En BOLETÍN SEMANAL

Se ve claro en qué sentido el Apóstol ha dicho que los judíos han sido conducidos a Cristo mediante la doctrina de principiantes que enseña la Ley (Gál.3:24), antes de que fuera manifestado en carne. Y confiesa también que fueron hijos y herederos de Dios; pero por ser aún niños, dice que estaban bajo tutela (Gál.4:1 y ss.). Pues era conveniente que, no habiendo salido aún el Sol de justicia, no hubiese tanta claridad de revelación, ni tan perfecta inteligencia de cosas. El Señor, pues, dispensó la luz de su Palabra, pero de forma tal que sólo se la veía de lejos y entre sombras.

Por esto san Pablo, queriendo designar esta debilidad de entendimiento, ha usado el término “infancia», diciendo que el Señor quiso instituirlos en aquella edad mediante ceremonias y observancias a modo de primeros principios y rudimentos convenientes para aquella edad, hasta que Jesucristo se manifestase; mediante el cual el conocimiento de los fieles crecería de día en día, de tal manera que dejaran ya de ser niños.

El mismo Jesucristo notó esta distinción cuando dijo que «todos los Profetas y la Ley profetizaron hasta Juan» (Mt. 11:13); pero que desde entonces se anunciaba el Reino de Dios. ¿Qué enseñaron la Ley y los Profetas a los que vivieron en su tiempo? Daban un cierto grado de la sabiduría que andando el tiempo se manifestaría por completo, y la mostraban desde lejos; mas cuando Cristo pudo ser manifiesto, entonces quedó abierto el Reino de Dios; porque en Él «están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col.2:3), para subir casi a lo más alto del cielo.

      La edad de la infancia precede a la edad adulta

Y no prueba nada en contra de esto el que con gran dificultad se encuentra entre los cristianos uno que pueda ser comparado con Abraham en la firmeza de la fe. E igualmente que los profetas tuvieran un don tan excelso de inteligencia que aun hoy basta para iluminar e ilumina a todo el mundo. Porque no consideramos aquí las gracias que el Señor ha dispensado a algunos, sino la economía que ha seguido para enseñar a los fieles, la cual aparece incluso en aquellos profetas que fueron dotados de un don tan singular y extraordinario de inteligencia. Pues su predicación es oscura, como de cosas lejanas, y está velada por figuras.

Además, por admirable que fuera la inteligencia que ellos poseían, tenían que someterse a la común pedagogía del pueblo, y son también contados en el número de los niños, igual que los demás. Finalmente, nunca poseyó ninguno de ellos tanta perspicacia, que de algún modo no se perciba la oscuridad que reinaba. Por esto decía Cristo: «Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron»; y así: «Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen”  (Lc.10:24; Mt. 13:17). Ciertamente era muy justo que la presencia de Cristo tuviese la prerrogativa de traer consigo una manifestación mucho más clara de los misterios celestiales, de la que antes había existido. A lo cual viene también lo que ya hemos citado de san Pedro: «A éstos se les reveló que no para si mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas» (1 Ped. 1:12).

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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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