​Fue la seguridad de que Dios les había hablado directamente a través de su santa Escritura lo que les dio a los reformadores su osadía. La creación de esa verdad teológica fue el elemento nuevo fundamental en la Reforma.

​El grito de batalla de la Reforma fue Sola Scriptura, «sólo la Escritura». Pero para los reformadores Sola Scriptura significaba algo más que el hecho que Dios se hubiera revelado a sí mismo en las proposiciones de la Biblia. El elemento nuevo no era que la Biblia, al haber sido dada por Dios, hablaba con autoridad divina. La Iglesia Católica se adhería a esa proposición tanto como los reformadores. El elemento nuevo, como lo señala Packer, era la creencia a la que habían llegado los reformadores por su propia experiencia del estudio de la Biblia, que los fieles pueden examinar la Escritura desde su interior – la Escritura es su propio intérprete, Scriptura sui ipsius interpres, en las palabras de Lutero; por lo cual no son necesarios ni los Papas, ni los Concilios, para decirnos, como proviniendo de Dios, lo que ella significa; porque en realidad puede oponerse a los pronunciamientos papales y conciliares, convencerlos de que no son ni divinos, ni verdaderos, y requerir de los fieles que se aparten de su compañía… Como la Escritura era la única fuente donde los pecadores pueden obtener el conocimiento verdadero de Dios y la santidad, la Escritura era el único juez de lo que la iglesia se había aventurado a pronunciar en el Nombre de su Señor.

En la época de Lutero, la Iglesia Romana había debilitado la autoridad de la Biblia elevando las tradiciones humanas a la altura de la Escritura e insistiendo en que la enseñanza de la Biblia sólo podía ser comunicada a los cristianos por intermedio de los papas, los concilios y los sacerdotes. Los reformadores restauraron la autoridad bíblica al sostener que el Dios vivo le habla a su pueblo en las páginas de la Biblia, directamente y con autoridad.

Los reformadores llamaron a la operación de Dios, mediante la cual la verdad de su Palabra se graba en las mentes y las conciencias de su pueblo, «el testimonio interior del Espíritu Santo». Enfatizaron el hecho de que dicha operación era la contrapartida subjetiva e interior de la revelación objetiva y exterior, y se refirieron en varias ocasiones a los escritos de Juan. «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Jn 3:8). «Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis… Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él» (1 Jn. 2:20,27). «Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad» (1 Jn. 5:6).

La misma idea también está presente en los escritos de Pablo. “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie” (1 Co. 2:12-15). “No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Ef. 1:16-20).

Estos dos pasajes tomados conjuntamente nos enseñan que no sólo el nuevo nacimiento sino todo nuestro crecimiento en la sabiduría espiritual y en el conocimiento de Dios son el resultado de la operación del Espíritu divino en nuestras vidas y mentes, mediante la Escritura, y que no hay un entendimiento espiritual posible fuera de esta operación. El testimonio del Espíritu Santo es, entonces, la razón eficaz por la cual la Biblia es recibida por quienes son hijos de Dios como la autoridad final en todos los asuntos concernientes a la fe y a la práctica cristiana.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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