preservándola en la doctrina pura, en el correcto uso de Tus santos sacramentos y en el diligente ejercicio de la disciplina.”

Por lo tanto el gobierno de la iglesia denota:

Primero, que Cristo, quien es el Rey, instituye los oficios y nombra a las personas a cargo de tales funciones.

En segundo lugar, que las iglesias se someten incondicionalmente a la ley fundamental de Su Palabra.

Tercero, que el Espíritu Santo debe entrar en la asamblea y dirigir las deliberaciones; como lo expresó Walæus: «Que el Espíritu Santo pueda personalmente estar detrás del presidente para presidir cada reunión.” Y este dicho tiene un significado tan enriquecedor que diríamos seriamente, si no es ya obvio, que un mero cambio de oficiantes no beneficiaría en nada, si la organización misma no está sometida a la Palabra de Dios. El tema no es si mejores hombres llegan al poder, sino si el Espíritu Santo preside la asamblea; algo que no puede hacer, a menos que la Palabra de Dios sea la única instrucción y autoridad.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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