En BOLETÍN SEMANAL

“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. —Gálatas 3:28

La mujer fue la última gracia de la Creación. La mujer fue la plenitud de la bendición del hombre en el paraíso. La mujer fue la causa del pecado y de la muerte para nuestro mundo. Pero el mundo fue redimido por la simiente de la mujer. La mujer es la madre de la raza humana. Ella es nuestra compañera, consejera y consuelo durante nuestro peregrinaje en la vida o es nuestra tentación, castigo y destrucción. La copa más dulce de felicidad terrestre o nuestro más amargo cáliz de dolor son mezclados y administrados por su mano. Ella, no sólo hace liso o áspero nuestro camino al sepulcro, sino que ayuda o impide nuestro progreso a la inmortalidad. En el cielo bendeciremos a Dios por su ayuda para alcanzar ese estado bienaventurado o, entre los tormentos de indecible aflicción en el otro mundo, lamentaremos lo fatal de su influencia…

Mi tema es la fe cristiana; mi objeto es el alma; mi propósito es la salvación. Os veo, mis amigas mujeres, como destinadas para el otro mundo; y mi empeño es ayudar y estimularos por la paciente perseverancia en el bien hacer a buscar gloria, honra e inmortalidad y obtener la vida eterna. Miro más allá de la maquillada y vulgar escena de las vanidades pasajeras terrenales hacia las edades sin fin en las que tendréis que vivir bajo el tormento o la salvación y, con la ayuda de Dios, no será mi culpa si vosotras no vivís bajo el consuelo divino, morís en paz y heredáis la salvación.

Primeramente, nuestra atención debe dirigirse, por supuesto, a la condición del sexo más allá de los límites de la cristiandad… En algunos países, [la mujer] ni siquiera es considerada como un agente moral y responsable; está tan solícitamente activa en su propia degradación que consiente en el asesinato de su descendencia femenina; queda excluida desde la infancia; sin educación; casada sin su consentimiento; en multitud de ocasiones es vendida por sus padres; excluida de la confianza de su marido y expulsada de su mesa; en la muerte de éste, es condenada a la pira funeraria o al desprecio que hace que la vida sea una carga… Algunas veces adorada como una diosa, otras tratada como un juguete y entonces castigada como una víctima, ella nunca puede alcanzar la dignidad e, incluso con todos sus más brillantes encantos, rara vez puede aparecer de otra manera que como una muñeca o una marioneta.

Consideremos lo que hay en el cristianismo que hace elevar y mejorar la condición de la mujer… Del cristianismo, la mujer ha recibido su influencia moral y social, casi su misma existencia como ser social. El cristianismo ha desarrollado la mente de la mujer, la cual muchos filósofos, legisladores y sabios de la antigüedad condenaron a la inferioridad y a la imbecilidad. El evangelio de Cristo, en la persona de su Divino Fundador, ha descendido hasta esta despreciada mina, la cual aun los hombres sabios, han visto como sin valor y han educado muchas gemas sin precio, iluminándolas con la luz de la inteligencia y haciéndolas resplandecer con los amorosos tintes de las gracias cristianas. El cristianismo ha sido el restaurador de los derechos robados de la mujer y le ha provisto de las más brillantes joyas en su actual corona de honra.

A su anterior degradación se debe, al menos en parte, la inestabilidad de la civilización antigua. Es imposible que la sociedad se eleve permanentemente allí donde la condición de la mujer es rebajada y servil. Allí donde las mujeres son vistas como seres inferiores, la sociedad contiene en sí misma los elementos de la disolución y la obstrucción para toda mejora sólida. Es imposible que las instituciones y usos que se oponen a los instintos de nuestra naturaleza y los reprimen, violando la Ley revelada de Dios, puedan ser finalmente coronados con el éxito. La sociedad puede cambiar en su aspecto externo; puede exhibir la purpurina de la abundancia, los refinamientos del gusto, los embellecimientos del arte o los más valiosos logros de la ciencia y de la literatura. Pero si la mente de la mujer permanece sin desarrollarse, sus gustos sin cultivar y su persona esclavizada, los fundamentos sociales son inseguros y el cemento de la sociedad es débil. Allí donde se entiende y se siente el cristianismo, la mujer es libre. El Evangelio, como un ángel bondadoso, abre las puertas de su prisión y la llama para que salga fuera y goce de la luz de la razón y respire el vigoroso aire de la libertad intelectual. Y en la medida en la que el cristianismo puro prevalezca, así será siempre… El cristianismo eleva la condición de la mujer por su naturaleza como sistema de equidad y benevolencia universal.

