En BOLETÍN SEMANAL

Si consideramos cuán frágil es el entendimiento humano y cuán inclinado es a olvidarse de Dios, y cuán propenso a caer en toda suerte de errores, y cuánto es su nivel de apetito y deseo de inventar a cada paso nuevas y nunca oídas religiones, se podrá muy bien deducir cuán necesario ha sido que Dios tuviese sus Registros auténticos en los que se conservase Su Verdad, a fin de que ésta no se perdiese por olvido o se desvaneciese por error y descuido, o se corrompiese por el atrevimiento de los hombres.

Siendo, por tanto, notorio que Dios, cada vez que ha querido enseñar a los hombres con algún fruto, ha usado el medio de la Palabra, porque veía que su imagen, que había impreso en la hermosura de esta obra del mundo, no era bastante eficaz ni suficiente. Por esto, si deseamos contemplar a Dios perfectamente, es necesario que vayamos por este mismo camino. Es necesario que vayamos a su Palabra en la cual se nos muestra a Dios y nos es descrito vívidamente en sus Obras, cuando las consideramos como conviene, no conforme a la perversidad de nuestro juicio, sino según la regla de la verdad que es inmutable. Si nos apartamos de esto, como ya he dicho, por mucha prisa que nos demos, como nuestro correr vaya fuera del camino, nunca llegaremos al lugar que pretendemos. Porque es necesario pensar que el resplandor y claridad de la Divina Majestad, que san Pablo (1 Tim. 6,16) dice ser inaccesible, es como un laberinto del cual no podríamos salir si no fuésemos guiados por Él con el hilo de su Palabra; de tal manera que nos sería mejor ir cojeando por este camino, que correr muy deprisa fuera de él. Por eso David (Sal. 93; 96; etc.), enseñando muchas veces que las supersticiones deben ser desarraigadas del mundo para que florezca la verdadera religión, presenta a Dios reinando. Por ese nombre de reinar no entiende David solamente el señorío que Dios tiene y ejerce gobernando todo lo creado, sino también la doctrina con la que establece su legítimo Señorío. Porque no se pueden desarraigar del corazón del hombre los errores, mientras no se plante en él el verdadero conocimiento de Dios.

La escuela de la Palabra:

De aquí viene que el mismo Profeta, después de decir que (Sal. 19,1-2) “los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos, y un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría», al momento desciende a la Palabra diciendo (Sal. 19,7-8): “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo, los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos”. Porque, aunque se refiere a otros usos de la Ley, sin embargo, pone de relieve, en general que, puesto que Dios no saca mucho provecho convidando a todos los pueblos y naciones a sí mismo, aunque eleven su vista al cielo y a la tierra, ha dispuesto esta escuela particularmente para sus hijos. Lo mismo nos da a entender en el Salmo 29, en el cual el Profeta, después de haber hablado de la “terrible voz de Dios, que hace temblar la tierra con truenos, vientos, aguaceros, torbellinos y tempestades, que hace temblar los montes, quebranta los cedros” al fin, por conclusión, dice que, en su templo todos le dan gloria». Porque por esto entiende que los incrédulos son sordos y no oyen ninguna de las voces que Dios hace resonar en el aire. Así, en otro Salmo, después de haber pintado las terribles olas de la mar, concluye de esta manera (Sal. 93:5) «Señor, tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, ¡oh Jehová!, por los Siglos y para siempre”. Aquí también se apoya lo que nuestro Redentor dijo a la mujer samaritana (Jn. 4:22) de que su nación y todos los demás pueblos adoraban lo que no sabían; que solo los judíos servían al verdadero Dios. Así que, como quiera que el entendimiento humano, según es de débil, de ningún modo puede llegar a Dios si no es ayudado y elevado por la sacrosanta Palabra de Dios, era necesario que todos los hombres, excepto los judíos, por buscar a Dios sin su Palabra, anduviesen perdidos y engañados en el error y en la vanidad.


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

 

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