En BOLETÍN SEMANAL

En toda la especie humana se ve que la razón es propia de nuestra naturaleza, la cual nos distingue de los animales brutos, como ellos también se diferencian por los sentidos de las cosas inanimadas Porque el que algunos nazcan locos o estúpidos no suprime la gracia universal de Dios; antes bien, tal espectáculo debe incitarnos a atribuir lo que tenemos de más a una gran liberalidad de Dios. Porque si Él no nos hubiera preservado, la caída de Adán hubiera destruido todo cuanto nos había sido dado.

En cuanto a que unos tienen el entendimiento más vivo, otros mejor, juicio, o mayor rapidez para aprender algún arte, con esta variedad Dios nos da a conocer su gracia, para que ninguno se atribuya nada como cosa propia, pues todo proviene de la mera liberalidad de Dios. Pues ¿por qué uno es más excelente que otro, sino para que la gracia especial de Dios tenga preeminencia en la naturaleza común, dando a entender que al dejar a algunos atrás, no está obligada a ninguno? Más aún, Dios inspira actividades particulares a cada uno, conforme a su vocación. De esto vemos numerosos ejemplos en el libro de los Jueces, en el cual se dice que el Señor revistió de su Espíritu a los que Él llamaba para regir a su pueblo (Jue 6:34). En resumen, en todas las cosas importantes hay algún impulso particular. Por esta causa muchos hombres valientes, cuyo corazón Dios había tocado, siguieron a Saúl. Y cuando le comunican que Dios quería ungirlo rey, Samuel le dice: «El Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder… y serás mudado en otro hombre» (1Sm. 10:6). Esto se extiende a todo el tiempo de su reinado, como se dice luego de David que «desde aquel día en adelante (el de su unción) el Espíritu de Jehová vino sobre David» (1 Sam. 16:13).

Y lo mismo se ve en otro lugar respecto a estos impulsos particulares. Incluso Homero dice que los hombres tienen ingenio, no solamente según se lo dio Júpiter a cada uno, sino también según como le guía cada día’. Y la experiencia nos enseña, cuando los más ingeniosos se hallan muchas veces perplejos, que los entendimientos humanos están en manos de Dios, el cual los rige en cada momento. Por esto se dice que Dios quita el entendimiento a los prudentes, para hacerlos andar descaminados por lugares desiertos (Sal. 107:40). Sin embargo, no dejamos de ver en esta diversidad las huellas que aún quedan de la imagen de Dios, las cuales diferencian al género humano de todas las demás criaturas.

Las cosas celestiales:
Por nosotros mismos no podemos conocer al verdadero Dios Queda ahora por aclarar qué es lo que puede hacer la razón humana en lo que respecta al Reino de Dios, y la capacidad que posee para comprender la sabiduría celestial, que consiste en tres cosas:

1) en conocer a Dios;
2) su voluntad paternal, y su favor por nosotros, en el cual se apoya nuestra salvación;
3) cómo debemos regular nuestra vida conforme a las disposiciones de su ley.

No podemos por nosotros mismos conocer al verdadero Dios. Respecto a los dos primeros puntos y especialmente al segundo, los hombres más inteligentes son tan ciegos como los topos. No niego que muchas veces se encuentran en los libros de los filósofos sentencias admirables y muy atinadas respecto a Dios, pero siempre se ven en ellas confusas imaginaciones. Ciertamente Dios les ha dado un cierto gusto de Su divinidad, a fin de que no pretendiesen ignorancia para excusar su impiedad, y a veces les ha forzado a decir sentencias tales, que pudieran convencerles; pero las vieron de tal manera, que no pudieron encaminarse a la verdad, ¡y cuánto menos alcanzarla!

Podemos aclarar esto con ejemplos. Cuando hay tormenta, si un hombre se encuentra de noche en medio del campo, con el relámpago verá un buen trecho de espacio a su alrededor, pero no será más que por un instante y tan de repente, que, antes de que pueda moverse, ya está otra vez rodeado por la oscuridad de la noche, de modo que aquella repentina claridad no le sirve para andar por el camino recto.

Además, aquellas gotitas de verdad que los filósofos vertieron en sus libros ¡con cuántas horribles mentiras no están mezcladas! Y finalmente, la certeza de la buena voluntad de Dios hacia nosotros -sin la cual por necesidad el entendimiento del hombre se llena de confusión – ni siquiera les pasó por el pensamiento. Y así, nunca pudieron acercarse a esta verdad ni encaminarse a ella, ni tomarla por blanco, para poder conocer quién es el verdadero Dios y qué es lo que pide de nosotros.

Testimonio de la Escritura:
Pero como, embriagados por una falsa presunción, se nos hace muy difícil creer que nuestra razón sea tan ciega e ignorante para entender las cosas divinas, me parece mejor probar esto con el testimonio de la Escritura, que con argumentos.

Admirablemente lo expone san Juan cuando dice que desde el principio la vida estuvo en Dios, y aquella vida era la luz de los hombres, y que la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron (Jn. 1:4-5). Con estas palabras nos da a entender que el alma del hombre tiene en cierta manera algo de luz divina, de suerte que jamás está sin algún destello de ella; pero que con eso no puede comprender a Dios. ¿Por qué es esto? Porque toda su sagacidad sobre el conocimiento de Dios no es más que pura oscuridad. Pues al llamar el Espíritu Santo a los hombres «tinieblas», los despoja por completo de la facultad del conocimiento espiritual. Por esto afirma que los fieles que reciben a Cristo «no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Jn. 1:13). Como si dijese que la carne no es capaz de tan alta sabiduría como es comprender a Dios y lo que a Dios pertenece, sin ser iluminada por el Espíritu de Dios. Como el mismo Jesucristo atestiguó a san Pedro que se debía a una revelación especial del Padre, que él le hubiese conocido (Mt. 16,17).


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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