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Un soldado siempre está alerta de los primeros signos que indiquen movimiento del enemigo. De la misma forma, los creyentes deberían estar alertas de los primeros signos que indiquen la proximidad de la tentación. Muchos creyentes son inconscientes de la proximidad de su enemigo hasta que el enemigo los hiere. Sus amigos cristianos pueden ver los signos de peligro, mientras que uno mismo ignora completamente lo que está sucediendo. Tales cristianos pueden ser comparados a personas que duermen en una casa incendiada, inconscientes de su peligro hasta que un amigo les despierta. El proceso de entrar en la tentación a menudo es muy difícil de discernir. Esto es debido a que muchas cosas involucradas en la tentación parecen ser inofensivas en sí mismas.

Una ilustración de esto puede ser tomada de la tentación del pecado de descuidar la oración. Todos somos tentados de esta manera. Frecuentemente, esta tentación empieza con una simple oportunidad para ayudar a otros. Poco a poco, surgen más y más de estas oportunidades hasta que la persona está demasiado ocupada para orar. ¿Quien hubiera pensado que las oportunidades para ayudar a otros podrían ser el principio de una tentación tan grande como la de descuidar la oración? Muchas tentaciones temibles han empezado con una buena obra de caridad. Una cosa conduce a otra y antes de que la persona se dé cuenta, estará envuelta en una tentación demasiado grande para él.

Al diablo le gusta traer mal del bien. Por lo tanto, el creyente necesita sabiduría y vigilancia para evitar las trampas que le pudieran conducir a una tentación. Si sospechas que una persona, una oportunidad, una situación, o cualquier otra cosa están siendo usadas por Satanás como un medio para tentarte, no des otro paso sin asegurarte de que Dios te está guiando.

Considera hacia donde le conduce la tentación

Si nosotros deseamos velar contra la tentación como debiéramos, necesitamos recordar continuamente acerca de nuestro enemigo. Especialmente necesitamos recordar hacia donde nos conducirá la tentación. Tenemos dos enemigos muy activos que siempre están tratando de conducirnos a la tentación. Tenemos un enemigo dentro de nosotros, un traidor: nuestros deseos pecaminosos. También tenemos un enemigo de fuera: El diablo.  

Debemos de ver nuestro deseo pecaminoso como un enemigo tanto como deberíamos.  «¡Ojalá que fuera destruido y muerto!» «¡Ojalá que yo estuviera libre de su poder!» Esto es lo que debiéramos anhelar cada día. Cada día debemos recordarnos de que un enemigo maldito y mortal está cerca. Este enemigo es un traidor en mi corazón y está enteramente comprometido para arruinarme. Por lo tanto, ¡cuánta locura sería arrojarme en sus brazos para ser destruido! Satanás no es un amigo. No, toda su amistad es como la de una serpiente para engañarte o como la de un león para devorarte. Recuerda siempre que la tentación de Satanás tiene un propósito más profundo que el mero hecho de quebrantar la ley de Dios. Su deseo final es arruinar tu alma. Aunque Dios no le dejará, de todos modos tratará continuamente de asaltarte con dudas y temores acerca de tu relación con Cristo. Satanás podría sugerirte hoy, «perteneces a Jesús; entonces eres salvo aunque peques.» Unas cuantas horas más tarde, después de que hayas actuado según su consejo, él vendrá diciéndote, «Tú no puedes pertenecer a Jesús porque si así fuera, no habrías pecado.» Nunca lo olvides: él es tu enemigo mortal.

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Extracto del libro: “La tentación” de John Owen

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