​¿Por qué, según la Biblia, algunos hombres se salvan y entran en la vida eterna, mientras otros reciben el justo castigo de sus pecados?  ¿Sencillamente porque algunos Creen en Jesucristo y otros no?  Desde luego que todos los que Creen en Jesucristo se salvan y todos los que no Creen en Él se pierden. Esto es evidente.  Pero, ¿por qué algunos hombres Creen en Jesucristo, en tanto que otros no Creen en Él?   ¿Es tan sólo porque algunos, por decisión propia, escogen creer en Cristo, en tanto que otros, por esa misma decisión, escogen no creer? ¿Es entonces la voluntad humana el factor decisivo en esta elección entre creer y no creer?

Hemos hablado acerca de la gran doctrina bíblica de la predestinación. Esta doctrina, dije, no es más que una aplicación concreta de la doctrina de los decretos divinos. Si Dios preordena todo lo que va a suceder, y si entre lo que sucede está la salvación de algunos y la perdición de otros, entonces se sigue con lógica ineluctable que preordena ambas cosas. Este decreto anticipado de Dios respecto a ambas cosas ha venido a llamarse «predestinación.» La doctrina de la predestinación es precisamente la doctrina de los decretos divinos aplicada a la esfera específica de la salvación.

Pero la doctrina de la predestinación no es en modo alguno tan sólo una deducción de la doctrina general de los decretos divinos ; también se encuentra de forma expresa en la Biblia y en una forma clarísima.

¿Por qué, según la Biblia, algunos hombres se salvan y entran en la vida eterna, mientras otros reciben el justo castigo de sus pecados?  ¿Sencillamente porque algunos Creen en Jesucristo y otros no?

Bien, desde luego que todos los que Creen en Jesucristo se salvan y todos los que no Creen en Él se pierden. Esto es evidente.

Pero, ¿por qué algunos hombres Creen en Jesucristo, en tanto que otros no Creen en Él?

¿Es tan sólo porque algunos, por decisión propia, escogen creer en Cristo, en tanto que otros, por esa misma decisión, escogen no creer? ¿Es entonces la voluntad humana el factor decisivo en esta elección entre creer y no creer?

¿0 acaso algunos hombres creen y otros no, porque los ha destinado Dios de antemano, en sus eternos propósitos, a uno de estos dos cursos de acción?

Si lo primero es cierto, la doctrina de la predestinación es errónea. Si la voluntad humana es el factor final en la decisión de creer o no creer, de ser salvo o no, entonces resulta absurdo seguir hablando acerca de la predestinación.

Algunos, en realidad, defienden tal absurdo. La predestinación, dicen, significa tan sólo que los que creen están predestinados a salvarse. El que crean depende de ellos mismos, pero una vez han creído por decisión propia, entonces están predestinados a recibir la vida eterna.

No cabe duda de que nos hallamos ante un use equivocado del lenguaje. No se puede hablar de que algo está predestinado   en el sentido de determinado de antemano   si de hecho no está para nada determinado sino que sigue siendo incierto hasta que no se pone en movimiento por medio de un acto de la voluntad humana.

La razón de que emplee el lenguaje en esta forma equivocada es obvia. Creen, desde luego, en la Biblia. La Biblia emplea la palabra «predestinar» ; por tanto han de emplear esta palabra, aunque repudian lo que dicha palabra, en el sentido más obvio que tiene, parecería denotar.

No insistimos, sin embargo, en la palabra, sino fijémonos en lo que constituye el sustrato de la misma. Tratemos de llegar a la médula del problema.

¿ Qué se discute en realidad ? Me parece que se lo puedo decir en forma bien clara. Se trata de si el hombre está predestinado – si de momento concedemos a nuestros adversarios en esta cuestión el empleo elástico que hacen de la palabra se trata de si Dios predestina a un hombre a que se salve porque cree en Cristo o bien cree en Cristo porque está predestinado.

No estamos frente a un problema sin importancia o puramente académico. No se trata de una sutileza teológica. Por el contrario, es un problema de gran importancia para las almas de los hombres.

Sé, claro está, que algunas personas verdaderamente cristianas deciden en forma equivocada ; yerran en cuanto a este problema y con todo aceptan lo suficiente de la Biblia de modo que son verdaderos cristianos. Sin embargo sería una gran equivocación deducir de esto que estamos ante una cuestión sin importancia. Por el contrario, cuanto más me fijo en el estado actual de la Iglesia, cuanto más considero la historia reciente de la Iglesia, tanto más me convenzo de que equivocarse en el problema que nos ocupa conduce en forma ineluctable a más y más errores, y a menudo viene a ser la cuña que abre brecha y deteriora el testimonio todo de los cristianos y de las Iglesias.