Cuando descendió del cielo a la tierra, fue anunciado en nuestro mundo por la canción del ángel: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc. 2:14). Siendo Hijo del amor infinito, participa del Espíritu de su Padre divino y refleja su carácter. Es esencial e inalterablemente, el enemigo de toda injusticia, crueldad y opresión, y el amigo de todo lo que es justo, amable y bien educado. Lo rudo, lo brutal y lo feroz son ajenos a su Espíritu, mientras que lo suave y lo cortés están completamente en armonía con su naturaleza. Frunce el ceño con rostro indignado contra la tiranía, ya sea en el palacio o en las habitaciones interiores, al tiempo que es amigo de la libertad y el patrón del derecho. El hombre que entiende su naturaleza y vive bajo su inspiración, ya sea monarca, maestro, marido o padre, debe ser un hombre de equidad y amor. El cristianismo inspira su espíritu caballeresco, un espíritu caballeresco separado de la vanidad, purificado de la pasión, elevado sobre la frivolidad; un espíritu caballeresco cuyo principio vivificante es el amor a Dios y el escenario de su operación, el círculo doméstico y no la procesión pública. Aquel que es injusto o desagradable para con el otro, especialmente para con el sexo femenino, muestra una total ignorancia de la influencia práctica del evangelio de Cristo o una manifiesta repugnancia a la misma…

La conducta personal de nuestro Señor durante su estancia en la tierra tendía a exaltar al sexo femenino a una consideración que nunca antes se había conocido. Seguidlo a través de toda su carrera terrenal y fijaos en la atención que Él bondadosamente dio al sexo femenino y que recibió de él. Él las admitió en su presencia, habló familiarmente con ellas y aceptó las señales de su gratitud, afecto y devoción. Vedlo acompañando a su madre a las bodas de Caná en Galilea. Vedlo conversando con la mujer samaritana, instruyendo su ignorancia, soportando su rudeza, corrigiendo sus errores, despertando su conciencia, convirtiendo su alma y, posteriormente, empleándola como mensajera de misericordia y salvación a sus vecinos… El trato que Cristo dio a la mujer la elevó de su degradación sin exaltarla por encima del nivel que le corresponde. La rescató de su opresión sin excitar su vanidad y la invistió de dignidad sin darle ocasión al orgullo. Al mismo tiempo que le permitió, no sólo venir ante su presencia, sino también ministrar para su bienestar, ganó su afecto agradecido y reverente y le inspiró también temor reverente. De esta manera, Él le enseñó al hombre cómo comportarse con la mujer y qué respuesta ella debe dar al hombre.

La conducta de Cristo hacia el sexo femenino fue una de las más atractivas excelencias de su bello carácter, aunque tal vez sea de las que hayan pasado más desapercibidas. Las mujeres deben verlo, no sólo como el Salvador de sus almas, sino también como el Abogado de sus derechos y el Guardián de su paz… La vigente abolición de la poligamia por el cristianismo es una enorme mejora de la condición de la mujer. Allí donde prevalece la poligamia, el sexo femenino queda en un estado de degradación y miseria. La experiencia nos ha mostrado, abundante y dolorosamente, que la poligamia rebaja y brutaliza, tanto el cuerpo como el alma. Aquí pues, está la gloriosa excelencia del cristianismo: En que revivió y restableció la institución original del matrimonio y restauró la fortuna, la persona, el rango y la felicidad a la mujer, todo lo cual le fue robado por la poligamia. De esta manera, elevó al sexo femenino a la condición a la que había sido destinado por su sabio y benéfico Creador… la fuente de la prosperidad nacional procede del corazón de la familia y la constitución familiar es el molde en el que se vierte el carácter nacional. Y este molde debe necesariamente tomar su forma en la unidad, santidad e inviolabilidad del matrimonio.

El celo con el que el cristianismo guarda la santidad del vínculo matrimonial debe ser siempre visto como teniendo la más favorable influencia en la condición de la mujer. Si éste se relaja o debilita, en ese mismo momento la mujer pierde dignidad, pureza y felicidad. Ha habido naciones en las que la facilidad para divorciarse sustituyó a la poligamia y, por supuesto, fue acompañada con algunos de sus vicios y muchas de sus miserias también… ¡Con qué devota y reverencial gratitud debería ella volverse al Maestro divino, quien interpuso su autoridad para fortalecer el vínculo matrimonial y guardarlo de ser dañado a causa de la pasión ilícita o los dictados del temperamento o del capricho! ¡Cómo debería regocijarse de oírlo decir: “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (Mt. 19:9)!

