​ La historia nos da innumerables ejemplos de vidas preservadas por la misericordia de Dios. La mayoría de nosotros podríamos hablar de tales providencias en nuestra propia experiencia. Considera lo que le debes a la providencia por haberte protegido hasta el día de hoy. Piensa en como todas las partes de tu cuerpo han sido protegidas de los daños, aún cuando fueron usados antes de tu conversión para cumplir propósitos pecaminosos.


La providencia nos guarda de la enfermedad y el peligro

Hay muchos peligros rondándonos en este mundo. En 2 Corintios 11:23-27, el apóstol Pablo nos dice cuántas veces estuvo en peligro y cercano a la muerte. La providencia nos mantiene vivos, aunque a menudo estemos enfermos. El ojo es una pequeña parte del cuerpo, pero hay muchas enfermedades que lo pueden afectar. No obstante el Creador nos ha dado varias defensas naturales, incluyendo el párpado para protegerlo. David oró: “Guárdame como la niña de tus ojos.” (Sal.17:8) Muchas personas que viajan en alta mar han visto las obras maravillosas de la providencia. El salmista habló de ellas en el Salmo 107:23-30. Aquellos que han pasado muchos años como marineros han estado en medio de grandes peligros y cercanos a la eternidad todos los días. Tienen motivos para alabar al Señor por su bondad y sus maravillosas obras para con los hombres. ¡Cuán grandes ha sido la misericordia y la paciencia divina para con ustedes! ¿Por qué ha obrado la providencia este tierno cuidado hacia usted? Con el fin de que usaras tu cuerpo en el servicio de Dios.  
 
La providencia de Dios nos ayuda a ser más santos

Se le dijo al pueblo de Dios que ellos deberían estar “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.” (Rom. 6:11) El Espíritu Santo quien vive en nosotros nos ha dado el deseo de mortificar el pecado en nuestros cuerpos, y nos ayuda para hacerlo. La sabiduría de Dios por medio de la providencia obra con el Espíritu para producir el mismo efecto.
Pablo se quejaba de “la ley del pecado que está en mis miembros” (Rom. 7:23), y cada creyente descubre tristemente que cada día es así. Pero el Espíritu en el creyente resiste estas tendencias pecaminosas desde dentro y la providencia obstaculiza nuestro camino por fuera para guardarnos del pecado. (Oseas 2:6 y 2 Cor.12:7) A menudo Dios deja que caigamos en problemas tales como la enfermedad o alguna otra cosa a fin de que veamos y sintamos el poder del pecado que mora en nosotros y seamos traídos nuevamente a Él. El salmista dijo: “Antes que fuera yo afligido, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra.” (Sal.119:67) Algunas veces los afectos del pueblo de Dios son puestos en las cosas buenas de este mundo. El corazón de Ezequías fue puesto en sus tesoros y después de mostrarlos orgullosamente a los hombres de Babilonia, el profeta Isaías le dijo que pronto se perderían. (Isa.39) El buen rey David amaba a su hermoso pero necio hijo Absalón con un amor demasiado grande. Dios usó la repentina y cruel muerte de Absalón para mostrarle a David su error. (2 Samuel capítulos 15-19) El pecado que todavía permanece en nosotros se manifiesta como orgullo. Cuando somos honrados, el orgullo de nuestros corazones crece de tal manera que un buen hombre ha dicho: “El que me alaba, me hiere.” También nuestros corazones pecaminosos nos dan grandes esperanzas de felicidad y contentamiento en las cosas de este mundo. Igual como Job decimos: “En mi nido moriré, y como arena multiplicaré mis días.” (Job 29:18) Cuán pronto tales esperanzas llegan a su fin repentinamente por la acción de la providencia divina. Los mejores hombres dependen de las cosas que les son dadas para su confort en lugar de depender de Dios mismo. Así los hijos de Israel dependieron de Egipto pero Dios hizo que Egipto les fallara y los hiriera. (Eze.29:6-8) A veces Dios permite que un miembro querido de nuestra familia muera. En esta manera, Dios vuelve el amor de nuestros corazones para que descansen solamente en Él.  Mis pensamientos sobre este punto son resumidos por David en el Salmo 144:3 “Oh Jehová, ¿Qué es el hombre para que en el pienses, o el hijo del hombre para que lo estimes?” Salomón pensó en la grandeza de Dios y dijo: “Los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerlo.” (2 Cron.2:6) El profeta Isaías declaró que: “Las naciones le son como la gota de agua que cae en el cubo, como menudo polvo en las balanzas le son estimadas… como nada son todas las naciones delante de El.” (Isa.40:15 y 17)

Cada hombre es tan pecaminoso y tan indigno, aún en su mejor condición, que su vida es un show vano y sus años son como nada ante los ojos de Dios. ¡Cuán maravilloso es, que este gran Dios piense en nosotros y obre a favor de nosotros en todas sus providencias! No nos necesita sino que es completamente feliz en Sí Mismo sin nosotros. No le podemos añadir nada. El nos escogió gratuitamente por su gracia y su amor eterno, para ser su querido pueblo. Si David pudo decir en el Salmo 8:3-4: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos; la luna y las estrellas que tu formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?” Cuánto más podemos decir nosotros: “cuando consideramos a Su Hijo, a Su Unico Hijo amado, Quién es grande y bueno más allá de nuestros mejores pensamientos, Señor, ¿Qué es el hombre, para que Cristo muriera por él?” Tus misericordias son “nuevas cada mañana”. (vea Sal.45:5 y Lam.3:23) La providencia es como una fuente de la cual fluye todas las bondades de Dios, en relación con las cosas de esta vida y la vida venidera, de forma pública y privada, en eventos ordinarios y extraordinarios, demasiado numerosos para contarlos.  

Extracto del libro: el misterio de la Providencia, de John Flavel

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