​Sin la inerrancia de las Escrituras, la teología entra en el páramo de la especulación humana. La iglesia, que necesita de una Palabra de Dios firme, flaqueará. Sin una Revelación inerrante, la teología no sólo está a la deriva, sino que carece de sentido.

​A la crítica bíblica moderna se le suele adjudicar el papel de haber derrumbado la vieja postura de la inerrancia. Se sostiene que la inerrancia era una opción posible cuando los hombres y mujeres conocían muy poco sobre los textos bíblicos y sobre la historia bíblica. Pero los descubrimientos modernos han cambiado la situación. Hoy sabemos que la Biblia tiene errores, así se nos dice, y por lo tanto el derrumbe de la infalibilidad es «fait accompli».

Por ejemplo, Cirenio, «no era estrictamente» el gobernador de Siria durante el tiempo del nacimiento de Cristo (Lc. 2:2). Moisés «no escribió» el Pentateuco. Un académico escribió que «el desarrollo científico del siglo pasado ha vuelto insostenible el concepto de la Biblia como el libro verbalmente inspirado al que podemos recurrir con absoluta certeza para la guía infalible en todas las cuestiones de fe y de conducta»

Pero, ¿la crítica moderna nos impone cambiar radicalmente nuestro concepto de las Escrituras? Comienzan a surgir las dudas cuando tomamos conciencia que muchos de estos supuestos errores de la Biblia no son descubrimientos recientes debido a la crítica científica, sino dificultades conocidas por los estudiosos bíblicos desde hace siglos.

Orígenes, Agustín, Lutero, Calvino y muchísimos otros eran conscientes de estos problemas. Sabían que los distintos períodos bíblicos son relatados de forma distinta por los diferentes autores. (Por ejemplo, en Génesis 15:13 se nos dice que la duración de la esclavitud de Israel en Egipto fue de cuatrocientos años, mientras que según Éxodo 12:41, fue de cuatrocientos treinta años.)

Sabían que algunos detalles en los relatos paralelos a veces discrepaban (como en el número de ángeles en el sepulcro de Cristo después de su resurrección). Pero entendían que estos eran sólo el resultado de los distintos enfoques de los autores o de un intento específico al escribirlos. No se sentían obligados a tirar por la borda el concepto que tenían de las Escrituras por causa de estos aspectos. El problema verdadero con la inerrancia va más allá de la información producida por la crítica científica, se remonta a la filosofía que sustenta la crítica moderna.

Esa filosofía es el naturalismo. La perspectiva mundana niega lo sobrenatural, o busca colocarlo fuera de la investigación científica. Lo sobrenatural, por lo tanto, no tiene ninguna relación directa con las palabras específicas del texto bíblico. Para usar el término de Francis Schaeffer, es una realidad de «estrato superior», más allá de toda prueba o confirmación.

Así escribe Pinnock: La crítica negativa es la herramienta de la nueva teología. No se la utiliza ahora para aclarar de forma rápida las características de las enseñanzas bíblicas que pueden estar sujetas a objeción. Más bien sirve para desacreditar toda la noción que existe en el corazón del cristianismo: que hay un cuerpo de información Revelada, normativo para la teología cristiana.

En el interés moderno de la hermenéutica no vemos resurgir la preocupación por tomar la verdad de la Escritura seriamente, sino sólo un intento para usar la Biblia de una manera nueva, no literal, y existencial. Un ejemplo supremo de esto es la teología de Rudolf Bultmann, quien escribe volúmenes de exposición teológica pero que niega que la revelación cristiana posea algún tipo de contenido proposicional.

Si este es el meollo de todo el debate sobre la inerrancia, entonces, es obvio que el debate es más serio que si sólo se tratara de la posibilidad de demostrar que existen unos pocos errores insignificantes en las Escrituras. Lo que está realmente en juego es todo el tema de la Revelación.

¿Puede Dios revelarse a la humanidad? Y para ser más específicos, ¿puede revelarse a través del lenguaje, que se vuelve normativo para la fe y la acción cristiana?

Con la Biblia inerrante estas cosas son posibles. Sin la inerrancia, la teología entra en el páramo de la especulación humana. La iglesia, que necesita de una Palabra de Dios firme, flaqueará. Sin una Revelación inerrante, la teología no sólo está a la deriva, sino que carece de sentido. Si repudia su derecho para hablar de las Escrituras en base a la propia Escritura, desiste también de su derecho para hablar sobre cualquier otro tema.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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