Bien, pues, si el problema es tan importante, ¿qué solución tiene? ¿Se soluciona a base de lo que uno prefiere o con razonamientos personales respecto a lo que creemos ser justo y adecuado? Dirán los que opinan de una manera : «No me gusta esta noción de predestinación absoluta ; no me gusta esta idea de que desde toda la eternidad ya está determinado en el propósito de Dios quienes y cuantos se salvan y quienes y cuantos se pierden ; me gusta mucho más la idea de que el salvarse o el perderse depende de lo que uno mismo escoja.» Y dirán los que opinan en forma contraria, en respuesta a lo que precede : «A mí en cambio me gusta lo que a tí no lo agrada; me gusta la idea de predestinación absoluta ; me gusta creer que cuando alguien se salva depende por completo de Dios y no del hombre; prefiero retroceder ante el misterio que esto conlleva, ante el inescrutable consejo de la voluntad de Dios.»

Es así cómo debe debatirse este problema? ¿Debe depender sólo de lo que agrada o desagrada? Me parece que no, amigos míos. En realidad, si fuera a depender de esto, ni valdría la pena discutirlo. Si estamos frente a un problema de simple preferencia, entonces uno diría que merece que lo pongamos en la lista que figura bajo el refrán antiguo «sobre gustos y colores no se han puesto de acuerdo los autores». Quizá sería mejor en este caso acabar con las discusiones. No, amigos míos. Sólo hay una manera de zanjar la cuestión. Es examinar qué dice la Biblia acerca de ello. Nunca hay que darla por terminada diciendo que nos gusta más una respuesta que otra, sino que hay que zanjarla después de oír lo que ha dicho en cuanto a la misma en su santa Palabra.

Muy bien, entonces ; veamos qué dice la Biblia acerca de este problema de la predestinación.

Pero antes de que busquemos la respuesta que la Biblia da a este problema, es importante que tengamos una idea bien clara del mismo.

Ya hemos formulado la cuestión antes. ¿Predestina Dios a algunos hombres a que se salven porque creen en Cristo, o por el contrario pueden algunos hombres creer en Cristo porque han sido predestinados? En otras palabras, ¿depende la predestinación de este acto de la voluntad llamado fe, o es ese acto de la voluntad humana conocido como fe el resultado de la predestinación?

Este es el problema formulado en forma sintética. Pero es importante darse cuenta de que la primer a de las dos respuestas al problema ha adoptado dos formas diferentes.

Si se considera que la predestinación a la salvación depende de la decisión de la voluntad humana entre creer o no creer, entonces se plantea el problema ulterior de si Dios conoce o no de antemano cuál va a ser la decisión de la voluntad.

Algunos han dicho, «No. Dios no sabe de antemano cuál va a ser la decisión de la voluntad del hombre. Se limita a esperar a ver qué hará la voluntad, y entonces, cuando el hombre ya ha decidido, Dios actúa en consecuencia, dando la salvación a los que han escogido creer y enviando a la muerte eterna a los que han escogido no creer.»

Según esta opinión, la única predestinación de la que se puede hablar es una predestinación condicional. Es una predestinación con un gran «sí». Dios no predestina a nadie para la vida eterna o para la muerte definitiva sino que se limita a dejar establecido de antemano que si alguien cree en Cristo entrará en la vida eterna y si alguien no cree en Cristo entrará en la muerte eterna. La decisión referente al grupo del que cada persona llegará a formar parte depende de cada uno, y Dios ni siquiera sabe cuál va a ser la decisión.

La otra forma que asume la teoría que estamos exponiendo afirma que Dios conoce de ante-mano pero no preordena. Dios sabe de antemano, dicen, cuál va a ser la decisión de cada uno de los hombres en cuanto a creer o no en Cristo, pero no determina tal decisión.

Esta forma de la teoría, como señalamos al tratar de los decretos divinos en general, es un pobre fruto híbrido. Se queda a medio camino ; se enfrenta con todas las dificultades, reales o imaginarias, que acompañan a la doctrina de la predeterminación completa de todo lo que sucede por parte de Dios, y también se ve rodeada de dificultades propias.

Pero ya es hora de que volvamos a la Biblia. La Biblia se expresa con absoluta claridad en cuanto a todo este problema. Se opone en forma radical a las dos formas de la teoría que acabamos de exponer. Es por completo opuesta a la idea de que Dios no sabe qué va a decidir el hombre, y también se opone a la idea de que Dios no preordena lo que conoce de antemano. Frente a tales ideas, nos dice en la forma más clara que se pueda imaginar, no sólo el consejo de su voluntad sino también en concreto que ha predeterminado la salvación de algunos y la perdición de otros.

