En ARTÍCULOS

Siguiendo con la estructura que establecimos en nuestra entrada anterior, tenemos que decir que…

“En cuarto lugar, este conocimiento de la fe es una luz divina del Espíritu Santo, mediante la cual yo conozco a Cristo en el Evangelio en toda Su plenitud. Por lo que puedo ver, no sólo que Él está predispuesto hacia los pobres pecadores como yo, porque un hombre podría encontrase dispuesto hacia otro para ayudarlo en su miseria, pero no podría tener el poder y los medios para hacerlo; y lo mejor que podría hacer sería compadecerse de aquel desdichado y decir, ‘Me compadezco de tu miseria, pero no te puedo ayudar’, pero en nuestro caso, esta luz divina me enseña que Cristo puede salvar hasta lo sumo; que aunque mis pecados fueran tan rojos como el carmesí, más pesados que las montañas, mayores en número que los cabellos de mi cabeza y las arenas del mar, existe tal abundancia de satisfacción y méritos en el cumplimiento por causa de Su Persona, que, aunque yo tuviera todos los pecados de la raza humana en comparación con el cumplimiento de Cristo, que por causa de Su Persona tiene un valor infinito, todos esos pecados serían como una mota de polvo en la balanza. Y esto convence a mi alma de que mi pecado, en lugar de ser un obstáculo, más bien se suma a la gloria de la redención; que la gracia soberana se complació en hacer de mí un monumento perenne de infinita compasión. Anteriormente, siempre confesé mi pecado con desagrado; y fue arrancado de mis labios en contra de mi voluntad, sólo porque me vi impulsado a ello por causa de mi angustia, porque siempre pensé: mientras más confiese mi pecado, más alejado estaré de la salvación y más cerca me encontraré de la condenación eterna; y, por lo necio que fui, disfracé mi culpa. Pero, desde que sé que Jesús es tan todo suficiente, ahora clamo, más con mi corazón que con mis labios, ‘Aunque fuera un blasfemo y un perseguidor y todo lo que es malvado, esto es Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.’ Y, si fuera necesario, estoy dispuesto a firmar esto con mi sangre, para la gloria de la gracia soberana. De esta manera, cada creyente, si está establecido en esta actitud, se sentirá inclinado a declararlo junto conmigo.

“En quinto lugar, es este conocimiento por medio del cual conozco, a la luz del Espíritu Santo brillando en mi alma a través del Evangelio, a Jesucristo, como el Salvador más dispuesto y más preparado, quien no sólo tiene el poder de salvar y reconciliar mi alma con Dios, sino que también está en predispuesto a salvarme. ‘Dios mío, ¿qué es lo que ha provocado tal cambio en mi alma? Estoy sin habla y avergonzado; Señor Jesús, de estar de pie delante de Ti, por motivo del mal que te he causado, y de los pensamientos duros que he abrigado acerca de Ti, ¡Oh, precioso Jesús! Pensé que Tú no querías y que yo estuviera dispuesto; yo pensaba que la culpa era Tuya y no mía; pensaba que yo era un pecador dispuesto y que tendría que suplicarte con mucho llanto, oración y lágrimas para hacer de Ti, reacio Jesús, un Cristo dispuesto; y no podía creer que la culpa fuera mía.’

“Esta oposición o controversia entre el alma sincera y Cristo, con frecuencia dura un largo tiempo, y nunca termina hasta que debido a la luz divina, se puede ver la buena disposición de Cristo. Sin embargo, no debe suponerse que durante ese tiempo no ha habido fe en el alma. Sino que se puede decir que, aunque haya habido fe, no ha habido ejercicio de ella en relación con este asunto. Y, cuando ésta aparece, el alma dice: ‘Con gran vergüenza y confusión, dice: veo Tu buena voluntad. Tú me has dado la evidencia de Tu buena voluntad por Tu venida a este mundo, por Tu sufrimiento del castigo, por la invitación que me has extendido, y por la perseverancia de Tu obra sobre mi corazón.

Recuerdo mis previas palabras de incredulidad, expresadas desde el más profundo escepticismo de mi corazón, y exclamo’: ‘Tú eres un Cristo que está dispuesto y yo era un pecador renuente. Dios mío, ahora siento que Tú eres demasiado poderoso para mí, me has convencido; y ahora en este día de Tu poder no puedo dudar, ni lo haré por más tiempo, sino que con mi mano escribo que voy a ser del Señor.’

“El conocimiento que cree en la buena disposición de Cristo, a la luz del Espíritu Santo a través del Evangelio, me hace ver mi previa falta de buena voluntad. Pero tan pronto como esta luz surge en el alma, la voluntad se inclina y se somete de inmediato. Aquellos que dicen ‘Jesús está dispuesto, pero yo sigo negándome,’ hablan sólo desde la teoría; pero les falta el conocimiento de la fe, y no han descubierto esta verdad. Porque, así como la sombra sigue al cuerpo, y el efecto a la causa, así mismo el conocimiento de creer en la buena voluntad de Cristo hacia mí es inmediatamente seguido por mi buena disposición hacia Él, con un perfecto abandono de mi ser a Él. Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder (Sal. 110:3).

“Por último, mediante este conocimiento, a través de la promesa del Evangelio y a la luz del Espíritu Santo, aprendo a conocer a la Persona del Mediador en Su gloria, estando tan cerca de Él que puedo tratar con Él. Y digo, ‘a través de la promesa del Evangelio,’ para mostrar la diferencia entre una visión de éxtasis como la de Esteban y el conocimiento del cual los herejes hablan desde fuera y en contra de la Palabra. La Palabra es el único espejo en el que Cristo puede ser visto y conocido mediante la fe salvadora. Y aquí lo veo a Él en Su gloria personal con los ojos de la fe, tan cercano como nunca antes he visto con mis ojos físicos objeto alguno. Esta fe que ha sido obrada internamente, y la luz del Espíritu Santo brillando sobre ella, traen a Cristo hacia mi alma, de modo que ella se enamora y queda tan encantada con Él que exclama: ‘Mi amado es blanco y rubio, Señalado entre diez mil. Porque fuerte es como la muerte el amor; Duros como el Seol los celos; Sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, De cierto lo menospreciarían’ (Cnt. 3:10; 8: 6-7).

“Mi amado, la fe acepta no sólo las palabras y la letra del Evangelio, sino al propio Cristo en ellas. La fe convierte, no con la letra por sí misma, sino con el Cristo contenido en la letra. La fe tiene dos fundamentos, la Palabra y la Sustancia. No se basa sólo sobre la Palabra, la cual es la letra del Evangelio; sino también sobre la Sustancia en la Palabra. Es decir, Jesucristo (1 Cor. 3:11). El Evangelio es un espejo, pero si Cristo no aparece ante el espejo, no puede ser visto. Y cuando Él se presenta, no es el espejo lo que constituye el objeto de la fe, sino la Imagen que se ve en el espejo. Es la sabiduría la que debe discernir esto.”

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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