En ARTÍCULOS

“Y a los que predestinó, a éstos también llamó.”— Rom. 8:30.

Para poder escuchar, el pecador, que es sordo por naturaleza, debe recibir oídos que escuchen. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” (Apoc. 2: 7, 11, 17, 29; 3: 6, 13, 22).

Pero por naturaleza el pecador no pertenece a este grupo favorecido. Esta es una experiencia diaria. De dos administrativos en la misma oficina, uno obedece al llamado y el otro lo rechaza; no porque lo desprecie, sino porque no escucha el llamamiento de Dios en él. Por lo tanto la obra vivificadora de Dios antecede a la recepción del pecador; y así él es capaz de escuchar la Palabra.

La obra revitalizadora, la implantación de la capacidad de tener fe y la unión del alma con Cristo, aunque aparentemente son tres hechos, en realidad es un solo hecho, constituyendo juntos (objetivamente) la así llamada primera gracia. Mientras esta gracia opera, el pecador es perfectamente pasivo e indiferente; es el sujeto de una acción que no involucra la más minima acción, sometimiento, ni siquiera no-resistencia de su parte.

De hecho, el pecador, estando muerto en sus transgresiones y pecados, está bajo esta primera gracia como un cuerpo sin movimiento y sin alma, con todas las propiedades pasivas pertenecientes a un cadáver. Este hecho no puede ser manifestado con suficiente fuerza y énfasis. Es una pasividad absoluta. Y cada esfuerzo o inclinación para adjudicarle al pecador la más pequeña cooperación en esta primera gracia destruye el Evangelio, daña el canal de la confesión Cristiana y no sólo es una herejía sino también anti-bíblico en el sentido más profundo.

Este es el punto donde es erigido el poste indicador; donde los caminos se separan, donde los hombres de confesión reformada, se separan de sus oponentes. Habiendo manifestado este hecho de forma poderosa y definitiva, es de suma importancia afirmar con el mismo énfasis que, en todas las operaciones de gracia posteriores (denominadas segunda gracia), esta pasividad absoluta cesa debido la maravillosa obra de la primera gracia. Por lo tanto, en toda la gracia posterior el pecador, hasta cierto punto, coopera con ella.

En la primera gracia el pecador es como un cadáver, absolutamente. Pero la pasividad del pecador al comienzo y su cooperación posterior no deben ser confundidas. Existe una pasividad, en línea con las Escrituras, que no puede ser exagerada, que debe ser dejada intacta; pero también existe una pasividad fingida, anti-bíblica y pecaminosa. La diferencia entre ambas no es que la primera está cooperando parcialmente y la segunda no tiene cooperación alguna. Ciertamente con tal acto temporizador, las iglesias y las almas en ellas no son inspiradas con energía y entusiasmo. No; la diferencia entre la pasividad saludable y la enfermiza consiste aquí en que la primera, que es absoluta e ilimitada, pertenece a la primera gracia, para la cual es indispensable; mientras que la segunda se aferra a la segunda gracia, en un lugar al cual no pertenece.

Debe haber un entendimiento claro y profundo respecto de esta verdad, que después de todo es bastante simple. El escogido, y al mismo tiempo, pecador aún no regenerado, no puede hacer nada y la obra que debe ser llevada a cabo en él debe ser llevada a cabo por otro: Esta es la primera gracia. Pero una vez que esto ha sido logrado, él ya no es pasivo, porque algo le ha sido entregado de forma tal que, en la segunda obra de gracia, cooperará con Dios.

Pero esto no implica que el pecador regenerado y escogido ahora sea capaz de hacer cualquier cosa sin Dios; o que si Dios cesara de obrar en él, la conversión y santificación ocurrirían por sí solas. Ambas representaciones son absolutamente falsas, no-reformadas y no cristianas porque le restan mérito o valor a la obra del Espíritu Santo en los escogidos. No; todo bien espiritual es por gracia hasta el final: gracia no sólo en la regeneración sino en toda la etapa del camino de la vida. Desde el principio y hasta el final y a lo largo de la eternidad, el Espíritu Santo es el Obrero de la regeneración y conversión, de la justificación y cada parte de la santificación, de la glorificación y de toda la dicha de los redimidos. Nada de esto puede ser aminorado.

Pero mientras el Espíritu Santo es el único Obrero en la primera gracia, en todas las operaciones posteriores de la gracia la persona regenerada siempre coopera con Él. Por lo tanto no es verdad, como dicen algunos, que la persona regenerada es tan pasiva como la no regenerada; esto sólo le resta mérito y valor a la obra del Espíritu Santo en la primera gracia. Tampoco es cierto que de ahí en adelante la persona regenerada sea la obrera principal, sólo asistida por el Espíritu Santo; ya que esto es igualmente despectivo hacia la obra del Espíritu en la segunda gracia.

Debemos oponernos y rechazar ambos errores. Porque a pesar de que, por un lado, se dice que la persona regenerada considerada fuera de Cristo, aún yace en medio de la muerte; aun así, aunque fuese considerada mil veces fuera de Cristo, ella se mantiene en Él, ya que una vez que está en Su mano nadie puede quitarla de allí. Y aunque, por el otro lado, la persona regenerada es constantemente amonestada con el propósito de que sea activa y diligente. Aunque el caballo es quien tira, no es el caballo sino el conductor quien maneja la carreta.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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