​​Ahora es nuestro propósito dedicar este artículo a profundizar en la lucha con la que la iglesia de Cristo se encara en nuestros días por todas partes del mundo, en donde  mucho depende del correcto conocimiento del significado del «misterio del reino de Dios». 

1. Lo primero de todo, puede ser establecido, ahora más que nunca, que la predicación del Reino de Dios en el espíritu de Calvino tiene un profundo significado en cuanto a determinar la posición de la iglesia y la sociedad. En ese Reino de Dios —que el nuevo estudio de la Escritura ha traído claramente a la luz— ningún hombre, ni ningún poder humano, sino Dios, ocupa el centro. Todo tiene que ver con El. En contraste con el catolicismo romano con su «eclesiocentrismo»  

La iglesia, en la totalidad de su existencia —y esto lo comprendió Calvino muy bien—, necesita colocarse a sí misma al servicio del reino. En consecuencia, noi tiene que aislarse, ya que el Reino está ahí por causa del mundo. La totalidad del mundo está destinado a someterse al gobierno de Cristo, y por lo mismo al Dios trino y uno, y lo que tiene que hacer la iglesia con todas sus fuerzas es alcanzar esa meta. Por esa razón la iglesia ha recibido una comisión «misionera» y «apostólica». 

2. Además, tenemos que darnos cuenta, como Calvino lo hizo y los recientes estudios del Nuevo Testamento lo han puesto en evidencia, que en el Reino tenemos que actuar con una magnitud escatológica. El Reino no es de este mundo, es el nuevo orden de cosas, que llegará a una completa y total revelación con el retorno de Cristo. Esto exige de nosotros, lo mismo que ya lo hizo Calvino en su día, que estemos en guardia contra cualquier anticipación religiosa que lleve a la realización del Reino de Dios por medios puramente humanos. «El que cree, no se apresure.» Los creyentes pueden esperar y observar. Y desde este punto de vista es bueno, para muchos neo-calvinistas que quieren ser demasiado activistas en la batalla de la cristianización de nuestro orden social, que escuchen atentamente el testimonio de Calvino concerniente a la meditatio futurae vitae (la meditación sobre la vida futura). De hecho, Calvino fue mucho menos culturalmente optimista que muchos severos calvinistas de tiempo reciente (stoere cálvinisten) pensaban que era.

3. No obstante, esta meditatio futurae vitae no puede ser nunca comprendida con un espíritu sectario quiliasta, como si el llamamiento de los cristianos, desesperando del futuro del mundo, tuviera que satisfacerse con la reunión de la «iglesia de los elegidos» y, cuando le mundo esté abandonado a la destrucción, encontrar a Cristo en el aire.  «Esperando» y «trabajando» eran conceptos conjuntos de Calvino y también tienen que serlo para nosotros. Es precisamente de esta expectación del Reino de Dios que Calvino sacó la fuerza incesante para hacer lo que pudo para establecer lo que hoy es llamado «los signos del Reino de Dios». Nosotros también podemos decir que hacer lo imposible para someter todas las cosas al gobierno de Cristo y Su Palabra.

4. ¿Es ésta una empresa en la cual tenemos que estar activos «programáticamente» y tenemos que ser guiados por toda clase de los llamados «principios eternos»? Al hablar de los «principios eternos» Calvino habría sido más cuidadoso que algunos de sus seguidores. Encontró más seguro dejarse llevar en toda su actividad por la eterna y estable Palabra de Dios. Pero eso, para él, no asumía el carácter de un incoherente «mandamiento de la hora» (Gebot der Stunde). Estaba ligado a la divina Palabra y a ello debía Calvino lo que puede llamarse «la segura línea de principio» y el «estilo espiritual» que caracterizaba toda su actividad en la iglesia y en la sociedad.

5. En cuanto a las relaciones entre la iglesia y el Reino de Dios, no fueron para Calvino conceptos coincidentes. Con todo, él estuvo tan convencido del profundo significado de la iglesia para el Reino de Dios que esto es precisamente lo que hizo que atribuyese un gran valor a la pureza de la iglesia que el pensamiento de una «iglesia estado» (volkskerk) no fuese tomado por él en consideración. La iglesia fue para él —y en tal idea permaneció— «la reunión de los elegidos», que exigía un fuerte ejercicio de la disciplina eclesiástica como una de las llaves del Reino. Y ésta es una ocasión que la iglesia de Jesucristo no debe descuidar, especialmente en nuestros días.

6. Finalmente, en cuanto al gobierno teocrático, la situación poitica del mundo no permite esto, sino que convenimos con Kuyper que aquí Calvino transfirió con exceso la relación específica del Antiguo Testamento de Dios como rey soberano del pueblo de Israel a las relaciones políticas completamente modificadas del Nuevo Testamento. Con todo, esto no significa, en absoluto, un espíritu dualista más o menos luterano según el cual la iglesia pueda estar satisfecha con la proclamación del evangelio para el alma individual. Ella tiene que predicar la Palabra de Dios como una Palabra que procura ejercer su benéfica influencia sobre la totalidad de la vida, tanto en el individuo como en la sociedad, de acuerdo con lo cual es posible la verdadera reconstrucción de la vida de la criatura de Dios en cada esfera. Esto fue enseñado y practicado por Calvino muy enfáticamente.

Como iglesia, tiene que estar agradecida de que en la elaboración y aplicación de estos principios tomen parte toda clase de instituciones y organizaciones en los dominios de la educación, la política y la acción social y cultural, ya que la pericia de nuestra acción cristiana puede ser muy útil dentro de ellas. Pero, como iglesia, necesita seguir en su inspirada predicación y proclamación del único y universal Reino de Dios como centro y estímulo incesante de todas estas actividades. De este modo no será una «iglesia del Estado» (volkskerk), pero tampoco se convertirá en un «ghetto cristiano». Así mantendrá su peculiaridad espiritual que es el requerimiento básico para la actualización de la comisión apostólica. Y su peculiaridad espiritual nunca degenerará en un estéril aislamiento.

De esta forma será en la totalidad de nuestro orden social un indicativo para el gran futuro hacia el cual todos nos dirigimos, cuando el Reino de Dios transformará y hará nuevas todas las cosas y cuando Dios será «todo en todos» (I Corintios 15:28).

por B. BRILLENBURG WURTH
Extracto del libro: Calvino profeta contemporáneo.

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