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Antes de adentrarnos en la enseñanza bíblica con respecto a la perseverancia, hemos de considerar lo que esta doctrina no es.

En primer lugar, la perseverancia no significa que los cristianos están libres de cualquier peligro espiritual sólo porque son cristianos. Por el contrario, el peligro es todavía mayor, porque el mundo y el diablo serán opositores activos.

Consideremos la oración de Cristo por sus discípulos, antes de su crucifixión. «Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros… Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal» (Jn. 17:11, 14-15). Estas palabras son funestas en el contexto del evangelio de Juan, porque «el mal» ya entonces estaba entrando en Judas, y «el mundo» condenaría a Cristo a muerte la siguiente mañana. Este era el contexto de muerte en que los discípulos iban a quedar. Dejados a su suerte, sin duda perecerían. Pero Cristo ora por ellos. Porque aunque el peligro que los rodeaba era enorme, el poder de Dios los iba a guardar.

En segundo lugar, la perseverancia no significa que los cristianos están libres de caer en el pecado por la sencilla razón de que son cristianos. Podríamos razonar de esta manera en base a la oración de Cristo en el capítulo 17 de Juan, pero sería equivocado; porque aquellos por quienes Cristo está orando pecan, aunque no pecan tanto como para caer de la gracia de Cristo para siempre. El Señor le dijo a Pedro, tomándolo como un ejemplo, que pecaría hasta el punto de negar a Cristo y que lo haría repetidas veces (Jn. 13:38). «Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo». Pero Cristo agregó: «Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc. 22:31-32).

En este incidente, Jesús predijo la negación de Pedro, pero también predijo su recuperación. Le aseguró a Pedro de su intercesión para que su fe no faltara. Noé se emborrachó. Abraham mintió en dos ocasiones sobre su esposa Sara diciendo que era su hermana y poniendo en riesgo el honor de ella para salvar su pellejo. Lot escogió a Sodoma. Jacob estafó a su hermano y engañó a su padre Isaac. David cometió adulterio con Betsabé y luego trató de ocultar su acción haciendo matar a su marido, Urías. En Getsemaní los discípulos abandonaron a Jesús para proteger sus propias vidas. Pablo y Bernabé discutieron sobre Juan Marcos y siguieron rumbos distintos. Pablo persistió en regresar a Jerusalén con la ofrenda de los gentiles incluso cuando el Señor mismo se le había aparecido y le había prohibido que lo hiciera. Todos éstos pecaron. Pero no se perdieron. En realidad, no hay en toda la Biblia una historia de alguien que fuera verdaderamente un hijo de Dios que se haya perdido. Muchos fueron atrapados por el pecado, pero ninguno pereció.

En tercer lugar, la perseverancia no significa que quienes simplemente han profesado a Cristo sin haber nacido de nuevo están seguros. Hay advertencias específicas para quienes escuchan el evangelio y aparentan confiar en Cristo, pero que sin embargo no han sido verdaderamente salvos. Por ejemplo, Jesús dice: «Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos» (Jn. 8:31). Aparentemente, la perseverancia por parte del creyente es la prueba final sobre si ha sido verdaderamente nacido o nacida de nuevo. Y otra vez, nuestro Señor dice: «El que persevere hasta el fin, éste será salvo» (Mt. 10:22). Pedro escribió: «Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás» (2 P 1:10). Es posible estar muy cerca de las cosas cristianas y no ser verdaderamente regenerados.


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

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