Nos oponemos al arminianismo enérgicamente, ya  que el espíritu de ese sistema conduce directamente al legalismo, pues si bien los Arminianos evangélicos niegan la salvación por las obras, la consecuencia de los errores doctrinales que sostienen les lleva a dar mayor importancia a la actividad del pecador, y a dirigir el énfasis primordialmente hacia la voluntad y el esfuerzo humanos en cuanto a la salvación. Este es el resultado lógico de un sistema que considera que la decisión humana es el factor crucial para determinar quién es salvo, y que presenta la fe como algo que todo hombre puede ejercer si así lo desea.

​El Dr. Grabam, por ejemplo, escribe: «No conocemos a Cristo a través de los cinco sentidos físicos, pero le conocemos a través del sexto sentido que Dios ha dado a todo hombre: la capacidad de creer”. Si Dios ha dado esta capacidad a todos los hombres, el punto decisivo ha de depender de la reacción humana, ya que es evidente que no todos son salvos. Esta consecuencia es aceptada por el arminianismo: «Este amor de Dios», dice el Dr. Graham, «que es inconmensurable, inconfundible e infinito, este amor de Dios que abarca todo lo que un hombre es, puede ser rechazado por completo. Dios no forzará a ninguno a aceptarle contra su voluntad… Pero si tú realmente lo deseas, es preciso que creas; tienes que tomarlo» . La intención es hacer énfasis en el «tú», y de modo inevitable se da la impresión de que sólo nuestra fe puede salvarnos, como si la fe fuera la causa de la salvación. Esto es el mismísimo reverso del concepto de Spurgeon sobre el espíritu de la predicación del Evangelio. «Yo no podría predicar como arminiano» dice, y en el siguiente pasaje nos declara exactamente por qué: «Lo que el arminiano desea hacer es despertar la actividad del hombre; lo que el arminiano desea hacer es suprimirla de una vez para siempre, para mostrarle que está perdido y en ruinas, y que sus actividades no están ahora en lo más mínimo a la altura de la obra de conversión; que debe mirar las cosas de arriba. Ellos procuran hacer que el hombre se levante; nosotros procuramos derribarlo Y hacer que se dé cuenta de que está en las manos de Dios, y que lo que le corresponde es sujetarse a Dios y clamar: «Señor, sálvanos o perecemos». Sostenernos que el hombre no está nunca tan cerca de la gracia como cuando empieza a comprobar que no puede hacer nada en absoluto. Cuando dice: «Puedo orar, puedo creer, puedo hacer esto, y, lo otro», se perciben en su frente los signos de la propia suficiencia y la arrogancia”.

El arminianismo, haciendo que el amor y la salvación de Dios dependan del cumplimiento de ciertas condiciones por parte del pecador, en vez de ser enteramente de gracia, fomenta un error que es preciso combatir con la máxima energía: «¿No veis en seguida», dice Spurgeon, «que esto es legalismo; que esto es hacer que nuestra salvación dependa de nuestra obra; que es hacer que nuestra vida eterna dependa de algo que nosotros hacemos? Más aún, la misma doctrina de la justificación, tal como la predica un arminiano, no es otra cosa que la doctrina de la salvación por las obras, a fin de cuentas; pues siempre piensa que la fe es una obra de la criatura, y una condición para ser aceptado. Es tan falso decir que un hombre se salva por la fe considerada como obra, como decir que se salva por las obras de la Ley. Somos salvos por la fe como don de Dios, y como primera señal de su favor eterno para con nosotros; pero no es la fe como obra nuestra lo que salva; de otra manera seríamos salvos por las obras, y no totalmente por la gracia”. «Nosotros no le hemos pedido que hiciese el pacto de la gracia» declara en otro sermón. «No le hemos pedido que nos eligiera. No le hemos pedido que nos redimiese. Estas cosas fueron efectuadas antes que naciésemos. No le hemos pedido que nos llamara por su gracia, pues, ¡ay de nosotros!, no conocíamos el valor de ese llamamiento, y estábamos muertos en delitos y pecados, sino que gratuitamente nos dio su amor, no buscado, pero ilimitado. La gracia preventiva vino a nosotros, desbordando todos nuestros deseos, todas nuestras voluntades, todas nuestras oraciones» . «¿Me ama Dios por el hecho de que yo le amo? ;Acaso me ama Dios porque mi fe es fuerte? Entonces, tiene que haberme amado por algo bueno que había en mí, y esto no corresponde al Evangelio. El Evangelio presenta al Señor amando a los que no lo merecen y justificando a los impíos, y por lo tanto es preciso que deseche de mi mente la idea de que el amor divino depende de las condiciones humanas» .

El arminianismo, al oscurecer la gloria que pertenece exclusivamente a la gracia de Dios, cae bajo la condenación apostólica y es, por consiguiente, un error suficientemente grave para que no quepa la transigencia. Podemos tener comunión con hermanos que están bajo la influencia de estos errores, pero en la predicación y la enseñanza de la iglesia no puede haber fluctuaciones ni medias tintas en cuanto a semejante cuestión.

Por Iain Murray, pastor de Grove Chapel de Londres, y fundador y director de THE BANNER OF TRUTH TRUST.
Extracto del libro: «Un principe olvidado»

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar