En BOLETÍN SEMANAL

“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. —Efesios 6:4

Un tema urgente

Observa que Pablo menciona a los padres únicamente. Acaba de citar las palabras de la Ley: “Honra a tu padre y a tu madre”. Pero ahora señala en particular a los padres porque su enseñanza ha sido, como hemos visto, que el padre es el que tiene la posición de autoridad. Eso es lo que encontramos siempre en el Antiguo Testamento, así es como Dios siempre ha enseñado a las personas a comportarse, por lo que naturalmente dirige este mandato en particular a los padres. Pero el mandato no se limita a los padres, incluye también a las madres y, en una época como la actual, ¡hemos llegado a un estado en que el orden es a la inversa! Vivimos en una especie de sociedad matriarcal donde el padre y el esposo han renunciado a su posición en el hogar, de modo que deja casi todo a la madre. Por lo tanto, tenemos que comprender que lo que aquí dice de los padres se aplica, igualmente, a las madres. Se aplica al que está en la posición de disciplinar. En otras palabras, lo que la Biblia nos presenta aquí en este cuarto versículo, y está incluido en el versículo anterior, es todo el problema de la disciplina.

Tenemos que examinar este tema con cuidado y es, por supuesto, uno muy extenso. No hay tema, repito, cuya importancia sea más urgente en este país y en todos los demás países, que el problema de la disciplina. Estamos viendo un desmoronamiento de la sociedad y éste se relaciona, principalmente, con esta cuestión de la disciplina. Lo vemos en el hogar, lo vemos en las escuelas, lo vemos en la industria, lo vemos en todas partes. El problema que enfrenta hoy la sociedad en todos sus aspectos es ultimadamente un problema de disciplina. ¡Responsabilidad, relaciones, cómo se vive la vida, cómo debe proceder en la vida! El futuro entero de la civilización, creo yo, depende de esto… Me aventuro a afirmar: Si el Occidente se desploma y es vencido, será por una sola razón: Podredumbre interna… Si seguimos viviendo para los placeres, trabajando cada vez menos, exigiendo más y más dinero, más y más placeres y supuesta felicidad, abusando más y más de las lascivias de la carne, negándonos a aceptar nuestras responsabilidades, habrá sólo un resultado inevitable: Un fracaso completo y lamentable. ¿Por qué pudieron los godos y los vándalos y otros pueblos bárbaros conquistar el antiguo Imperio Romano? ¿Por su superioridad militar? ¡Por supuesto que no! Los historiadores saben que hay una sola respuesta: La caída de Roma sucedió porque un espíritu de tolerancia invadió el mundo romano: Los juegos, los placeres, los baños públicos. La podredumbre moral que había entrado en el corazón del Imperio Romano fue la causa de la “declinación y caída” de Roma. No fue un poder superior desde afuera, sino la podredumbre interna lo que significó la ruina para Roma. Y lo que es realmente alarmante en la actualidad es que estamos siendo testigos de una declinación similar en este país y en otros de Occidente. Esta desidia, esta falta de disciplina, todo el modo de pensar y ese espíritu son característicos de un periodo de decadencia. La manía por los placeres, la manía por los deportes, la manía por las bebidas y las drogas han dominado a las masas. Éste el problema principal: ¡La pura ausencia de disciplina, de orden y de integridad en el gobierno!

Estas cuestiones, según creo, son tratadas con mucha claridad en estas palabras del Apóstol. Procederé a presentarlas con más detalle para identificarlas y mostrar cómo las Escrituras nos iluminan respecto a ellas. Pero antes de hacerlo, quiero mencionar algo que ayudará y estimulará todo el proceso de su propio pensamiento. Los periódicos lo hacen en nuestro lugar, los entrevistados en la radio y televisión lo hacen en nuestro lugar, y nos sentamos muy cómodos y escuchamos. Esa es una manifestación del desmoronamiento de la autodisciplina. ¡Tenemos que aprender a disciplinar nuestra mente! Por eso daré dos citas de la Biblia, una de un extremo y otra en el otro extremo de esta posición. El problema de la disciplina cae en medio de ambas. En un extremo, el límite es: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece” (Pr. 13:24). El otro extremo es: “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos”. Todo el problema de la disciplina se encuentra entre estos dos extremos y ambos se encuentran en las Escrituras. Resuelve el problema basándose en las Escrituras, trata de saber los principios que gobiernan esta cuestión vital y urgente, que es en este momento, el peor problema que enfrentan todas las naciones de Occidente y probablemente otras. Todos nuestros problemas son el resultado de que practicamos un extremo o el otro. La Biblia nunca recomienda ninguno de los dos extremos. Lo que caracteriza las enseñanzas de la Biblia siempre y en todas partes, es su equilibrio perfecto, una postura justa que nunca falla, el modo extraordinario en que la gracia y la ley armonizan divinamente…

La administración de la disciplina

Llegamos ahora a la cuestión de la administración de la disciplina…La disciplina es esencial y tenemos que llevarla a cabo. Pero el Apóstol nos exhorta a ser muy cuidadosos en cómo la llevamos a la práctica porque podemos hacer más daño que bien si no la aplicamos de manera correcta…

La negativa y la positiva

El Apóstol divide sus enseñanzas en dos secciones:La negativa y la positiva. Dice que este problema no se limita a los hijos: Los padres de familia también deben tener cuidado. Negativamente les dice: “No provoquéis a ira a vuestros hijos”. Positivamente dice: “Criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Mientras recordemos ambos aspectos todo andará bien.

Comencemos con lo negativo: “No provoquéis a ira a vuestros hijos”. Estas palabras podrían traducirse: “No exasperen a tus hijos, no irrites a tus hijos, no provoques en tus hijos el resentimiento”. Existe siempre un peligro muy real cuando disciplinamos. Y si somos culpables de generar estos sentimientos haremos más daño que bien… Como hemos visto, ambos extremos son totalmente malos. En otras palabras, tenemos que disciplinar de una manera que no irritemos a nuestros hijos o los provoquemos a tener un resentimiento pecaminoso. Se requiere de nosotros que seamos equilibrados.

¿Cómo lo logramos? ¿Cómo pueden los padres llevar a cabo una disciplina equilibrada? Una vez más tenemos que referirnos a Efesios, esta vez al capítulo 5, versículo 18. “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Ésta es siempre la llave. La vida de aquel que está lleno del Espíritu, se caracteriza siempre por dos factores principales: Poder y control. Es un poder disciplinado. Recuerda cómo Pablo lo expresa cuando escribe a Timoteo. Dice: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7). No un poder descontrolado, sino un poder controlado por el amor y el dominio propio: ¡Disciplina! Esa es siempre la característica del hombre que está “lleno del Espíritu”…

¿Cómo, entonces, aplicamos disciplina? “No provoquéis a ira a vuestros hijos”. Éste debe ser el primer principio que gobierna nuestras acciones. No podemos aplicar una disciplina verdadera, a menos que podamos poner en práctica nosotros mismos dominio propio y auto disciplina… Las personas que están llenas del Espíritu siempre se caracterizan por su control. Cuando disciplinas a un niño, primero tienes que controlarte. Si tratas de disciplinar a tu hijo cuando ya has perdido la paciencia, ¿qué derecho tienes de decirle a tu hijo que necesita disciplina cuando resulta obvio que tu la necesitas? Tener dominio propio, controlar el mal genio es un requisito esencial para controlar a otros… Así que el primer principio es que tenemos que empezar con nosotros mismos. Tenemos que estar seguros de que estamos controlados, no alterados… Tenemos que ejercitar esta disciplina personal o sea el dominio propio que nos capacita para ver la situación objetivamente y manejarla de un modo equilibrado y controlado. ¡Qué importante es esto!…

Nunca caprichosamente

El segundo principio se deriva, en cierto sentido, del primero.Si el padre o la madre van a aplicar esta disciplina correctamente, nunca pueden hacerlo caprichosamente. No hay nada más irritante para el que está siendo disciplinado que sentir que la persona que la aplica es caprichosamente inestable y que no es digna de confianza porque no es consecuente. No hay cosa que enoje más a un niño que tener el tipo de padre que, un día, estando de buen humor es indulgente y deja que el chico haga casi cualquier cosa que quiere, pero que al día siguiente se enfurece por cualquier cosa que hace. Esto hace imposible la vida para el niño. Un padre así, vuelvo a repetirlo, no aplica una disciplina correcta y provechosa, y el niño termina en una posición imposible. Se siente provocado e irritado a ira y no tiene respeto por ese padre.

Me estoy refiriendo, no sólo a reacciones por haber perdido la paciencia, sino también su conducta.El padre que no es consecuente en su conducta no puede realmente aplicar disciplina al hijo. El padre que hace una cosa hoy y lo opuesto mañana no puede aplicar una disciplina sana. Tiene que ser sistemáticamente constante, no sólo en las reacciones, sino también en su conducta. Tiene que haber una modalidad constante en la vida del padre porque el hijo está siempre mirando y observando. Pero si observa que la conducta de su padre es imprevisible y que él mismo hace lo que le prohíbe a su hijo que haga, tampoco puede esperar que éste se beneficie de la aplicación de tal disciplina…

Siempre dispuestos a escuchar

Otro principio importante es que los padres nunca pueden ser irrazonables o no estar dispuestos a escuchar el punto de vista de su hijo.No hay nada que indigne más al que está recibiendo una disciplina que sentir que todo el procedimiento es totalmente ilógico. En otras palabras, es un padre realmente malo el que no toma en consideración ninguna circunstancia y que no está dispuesto a escuchar ninguna explicación. Algunos padres y madres, en un anhelo por aplicar disciplina corren el peligro de ser totalmente ilógicos y de ser culpables de esto. El informe que recibieron acerca de su hijo puede estar equivocado o puede haber circunstancias que desconocen, pero ni siquiera dejan que el niño les dé su punto de vista ni ninguna clase de explicación. Es cierto que el niño puede aprovecharse. Lo único que estoy diciendo es que nunca debemos ser ilógicos. Permítele al niño que presente su explicación y, si no es una razón válida, puedes castigarlo por eso también, al igual que por el hecho particular que constituye la ofensa. Pero negarse a escuchar, prohibir todo tipo de respuestas es inexcusable… Tal conducta es incorrecta y provoca a ira a los hijos. Es seguro que los exasperará e irritará llevándolos a una actitud de rebeldía y de antagonismo…

Nunca demasiado severa

Eso lleva inevitablemente a otro principio: La disciplina nunca debe ser demasiado severa. Éste, quizá, sea el peligro que enfrentan muchos buenos padres de familia en la actualidad al ver todo el desorden social alrededor, que con razón lamentan y condenan. El peligro es estar tan profundamente influenciado por la repugnancia que le produce que se van a este otro extremo y son demasiado severos. Lo contrario a ninguna disciplina no es para nada la crueldad, sino que es una disciplina equilibrada, es una disciplina controlada…

Permíteme resumir mi argumento. La disciplina debe ser aplicada siempre con amor y si no puedes aplicarla con amor, no lo intentes. En ese caso, necesitas mirarte primero. El Apóstol ya nos ha dicho que digamos la verdad con amor en un sentido más general, pero lo mismo se aplica aquí. Habla la verdad, pero con amor. Sucede precisamente lo mismo con la disciplina: Tiene que ser gobernada y controlada por el amor. “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18). ¿Qué es “el fruto del espíritu”? “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad… templanza” (Gá. 5:22-23). Si, como padres estamos “llenos del Espíritu” y producimos esos frutos, en lo que a nosotros concierne, la disciplina será un problema muy pequeño… Debes tener un concepto correcto de lo que significa la formación de tus hijos en el hogar y considerar al niño como una vida que Dios te ha dado. ¿Para qué? ¿Para guardártelo y para moldearlo conforme a como tu eres, para imponerle tu personalidad? ¡De ninguna manera! Dios lo puso a tu cuidado y te lo ha encargado para que su alma pueda llegar a conocerle al Señor Jesucristo…

Tomado de Life in the Spirit in Marriage, Home & Work: An Exposition of Ephesians 5:18 to 6:9 (La vida en el Espíritu en el matrimonio, el hogar y el trabajo: Una exposición de Efesios 5:18 al 6:9), publicado por The Banner of Truth Trust, www.banneroftruth.org.

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David Martyn Lloyd-Jones (1899-1981): Posiblemente el mejor predicador expositivo del siglo XX; Westminster Chapel, Londres, 1938-68; nacido en Gales.

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