Esto lo hallamos en realidad incluso en el Antiguo Testamento. Nada podría repugnar más a la revelación del Antiguo Testamento acerca de Dios que esta idea de que las decisiones del hombre constituyen una especie de excepción a la soberanía de Dios. Si hay algo que parezca más claro que lo demás en el Antiguo Testamento es que Dios es el Señor absoluto del corazón del hombre. Puede cambiar el corazón; puede cambiar el corazón viejo por uno nuevo. Esto no es más que una forma de decir que las acciones que nacen del corazón del hombre no quedan fuera del plan de Dios sino que constituyen una parte integral del mismo. Dios, según el Antiguo Testamento, es Rey, y lo es con una soberanía absoluta que no admite excepciones ni restricciones de ninguna clase.

En ejercicio de dicha soberanía absoluta, según la Biblia, Dios escogió a Israel. Su elección de Israel no se debió a méritos ni virtudes que Israel poseyera. El Antiguo Testamento reitera este gran pensamiento. No, se debió a la gracia misteriosa de Dios. Israel fue el pueblo de Dios, no porque hubiera decidido ser el pueblo de Dios sino porque fue predestinado a ser el pueblo de Dios. El que no capta esto no ha captado la médula y meollo de la revelación del Antiguo Testamento.

Pero cuando pasamos al Nuevo Testamento lo que ya aparecía claro en el Antiguo se vuel¬ve todavía más evidente y maravilloso. Si los hombres se salvan, según el Nuevo Testamento, se salvan por la predeterminación misteriosa de Dios.

Sólo puedo mencionar unos pocos pasajes en los que se enseña esto.

Se encuentra en la enseñanza de nuestro Señor que nos refieren los Evangelios Sinópticos. Cuando Jesús ofreció la salvación, algunos la aceptaron y otros la rechazaron. ¿Por qué? ¿Sólo porque así lo decidieron independientemente del decreto de Dios? Jesús mismo dio la respuesta. «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.»  «Porque así te agradó»  … esta es, según Jesús, la razón definitiva de por qué algunos recibieron un conocimiento salvífico de Dios y otros no.

Se halla con claridad especial en la enseñanza de nuestro Señor que se refiere en el Evangelio de Juan «No ruego por el mundo,» dice Jesús, «sino por los que me diste.»  «Tuyos eran», dice Jesús un poco antes, «y me los diste, y han guardado lo palabra.»  No veo cómo se podría enseñar la predestinación con más claridad que en el conjunto de la oración sacerdotal de Jesús en el capítulo diecisiete de Juan. Un pensamiento básico   podría taxi decir que el pensamiento básico del mismo   es que la predestinación precede a la fe. Los discípulos pertenecían a Dios   es decir, a su plan eterno   antes de creer; no llegaron a pertenecer a Dios porque creyeron, sino que pudieron creer porque ya pertenecían a Dios y porque en cumplimiento de su plan Dios los llamó a sí.

La misma doctrina se enseña en el libro de Hechos. Este es el libro, recuérdese, que contiene la famosa respuesta del carcelero en Filipos. «¿Qué debo hacer para ser salvo?» preguntó el carcelero. «free en el Señor Jesucristo, y serás salvo,» respondió Pablo.  La salvación se ofrece, pues, con la única condición de creer en Jesucristo. Pero ¿cómo se explica, según la Biblia, que algunos crean y otros no? El libro ofrece la respuesta en la forma más clara posible. A1 hablar de la predicación de Pablo y Bernabé en Antioquia de Pisidia, dice que algunos gentiles que los oyeron creyeron. Bien. ¿qué gentiles que los oyeron creyeron? ¿Creyeron los que por voluntad propia decidieron creer? En absoluto. No, se nos dice expresamente algo por complete diferente. ¿Qué dice el libro referente a esto? Citaré las palabras exactas. «Creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.»  No veo cómo sea posible proponer la doctrina de la predestinación en forma más clara y con menos palabras que en este texto. Sólo Creen en Cristo los que de antemano han sido determinados a ello en los consejos de Dios. No están predestinados porque Creen, sino que pueden creer porque están predestinados.

En las Cartas de Pablo, la gran doctrina de la predestinación se enseña repetidas veces. De hecho, no sería exagerado decir que constituye la base de todo lo que Pablo enseña. El apóstol se preocupa, además de aclarar cualquier posible inconsecuencia que sus lectores tengan respecto a esta gran doctrina; con una lógica absolutamente intrépida acorrala nuestro orgullo humane y lo enfrenta con el hecho definitivo de la voluntad misteriosa de Dios.

