​Cuando vemos que el papel principal del Espíritu Santo es el de un abogado defensor, nos preguntamos cómo se vincula esto al concepto del consuelo.     Como ya hemos visto, hay un vínculo lingüístico entre la expresión consolación de Israel y el título Paracleto. Tanto la palabra consolación como el título Paracleto se derivan de las mismas formas verbales (Consolación es paraklesis en griego).

   Aunque es importante distinguir entre la obra de consolación llevada a cabo por el Espíritu y su obra de asistencia intercesora entre Dios y el hombre, no podemos separarlas. Parte de la consolación que disfrutamos es el conocimiento cierto de que el Espíritu Santo es llamado a estar a nuestro lado durante nuestros momentos de prueba.

    Hay, sin embargo, otra distinción crítica que debe tenerse en cuenta. Cuando hablamos de consuelo, habitualmente lo concebimos como algo que se administra después de que somos heridos. Una madre consuela a un niño que llora. Se nos consuela mediante el Espíritu cuando estamos de luto.

    Ciertamente, el Espíritu Santo efectúa estos tiernos actos de ministerio para el pueblo de Dios. El Espíritu es el Autor de la paz que sobrepasa el entendimiento. Sin embargo, en su rol de Paracleto, el Espíritu hace algo con el fin de asistirnos antes de que seamos heridos. Obra proveyéndonos fuerza para la batalla al igual que consolándonos tras ella.

    En las versiones más antiguas de la Biblia inglesa, el título Paracleto era normalmente traducido como Consolador. En la mayor parte de las traducciones actuales, se ha sustituido por una palabra diferente como Ayudante o Consejero. Esto no refleja un error en las traducciones anteriores. En vez de eso, dirige la atención a la mutabilidad del lenguaje humano. Nuestras formas comunes de hablar tienden a experimentar transiciones a medida que el uso popular cambia.

    Por ejemplo, en inglés la palabra cute solía significar “patizambo” [mientras que actualmente se usa para decir “lindo”]. Consideremos, también, el verbo scan [que actualmente ha llegado a significar “echar un vistazo”]. ¿Qué haría usted si su maestro, instándole [en idioma inglés] a estudiar su libro de texto, usara el verbo scan? La mayor parte de la gente interpretaría esa instrucción como “hojear el libro”. Este es el caso de una palabra que ha adoptado un significado casi exactamente opuesto al original. Inicialmente, scan significaba “leer con precisión estricta, prestando una atención minuciosa”. Cuando subimos a un avión, esperamos que los encargados de leer [scan] las pantallas de los radares que siguen nuestros vuelos lo hagan prestando una atención más que casual. Tal vez el cambio en la palabra scan se deba a que su sonido es similar al de la palabra skim [hojear]. En el uso de hoy, la primera significa lo mismo que la segunda, mientras que originalmente se trataba de términos opuestos.
    Algo similar ha experimentado la comprensión de la palabra confortar [consolar]. Cuando pensamos en confortar, lo hacemos casi totalmente en términos de ministrar un apoyo afectuoso ante la pena y el dolor. La palabra viene del latín. Tiene un prefijo (con-, que significa, precisamente, “con”) y una raíz (fortis, que significa “fuerte”). Así, originalmente la palabra significaba “con fuerza”. De esta manera, alguien que confortaba era uno que venía a dar fuerza para la batalla en vez de consuelo tras ella.
    Por supuesto, el Espíritu Santo hace ambas cosas. Él es la más tierna fuente de consuelo que el herido, el derrotado y el acongojado puedan conocer. Sin embargo, el énfasis que se aprecia en el Paracleto prometido es que vendrá con el fin de darnos fuerza y prestarnos asistencia para la batalla.

    A veces oímos la expresión “ese no es mi fuerte”. Cuando una persona dice eso, está declarando que es débil en una cierta área. La palabra fuerte es usada popularmente como sinónimo de fortaleza.

    En términos bíblicos, nuestra fortaleza es el Espíritu Santo. Él es Aquel del cual se deriva nuestra fuerza. Es por causa de que el Espíritu Santo prometido ha venido, mora en nosotros y permanece con nosotros que las Escrituras pueden declarar:

    En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (Romanos 8:37)

    Una de las ironías de la historia se halla en la crítica que dirige hacia el cristianismo el filósofo alemán Frederick Nietzsche. Nietzsche se quejó de que el cristianismo era una religión de debilidad, una religión que hacía que los hombres rechazaran su impulso más fundamental, la “voluntad de poder”.

    Al declarar la muerte de Dios, Nietzsche dijo que Dios murió de compasión. El legado del cristianismo para el mundo había sido la compasión, la ternura y la timidez o debilidad de carácter. Nietzsche solicitó una nueva humanidad que sería introducida por el superhombre. La característica principal del superhombre sería el coraje. Por sobre todas las cosas, el superhombre sería un vencedor.

    Aquí está la ironía de Romanos 8. Cuando Pablo dice que somos “más que vencedores”, nos toma tres palabras traducir una sola palabra griega. La palabra griega es hupernikon. El prefijo huper- aparece en nuestro idioma como la palabra hiper. Literalmente, Pablo escribe que los cristianos no sólo son vencedores, sino que son “hiper-vencedores” (La traducción latina de hupernikon es supervincemus. De este modo, el latín, en verdad, dice “Somos super-vencedores”).

    Si Nietzsche está buscando superhombres, debe buscar a aquellos que han sido fortalecidos por el poder y la presencia de Dios el Espíritu Santo, el Espíritu que es llamado para ponerse a nuestro lado trayendo fuerza.

    Verdaderamente, en y de nosotros mismos, como cristianos somos una masa de debilidad. Sin embargo, oímos una vez más la promesa hecha por Cristo a su iglesia:

    Recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. (Hechos 1:8)

Jesús era Dios encarnado. El Espíritu Santo es invisible. Como alguien dijo, “El Espíritu Santo no deja huellas en la arena”. Es misterioso y poderoso.

El Espíritu Santo estuvo presente en la Creación.
El Espíritu Santo es activo en nuestra salvación.
El Espíritu Santo permanece con nosotros como el Maestro.
El Espíritu Santo es activo en nuestras oraciones.
El Espíritu Santo es el Consolador.
El Espíritu Santo es el poderoso agente que acompaña nuestro ministerio.
Sin embargo, para muchos, el Espíritu Santo no es más que un nombre con un escaso significado.

​Extracto del libro: «El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul
 

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