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La perseverancia en la gracia significa, como lo expresa Thomas Watson, que «la herencia celestial es guardada para los santos, y que éstos son guardados para la herencia… Aunque puede suceder que los santos lleguen a tener muy poca fe, nunca estarán sin ella. Aunque su gracia se marchite, sin embargo nunca se secará; aunque la gracia sea abatida, no será abolida; aunque las vírgenes sabias se adormecieron, sus lámparas nunca se apagaron».

La perseverancia significa que una vez que alguien pasa a formar parte de la familia de Dios él o ella siempre pertenecerá a esa familia. La Biblia es clara al señalar que quienes han sido justificados del pecado no se pueden perder.

David escribió en el Salmo 138: «Jehová cumplirá su propósito en mí; tu misericordia, oh Jehová, es para siempre» (vs. 8).

El autor de la epístola a los Hebreos declara: «Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (He. 10:14).

Pablo escribió: «Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; …sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros» (2 Co. 4:8-9,14).

La perseverancia se nos muestra por las ilustraciones que la Biblia aplica a los creyentes: los árboles que no se secan (Sal. 1:3); los cedros del Líbano que brotan todos los años … (Sal. 92:12); una casa construida sobre una roca (Mt. 7:24); el monte de Sion que no se puede mover (Sal. 125:1).

El Antiguo Testamento habla en varias ocasiones sobre la perseverancia de Dios. En el Salmo 121, el Señor es comparado con un Atalaya divino que cuida de su pueblo durante su vida terrenal. Las palabras “guardan” y “guardador” se utilizan seis veces. «No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel. Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo mal; El guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre» (Sal. 121:3-8).

Otro pasaje muy importante lo constituye el de Ezequiel 34:11-16. Dios ha estado hablando en contra de quienes habían sido los pastores de Israel, que no habían llevado a cabo su tarea. Tenían que guardar las ovejas pero las habían abandonado. Dios dice que ahora él hará lo que estos líderes infieles no hicieron.

Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad. Y yo las sacaré de los pueblos, y las juntaré de las tierras; las traeré a su propia tierra, y las apacentaré en los montes de Israel, por las riberas, y en todos los lugares habitados del país. En buenos pastos las apacentaré, y en los altos montes de Israel estará su aprisco; allí dormirán en buen redil, y en pastos suculentos serán apacentadas sobre los montes de Israel. Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada, vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil; mas a la engordada y a la fuerte destruiré; las apacentaré con justicia”.

En Isaías 27 Dios es comparado con el cuidador de la viña. «En aquel día cantad acerca de la viña del vino rojo. Yo Jehová la guardo, cada momento la regaré; la guardaré de noche y de día, para que nadie la dañe» (vs. 2-3).

Cristo hizo referencia a estas imágenes en su enseñanza. Para animar a sus discípulos, se comparó y comparó a su Padre con un atalaya, con un pastor y con el cuidador de una viña. El peligro exterior era grande y el peligro interior también era grande. Los discípulos poseían una vieja naturaleza que con toda seguridad los arrastraría vez tras vez al pecado. Pero él proclamó que había Uno que era incluso más grande que el peligro y que ciertamente los guardaría de la misma manera que había cuidado y guardado a Israel.


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

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