En BOLETÍN SEMANAL

Rom 3:25-26 »A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que Él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús.»

La expresión común que admite esta verdad, si bien busca minimizar el hecho, se expresa diciendo: «Todos tenemos nuestras faltas». Esta frase la has oído mil veces y en mil lugares diferentes; e incluso tu mismo has empleado esta expresión. La idea general es que si bien el problema es universal y se encuentra en todos los hombres, las faltas de las personas no son muy grandes, ni muy graves. Sin embargo, hemos de tener este hecho presente: que es la suma total de todas estas llamadas «pequeñas faltas» lo que hace miserable el mundo en el que vivimos. Es la suma total de esas llamadas pequeñas culpas lo que alimenta una situación en el mundo, en el cual la guerra no solamente es posible y potencialmente probable, sino que es inevitable. Es la suma total de las llamadas pequeñas faltas lo que da lugar a una situación que alimenta y genera el divorcio y destroza los hogares, que engendra la delincuencia y el crimen, además del alcoholismo y las demás tragedias. Esto es lo que hace miserable el mundo en que vivimos. Es la suma total de esas llamadas pequeñas culpas lo que alimenta una situación en el mundo, en el cual la guerra no solamente es posible y potencial sino que es inevitable. Es la suma total de las llamadas pequeñas faltas lo que da lugar a una situación que alimenta y genera el divorcio y destroza los hogares, que engendra la delincuencia y el crimen, además del alcoholismo y las demás tragedias.

Ahora tomemos el paso lógico siguiente. Es el paso que muchas personas en la pasada era del optimismo humano rehusaron tomar. Tal vez la generación actual tenga la integridad intelectual, el coraje moral y la agudeza espiritual para encarar la verdad. El paso lógico siguiente, el paso inevitable que hay que dar es la realización de que esas llamadas pequeñas faltas, que todo el mundo admite, no son en absoluto pequeñas faltas. Muy por el contrario, son grandes, graves y atroces. Son lo bastante grandes, lo bastante graves y lo bastante atroces como para volver el mundo de arriba abajo y para mantener a la raza humana en el desasosiego y en el desorden.

Tenemos también que dedicar atención a un hecho siguiente: esas llamadas pequeñas faltas, que en realidad son muy graves, son síntomas. No son la enfermedad. Son las erupciones externas, las apariencias exteriores, los síntomas de la verdadera enfermedad.

¿Cuál es la verdadera naturaleza de la enfermedad? Es la corrupción de la naturaleza humana. Las Escrituras declaran que hemos «nacido en pecado y hemos sido concebidos en iniquidad»; es decir, hemos nacido con una naturaleza corrompida, depravada y pecadora. De nuevo tenemos a las Escrituras, que declaran: «Si alguno dice que no tiene pecado, es un mentiroso y la verdad no está en él».
La Confesión Belga de la Fe resalta que tenemos desde el nacimiento una naturaleza que es «malvada, perversa y corrompida». Los Cánones del Sínodo de Dort no dejan lugar a dudas en el sentido de que la naturaleza humana está totalmente depravada. La confesión de la Fe de Westminster, principio doctrinal desde largo tiempo honrado por el presbiterianismo, requiere de los que lo aceptan un reconocimiento de que el hombre está por naturaleza «inclinado a odiar a Dios y a su prójimo».

De una forma breve, los artículos I, II y III del Tercero y Cuarto Artículos de la Doctrina describen la condición del hombre, y de lo que es asimismo importante: de qué forma el hombre ha llegado a esta condición:

«I. Desde el principio, el hombre fue creado a imagen de Dios, adornado en su entendimiento con conocimiento verdadero y bienaventurado de su Creador, y de otras cosas espirituales; en su voluntad y en su corazón, con la justicia; en todas sus afecciones, con la pureza; y fue, a causa de tales dones, totalmente santo. Pero apartándose de Dios por insinuación del demonio y de su voluntad libre, se privó a sí mismo de estos excelentes dones, y a trueque se ha atraído hacia sí, en lugar de aquellos dones, ceguera, oscuridad horrible, vanidad y perversión de juicio en su entendimiento; maldad, rebeldía y dureza en su voluntad y en su corazón; así como también impureza en todos sus afectos.

II. Tal como fue el hombre después de la caída, tales hijos también procreó, es decir: corruptos, estando él corrompido; de tal manera que la corrupción, según el justo juicio de Dios, pasó de Adán sobre todos sus descendientes (exceptuando únicamente Cristo), no por imitación, como antiguamente defendieron los pelagianos, sino por procreación de la naturaleza corrompida.

III. Por consiguiente, todos los hombres son concebidos en pecado y, al nacer como hijos de ira, incapaces de algún bien saludable o salvífico, e inclinados al mal, muertos en pecados y esclavos del pecado; y no quieren ni pueden volver a Dios, ni corregir su naturaleza corrompida, ni disponerse a sí mismos a la mejora de la misma, sin la gracia del Espíritu Santo, que es quien regenera.»

Conozco muy bien lo que dirán algunos. Dirán: «¡Ah, vamos, la naturaleza humana no es tan mala! Yo no soy tan malo. Mi naturaleza no es tan repulsiva ni tan corrompida. No estoy totalmente depravado. No estoy propenso por naturaleza a odiar a Dios y a mi prójimo».

La prueba de un pastel, sin embargo, está en comérselo. Para decirlo de otro modo, la evidencia de la Historia está contra ti, la evidencia de la historia económica, de la historia política, de la sociológica y de la historia del mundo, la evidencia de todas estas cosas está contra ti, en el caso de que argumentes que la naturaleza del hombre está algo menos que «viciada y corrompida».

¿Te atreverías a sugerir que un mundo de hombres que a través de su Historia ha hecho estallar guerras, ha provocado derramamientos de sangre y producido la muerte, está algo menos que viciada y corrompida en su naturaleza? Teniendo en cuenta que la sociedad no es otra cosa ni más ni menos que el conjunto de los individuos, ¿Te atreverías a sugerir que una sociedad tal como la nuestra, una sociedad en donde toda ley de Dios y del hombre es violada; una sociedad en la cual la relación del matrimonio, divinamente ordenado es destruida y rota; una sociedad en la cual el día de reposo semanal divinamente ordenado es deslegitimado y pervertido; una sociedad en la cual todo el mundo, desde los senadores hasta los barrenderos, profanan el Nombre de Dios, no está corrompida en su propia naturaleza?

No debemos perder de vista que el hombre comete estos pecados y perversiones a causa de lo que es. El hombre hace lo que hace por ser lo que es. Es dentro de la naturaleza interna del hombre donde yace la raíz del problema.

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Extracto del libro: “La fe más profunda” escrito por Gordon Girod

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