​​  ¿El Espíritu Santo es una persona real cuya obra es salvarnos y santificarnos o se trata de un poder que debemos usar en nuestro beneficio? Si pensamos en el Espíritu Santo como siendo un poder misterioso, nuestros pensamientos serán: "¿Cómo puedo tener más del Espíritu Santo?" Si pensamos en el Espíritu Santo como siendo una persona, preguntaremos: "¿Cómo puede el Espíritu Santo tener más de mí?"

 Reuben A. Torrey lo señala con toda claridad:
El concepto del Espíritu Santo como una influencia o un poder divino del que nos tenemos que apropiar y utilizar, conduce a la exaltación del propio individuo y a la autosuficiencia. Quien piense así sobre el Espíritu Santo y quien al mismo tiempo crea haber recibido el Espíritu Santo estará inevitablemente lleno de orgullo espiritual y caminará de aquí para allá como si perteneciera a una orden superior de cristianos. Con frecuencia escuchamos a esas personas decir: «Yo soy un hombre del Espíritu Santo» o «Yo soy una mujer del Espíritu Santo».

Sin embargo, cuando comprendemos que el Espíritu Santo es una persona divina con una majestad, una gloria, una santidad y un poder infinitos, quien ha condescendido a acercarse a nuestros corazones para habitar allí y tomar posesión de nuestras vidas y utilizarlas, esto nos humillará y nos hará permanecer humillados. No se me ocurre otro pensamiento más humillante y más sobrecogedor que el pensar que una Persona llena de gloria y majestad Divina more en mi corazón y esté dispuesta a utilizarme.

Esta diferencia de enfoque está ilustrada en las páginas del Nuevo Testamento. Por un lado, tenemos el caso de Simón el mago cuyo relato aparece narrado en Hechos 8:9-24. Simón era un ciudadano de Samaria, donde Felipe, uno de los primeros diáconos, había estado predicando el evangelio. Aparentemente, Simón había creído en Cristo y era salvo, ya que el relato nos dice: «También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe» (vs. 13). Simón, sin embargo, sabía muy poco sobre el cristianismo. Por eso, cuando vio los milagros que se hacían estaba atónito, y cayó en el error de creer que el Espíritu Santo era un poder que podía ser comprado. Más tarde, cuando Pedro y Juan vinieron a Samaria para evaluar la tarea que se estaba desarrollando, y ya habían sido utilizados por Dios para impartir el Espíritu a otros, Simón les ofreció dinero a los discípulos para que ellos le dieran «ese poder» (vs. 19). Pedro le respondió: «Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú ni parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón» (vs. 20-22).

El ejemplo opuesto lo encontramos en el comienzo de la labor misionera, con Pablo y Bernabé. En ese caso se nos dice que: «Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado» (Hec. 13:2). En el primer ejemplo, una persona quería tomar y usar a Dios. En el segundo ejemplo, es Dios quien toma y usa a dos personas.

 Pero, alguien podría preguntarse, ¿no hay pasajes y hasta secciones enteras de la Biblia donde la personalidad diferenciada del Espíritu Santo no es evidente? Este es el caso del Antiguo Testamento, donde con frecuencia se habla del Espíritu de Dios, como en el segundo versículo del libro de Génesis «Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» o con referencia a algunas personas, de quien se nos dice que «el Espíritu de Jehová [Dios] vino sobre ellos» (Jue. 6:34; 2 Cr. 24:20). Se puede decir que estos versículos son las primeras indicaciones sobre la doctrina de la personalidad diferenciada del Espíritu Santo, y por lo tanto también de la Trinidad. 


Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice


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