En BOLETÍN SEMANAL
El insensato no solamente tiene siempre demasiada prisa para detenerse a escuchar instrucciones, sino que también lo considera innecesario. En su opinión, sus propias ideas son las mejores. No tiene nada que aprender de nadie. “Todo va bien” dice.

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7:24-27).

Veamos primero la diferencia entre los dos hombres. En esto resulta de mucha ayuda el relato que encontramos al final del capítulo 6 de Lucas. Ahí se nos dice que el hombre prudente excavó hondo y echó fundamento para la casa, en tanto que el hombre insensato no cavó nada, y no se preocupó por echar fundamentos. En otras palabras, la forma de descubrir la diferencia entre estos dos hombres es examinar detalladamente al hombre insensato. El hombre prudente es exactamente lo contrario. Y la clave para entender a ese hombre es la palabra ‘insensato’. Describe una perspectiva específica, un tipo característico de persona.

¿Cuáles son las características del hombre insensato? La primera es que tiene prisa. Las personas insensatas siempre tienen prisa; desean hacerlo todo al instante; no tienen tiempo para esperar. ¡Cuán a menudo nos advierte la Biblia contra esto! Nos dice que el hombre religioso y justo ‘no se apresura’. Nunca está sujeto a la excitación, ni a apresurarse ni a agitarse. Conoce a Dios y sabe que los derechos, propósitos y plan de Dios son eternos e inmutables. Pero el insensato es impaciente; nunca se toma el tiempo necesario; siempre está interesado por resultados inmediatos. Esta es la característica principal de su mentalidad y conducta. Todos conocemos esta clase de personas en la vida ordinaria aparte del cristianismo. Es un tipo de persona que dice, “Debo disponer de la casa de inmediato, no hay tiempo para fundamentos”. Siempre tiene prisa.

Al mismo tiempo, como tiene esta mentalidad, no escucha instrucciones; no presta atención a las normas que rigen la construcción de una casa. Construir una casa es algo serio y el que quiere construirla nunca debería pensar simplemente en función de tener un techo sobre la cabeza. Debería darse cuenta de que para poseer un edificio satisfactorio y duradero deben observarse ciertos principios de construcción. Por eso se consulta a arquitectos; el arquitecto dibuja los planos y especificaciones y hace sus cálculos. El hombre prudente quiere conocer la forma adecuada de hacer las casas; y por esto escucha instrucciones y está dispuesto a que le enseñen. Pero el insensato no se interesa por estas cosas; desea la casa; no quiere perder el tiempo con reglas y normas. ‘Levántela’ dice. Es impaciente, desprecia las instrucciones y enseñanzas y dice que, quiere ‘comenzar de inmediato’. Ésta es la ordinaria como en relación con las cosas espirituales.

El insensato no solamente tiene siempre demasiada prisa para detenerse a escuchar instrucciones, sino que también lo considera innecesario. En su opinión, sus propias ideas son las mejores. No tiene nada que aprender de nadie. “Todo va bien” dice. “No hay por qué ser tan cauto y preocuparse tanto por estos detalles”. Su lema es “Construyamos la casa”. No le preocupa lo que se ha hecho en el pasado, simplemente sigue sus propios impulsos e ideas. No estoy haciendo una caricatura de este tipo de persona. Pensemos solamente en personas que hemos visto y conocido, que entran en negocios, o se casan, o construyen casas, o hacen algo semejante, y creo estaremos de acuerdo en que es un retrato genuino de esta mentalidad insensata que piensa que lo sabe todo, está satisfecha con sus propias opiniones, y tiene siempre prisa por convertirlas en realidad.

Finalmente, es una mentalidad que nunca examina las cosas en detalle, nunca se detiene para contemplar y examinar posibilidades y eventualidades. El hombre insensato que construyó su casa sin fundamento, sobre la arena, no se detuvo a pensar para preguntarse, “¿Veamos qué puede suceder? ¿Es posible que el río que en verano agrada tanto a la vista en invierno reciba tanta agua a consecuencia de la lluvia o de la nieve que llegue a desbordarse?” No se detuvo a pensar en esto; simplemente deseaba una casa agradable en esa ubicación específica y la hizo construir sin pensar en ninguna de estas cosas. Y si alguien hubiera llegado a decirle, “Mira, amigo, es un error edificar una casa como esta sobre la arena. ¿No te das cuenta de lo que puede suceder en este lugar? No sabes de lo que es capaz el río. Lo he visto como una auténtica catarata. He visto tempestades que han echado por tierra casas muy bien edificadas. Amigo mío, te sugiero que ahondes mucho los fundamentos. Llega hasta la roca”, el hombre insensato lo hubiera descartado todo para persistir en hacer lo que consideraba mejor. En un sentido espiritual, no está interesado por aprender de la historia de la iglesia; no está interesado en lo que la Biblia le dice; desea hacer algo y cree que lo puede hacer a su manera y así lo hace. No consulta planes ni detalles; no trata de mirar al futuro y pensar en ciertas pruebas que deben inevitablemente venirle a la casa que está edificando.

El hombre prudente, desde luego, nos ofrece un contraste total. Tiene un gran deseo de construir de forma sólida y duradera. Comienza diciendo, “No sé mucho de esto; no soy experto en estos asuntos; la prudencia me dicta, por tanto, que debo consultar a los que saben. Quiero que me hagan planos en detalle, deseo dirección e instrucción. Conozco a gente que puede construir casas rápidamente, pero lo que yo quiero es una casa segura. Muchas cosas pueden suceder que pondrán a prueba mis ideas acerca de la construcción y también mi casa”. Ésta es la esencia de la sabiduría. El hombre prudente toma tiempo y se molesta por averiguar todo lo que puede; se observa a sí mismo y no permite que sus sentimientos y emociones o sentimientos lo dominen. Desea conocimiento, verdad y entendimiento; está dispuesto a responder a la exhortación del libro de proverbios que nos incita a buscar y ansiar la sabiduría, porque “su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas”. No quiere arriesgarse, y por eso no se apresura; piensa antes de actuar.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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