Puedo, seguramente, mencionar la igual participación en la bendición religiosa a la que las mujeres son admitidas por la fe cristiana. El Apóstol declara explícita y firmemente que a las mujeres les corresponden todas las bendiciones obtenidas por Cristo para la raza humana, cuando dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28). Ésta es el acta que concede a la mujer todas las bendiciones de la salvación… No hay bendición necesaria para la vida eterna que ella no reciba en la misma medida y de la misma manera que el otro sexo… El cristianismo sitúa a la mujer al lado del marido, la hija al lado del padre, la hermana al lado del hermano y la doncella al lado de la señora en el altar familiar, en las reuniones de la Iglesia, en la Mesa del Señor y en la congregación del santuario…

Hombre y mujer se encuentran juntos en la cruz y se encontrarán en las regiones de gloria. ¿Puede haber algo de una manera más efectiva a levantar y mantener la condición de la mujer que esto? Dios en todas sus ordenanzas, Cristo en sus actos y el Espíritu Santo en su obra de gracia dieron a la mujer su apropiado lugar en el mundo al darle un apropiado lugar en la Iglesia. Es ella quien con particular vehemencia ha de decir: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó… juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:4, 6).

Pero el golpe final que el cristianismo da para elevar la condición de la mujer es invitarla a usar sus energías e influencia para promover la extensión de la fe cristiana en el mundo y para que, de esta manera, cumplir a través de ella, así como de los hombres, los grandes propósitos de Dios en la redención del mundo por la misión de su Hijo… De esta manera, el cristianismo ha dado cumplimiento a su naturaleza y preceptos en la real elevación del carácter de la mujer allí donde ha ido… Miremos como miremos el cristianismo, lo contemplemos en sus manifestaciones para el otro mundo o para éste, en sus relaciones para con Dios o para con la sociedad, en sus sublimes doctrinas o su pura moralidad, vemos una forma de inimitable belleza capaz de cautivar todo corazón, excepto aquel que está endurecido por la falsa filosofía, infidelidad manifiesta o crasa inmoralidad. Pero nunca aparecerá más atento que en su relación con la mujer.

¡Con qué equidad mantiene el equilibrio entre los sexos! ¡Con qué amabilidad levanta su escudo ante el vaso más débil! ¡Con qué sabiduría mantiene el rango y derechos de aquellas, cuya influencia es tan importante para la sociedad y, sin embargo, limita sus derechos para que no sean llevadas tan lejos que, al final, frustren su fin!… La virtud, dignidad, honor y felicidad de la mujer en ningún lugar están a salvo, sino bajo la protección de la Palabra de Dios. La Biblia es el escudo del sexo femenino, quien bajo su protección está seguro en sus derechos, su dignidad y su paz. La Biblia es su viña y su higuera, bajo la cual, en paz y reposo, ellas pueden gozar de su sombra y disfrutar de su fruto. La Biblia protege su pureza de mancha y su paz de perturbación… ¡Mujer! Mira a tu Salvador para el mundo futuro como tu emancipador en el presente. Ama la Biblia como el acta de tu libertad y el guardián de tu felicidad. Y considera la Iglesia de Cristo como tu refugio de los males de la opresión y los artificios de la seducción.

Tomado de Female Piety (La piedad femenina), reimpreso por Soli Deo Gloria, una división de Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org.

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John Angell James (1785-1859): Predicador y autor congregacionalista inglés; predicó y escribió a la gente corriente de todas las edades y de todo tipo de condición en la vida; fue tenido en alta estima, aun siendo un hombre humilde y sin pretensiones que dijo: “Mi propósito es ayudar al cristiano a practicar la verdad de la Escritura”. Autor de Female Piety (La piedad femenina), A Help to Domestic Happiness (Una ayuda para la felicidad familiar), An Earnest Ministry (Un ministerio sincero) y muchos otros.

La mujer virtuosa es corona de su marido; mas la mala, como carcoma en sus huesos.

                                                                                        — Proverbios 12:4

Los hombres idolatran a las mujeres de una forma lamentable y esto las hace vanas y orgullosas de su belleza, y más celosas de que su rostro se deforme que de su alma. Pero, ¿qué es la carne y la sangre, sino una mezcla de tierra y agua? ¿Qué es la belleza, sino una apariencia superficial, una flor condenada por un millar de accidentes? ¿Qué pronto desaparecen los colores y el encanto del rostro? ¡Con cuánta frecuencia delatan aquellos pecados que se castigan notablemente con la deformidad y la podredumbre más sucias! Las más hermosas no son menos mortales que las demás; pronto serán presa de la muerte y pasto de los gusanos. ¿Puede un juguete que tan pronto se deteriora inspirarles orgullo?   — William Bates

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