«Pues no habían aún nacido,» dice de Jacob y Esaú, «ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama, se le dijo: El mayor servirá al menor. Come está escrito : A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.»  ¿Cómo se podría decir en forma más clara que en este pasaje que la predestinación de Jacob a la salvación y la de Esaú al repudio no se debió a nada que ellos hicieran o que se hubiera previsto   ni siquiera a la fe prevista de uno y la incredulidad y desobediencia previstas del otro  sino a la elección misteriosa de Dios?

Entonces el apóstol se enfrenta a una objeción. Se trata de una objeción que se sigue presentando en el siglo veinte contra esta gran doctrina de la predestinación. ¿Acaso esta doctrina no hace de Dios un ser injusto y parcial?

Cómo resuelve esta dificultad el apóstol? ¿La resuelve según la forma habitual moderna de a-abandonar la posición contra la que se presenta la dificultad? ¿Elimina la doctrina de la predestinación diciendo que lo que quería decir era que la predestinación era condicionada, dependiente de las elecciones futuras del hombre o de algo parecido?

De ninguna manera. No hace nada de esto ; no abandona su posición ni en un centímetro ; no elimina la doctrina. Por el contrario, vuelve a recurrir en apoyo de la doctrina, al puro misterio de la voluntad soberana de Dios.

«¿Qué, pues diremos? ¿Que hay injusticia en Dios?» según afirma «En ninguna manera,» dice Pablo en respuesta a la misma.

Pues a Moisés dice : Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que come, sino de Dios que time misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo lo he levantado, para mostrar en tí mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, time misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás : ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó : ¿Por qué me has hecho así? ¿0 no time protestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?

No veo cómo la doctrina de la predestinación podría proclamarse con más claridad que en este pasaje. Pero lo que hay que notar en especial es que este pasaje no es algo aislado y único en las Cartas de Pablo ni en la Biblia. Por el contrario, sólo formula en una forma algo más explícita que de costumbre lo que se presupone en todas panes. En realidad viene casi a ser el meollo de lo que Dios nos ha revelado en su Palabra.

Todos los hombres merecen la ira y maldición de Dios, algunos, no más merecedores del favor de Dios que los demás, salvados por la misteriosa gracia de Dios   estas cocas constituyen en realidad la entraña de la Biblia. Confundirlas en favor del mérito a orgullo humano, y el resultado es que se substituye la Palabra de Dios por la sabiduría del hombre.

En la siguiente exposición deseo aclarar ciertos malentendidos de la gran doctrina de la predestinación. Deseo decides unas pocas palabras acerca de ciertas cosas que la doctrina de la predestinación no quiere decir. No quiere decir que la elección de algunos hombres por parte de Dios para salvación sea arbitraria y sin razón buena y suficiente  por misteriosa que dicha razón sea. No quiere decir que Dios se complazca en la muerte del pecador; no quiere decir que la puerta de la salvación esté cerrada para todo el que quiera entrar, no quiere decir que el hombre vive desesperado por pensar que la gracia de Dios no le vaya a ser concedida. El horror con que a menudo se contempla esta gran doctrina de la Biblia se debe a lamentables malentendidos respecto a su significado.

Pero lo que deseo pedirles que hagan ahora es que tomen la Biblia y lean por sí mismos lo que dice. Si lo hacen, creo que se convencerán de que la doctrina de la predestinación, tan desagradable para el orgullo humano, es en realidad el único fundamento sólido de esperanza para este mundo y para el venidera. Poca esperanza tenemos, amigos míos, si nuestra salvación depende de nosotros mismos ; pero la salvación de la que habla la Biblia se base en el consejo eterno de Dios. En la realización poderosa del plan eterno de Dios no caben fisuras. «A los que predestinó,» dice la Biblia, «a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.»  «A los que amen a Dios, todas las cosas les ayudan a bien»   qué poco consoladores serían estas palabras si se detuvieran aquí   si se nos hubiera dicho tan sólo que todas las cosas ayudan a bien a los que amen a Dios, y luego se nos hubiera dejado que prendiéramos por nosotros mismos la llama de ese amor de Dios en nuestros corazones fríos y moribundos. Pero, gracias a Dios, el versículo no concluye ahí. El versículo no se limita a decir : «A los que amen a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.» No, dice : «A los que amen a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.»  Ahí, amigos míos, está el verdadero fundamento de nuestro consuelo   no en nuestro amor, no en nuestra fe, no en nada de lo que hay en nosotros, sino en ese consejo misterioso y eterno de Dios del que procede toda fe, todo amor, todo lo que tenemos y somos y podemos ser en este mundo y en el mundo venidero.

Extracto del libro: «el hombre» de J. Gresham Machen

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